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¿Dónde quedan nuestros valores a la hora de hacer negocio?

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César Nebot - publicado el 16/11/17

Lo que aprendimos de Nuremberg y que ahora se reproduce en los mercados

Cuando en el juicio de Núremberg de 1945-46, muchos de los nazis procesados aludían como exculpación que simplemente cumplían órdenes al ejercer tanta inhumanidad, el mundo entero se preguntaba cómo era posible que así fuera sin que se les removiera algo en elinterior, sin que se violentara la propia conciencia por chocar con los valores básicos de la vida y la dignidad humana.

Muchos resolvieron que los alemanes debían tener algo especial que les hacía proclive al sadismo, pero nada más lejos de la realidad. Nada con fundamento sustenta esa hipótesis.

Años más tarde el psicólogo Stanley Milgram quiso demostrar mediante un experimento la capacidad humana de ejecutar órdenes que pueden contravenir el sistema de valores propios.

El experimento consistía en hacer creer a una persona que participaba como testeador en un estudio científico sobre el desarrollo de la memoria; un científico supervisaba el estudio y le daba las instrucciones para que preguntara a un tercero el test de forma que por cada error le testeador, por bien de la Ciencia, debía propinarle descargas eléctricas crecientes en intensidad en la medida que acumulaba fallos.

La realidad era que el tercero era actor y simulaba los gritos de sufrimiento y agonía ante unas descargas inexistentes. Milgram registró cuántos participantes habían llegado a descargar la friolera de hasta 450 voltios simplemente porque recibían órdenes de un experto, de un superior.

Sus colegas habían predicho que sólo alcanzaría un 2%; aquellos que consideraban estadísticamente sádicos podrían llegar a ese extremo. El sorprendente resultado que revolucionó la psicología social fue de un 61.2%; casi 2 de cada 3 personas llegaban a esos crueles niveles. Y simplemente porque recibían órdenes.

Y es que, cuando una persona recibe una orden, dentro de un marco de referencia, lo primero que realiza es una contrastación con su sistema de valores.

Si dicha orden va en sintonía con sus valores, la orden se ejecutará sin más problema, pero si por el contrario choca frontalmente la persona la rechazará, desobedecerá o simplemente mostrará una resistencia pasiva.

El problema no reside en ninguno de estos casos, sino en la situación en la que la orden contraviene sólo algunos valores y otros no.

En el caso del experimento de Milgram, el valor por colaborar con la Ciencia, la investigación por el bien de la Humanidad y por obedecer un poder experto explícito pasaba a compensar el bloqueo esperable ante el valor por la vida y la dignidad humana.

El caso es que, un sujeto que se enfrenta a esta dualidad, suele responder pasando a lo que se denomina estado agente. En este estado se suspenden los valores propios y se busca externalizar la responsabilidad y descargarse en quien emite la orden para poder ejecutarla superando las barreras que nos imponen nuestros propios valores. Transgredir en cierto grado nuestra escala de valores nos provoca una necesidad de respuesta y, por lo tanto, de ser responsables ante lo que hacemos e incluso culpables. El estado agente es la alienación ante esa responsabilidad y culpa. Sólo cumplir órdenes.

Desde entonces, se considera que en fenómenos como el Nazismo, muchos son los que se ven arrastrados por la masa al estado agente para ejecutar directamente las órdenes explícitas o implícitas suspendiendo su propio sistema de valores. Son personas normales pero en estados alterados. Pero no es necesario acudir al Nazismo para encontrar esta tendencia al estado agente.

Lamentablemente, los casos de acoso escolar que se han acrecentado por el anonimato y el efecto masa virtual que generan las redes sociales son un ejemplo de la manifestación del estado agente.

Adolescentes y niños que, a pesar de haber tenido una formación en valores, son capaces de suspenderlos ante la seducción de la aceptación del grupo para ejecutar su abuso y acabar responsabilizando a agentes externos o incluso a la propia víctima. Evidentemente cuanto menor solidez tenga la formación en valores en nuestra sociedad menos hemos de extrañarnos de que sucedan estos casos de abuso en masa.

Si bien el sistema de valores propios debería servir de herramienta defensiva frente a la inducción del estado agente que se propicia en la manipulación y los movimientos de masas, uno de los caballos de Troya más importantes y comunes que vivimos con total naturalidad es el dictado del mercado en nuestras relaciones económicas y humanas.

En primer lugar, se supone que los agentes no disponen de poder para alterar precios cuando los mercados son perfectos y eso es crucial para poder obtener eficiencia económica.

De esta manera este rudimento matemático que se desarrolla en economía teórica se convierte en un dogma por el cual uno pasa de describir la realidad a vivirlo como prescripción de su conducta.

Si un individuo ya no tiene efecto sobre los resultados de la masa de oferta y demanda en el mercado, lo que se derive de él sea bueno o malo ya no es responsabilidad suya. El individuo pasa a ser un sujeto exculpado de la masa. De esa manera,el mercado en lugar de ser un instrumento, una simple herramienta,para la asignación de recursos se ensalza como dios que dicta sentencia, como fin primordial que exculpa conciencias, como tirano inevitable que da órdenes a unos sujetos que pasan a estado agente incluso sin perder ni un ápice de su libertad.

De esa manera, mientras que hablemos del mercado de armas podremos vivir sin exculpados de las muertes que genera sin necesidad de cambiar un ápice nuestra forma de vida ni tener un mínimo remordimiento.

Mientras hablemos del mercado global textil en el que se explota a niños en países en desarrollo, podremos adormecer la conciencia porque la culpa es de otros únicamente pues lo que podemos hacer dispone de muy poco margen.

Cada vez que seguimos diciendo que los negocios son simplemente negocios de forma descarnada para justificar un abuso escondiéndonos tras la ley de la oferta y la demanda, estamos haciéndonos trampas al solitario frente a nuestro sistema de valores (salvo que uno haya claudicado interiormente, claro está).

Elevar a los altares al mercado como forma propicia para entrar en estado agente (económico) y, así, exculpar nuestras conciencias y eludir la responsabilidad de nuestras acciones no difiere mucho de aquellos nazis del juicio de Núremberg que aludían simplemente cumplir órdenes en aquel terrible holocausto.

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