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Claves para enseñar a los niños el amor de verdad

LOVE

Bogdan Sonjachnyj - Shutterstock

Orfa Astorga - publicado el 14/11/17

La familia es el lugar decisivo para recibir y conocer el amor entrañable que prepara para el  matrimonio.

Cuando éramos pequeños mis hermanos y yo, mi padre solía viajar con frecuencia por motivo de negocios y siempre mantenía la comunicación por hermosas cartas de su puño y letra.

Mi madre las leía en voz alta,  sobre todo en la parte en que se dirigía a nosotros, sin embargo, una buena parte por lo general quedaba entre ellos. Lo que si no se nos escapaba es que siempre se despedía de mi madre con la frase: “Tuyo, con entrañable amor”.

Muchos años y muchas cartas con la misma despedida en esas circunstancias, y una vida en común de sincero y profundo amor entre ellos, hasta que mi padre murió, y mi madre  conservo su presencia  tal como si  hubiera seguido viviendo en ella hasta el final de sus días.

Ahora, en mi vida adulta y ya casada, también suelo viajar por motivos de trabajo y con la nueva tecnología del WhattsApp, mantenemos mi esposo y yo constante comunicación, en donde convencida también apelo a la frase “con entrañable amor”.

Ahora puedo comprender profundamente el por qué mi madre conservó tan vivos recuerdos de mi padre. El entrañable amor es todo aquello que se siente en el cuerpo y se comunica al espíritu, y este a su vez manifiesta sus afectos haciendo brotar las expresiones propias de los enamorados.

Son frases que el espíritu conoce y siente como: “¡Cuánto extraño tus caricias!”; “La sola idea de que pronto te veré me quita el cansancio.” ;“¡Qué alegría que me llamaras!”; “Tu recuerdo despierta en mí una gran ternura”.   Son frases que manifestan un amor que surge de las entrañas y se siente en las entrañas con intima aceptación.

Era lo que en las cartas mi madre reservaba para sí y lo hacía entreverando el amor de mi padre con un amor que nacía a su vez desde sus propias entrañas, reconociendo en cada palabra escrita toda la intensidad de la verdad del amor entre ellos.

En ese entreverado, ya no era ya lo que ella sentía o lo que mi padre sentía, sino lo que ambos sentían. Un sentimiento común de apertura y acogida mutua en experiencia íntima, como bien y patrimonio común,  expresado con sus propias palabras, en sus propias formas.

Así, como una manifestación más de ese entreverado, afloraban palabras como: “pichoncito”,“ reina mía”, “chiquitita”, “tesoro”. Son comunes en tantos matrimonios, pero convertidas en solo suyas, pues eran el código de íntimo reconocimiento y aprobación de su amor desde sus respectivas intimidades.

Un amor  arduamente trabajado en los claroscuros de la existencia humana, en la que se amaron no a pesar de sus defectos y limitaciones sino a través de los mismos.

Su amor, siendo lo primero entre ellos, se extendió hacia nosotros amándonos de igual manera con un amor entrañable e incondicional, educándonos y enseñándonos que auto reconocimiento, auto aprobación y auto intimidad, permiten la comunicación del propio cuerpo con la propia alma, lo que capacita el buen amor entre varón y mujer.

Nos educaron así para el matrimonio, porque el amor conyugal verdadero y bueno es un amor entrañablemente afectivo.

Soy consciente de que cada persona tiene para sí mismo su propio amor, su trato, sus afectos y sus sentimientos que pueden ser de mayor o menor calidad; pueden ser armónicos y positivos, también puede ser traumatizantes y dolorosos.

Y de que cuando las cosas van bien en el amor conyugal, significa que aceptamos nuestros defectos y limitaciones mientras luchamos con ellos, sin que por ello sean un estorbo en el trato amoroso con nosotros mismos, por lo que nos encontramos más capacitados para conjuntar ese amor de nosotros con el propio del otro, configurando así el núcleo original del amor conyugado.

En caso contrario significa que estamos incorporando al amor conyugal, las anomalías, carencias, traumas y fracturas de amor propio o de nosotros mismos.

Esto explica que la familia, desde el nacimiento hasta la constitución ya madura de la personalidad, sea la escena primera y el lugar decisivo para recibir amor entrañable incondicional o haber sufrido su carencia.

La familia marca para bien o para mal la capacidad de dar y recibir afecto.

La experiencia clínica demuestra cada día la conexión existente entre el haber sufrido una infancia y una adolescencia traumatizada en familia, y la incapacidad para el amor entrañable y afectivo hacia los demás, es decir para configurar el amor conyugal y familiar.

Con todo, se puede haber llegado al matrimonio con esa limitación, pero cabe siempre la esperanza de sanarla en sus raíces, adquiriendo la capacidad de integrar armónicamente todas las partes del ser corporal y espiritual que necesariamente concurren en una sana relación amorosa.

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