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María de Edesa: De anacoreta a prostituta y finalmente santa

SAINT MARY

Public Domain

Meg Hunter-Kilmer - publicado el 12/11/17

Una santa para aquellos que han amado a Jesús pero se han alejado

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Algunos santos son dulces y puros durante toda su vida; otros viven años como pecadores descontrolados antes de experimentar una gran conversión. Y luego están quienes intentan con un poco de cada cosa. Para aquellos de nosotros que sentimos que estamos en la fase de pos-conversión de nuestras vidas, pero seguimos fallando, estos últimos son santos que nos recuerdan que incluso Jesús cayó bajo su cruz. Lo importante no es no caer nunca, sino volver a levantarnos y continuar avanzando.

Santa María de Edesa nació en una familia noble de la Siria del siglo IV. Sus padres murieron cuando ella solo tenía 7 años, pero fue adoptada por su tío, san Abraham Kidunaia, y empezó una vida extraordinariamente santa.

Durante 20 años, María vivió como anacoreta, siguiendo el consejo de su tío eremita, buscando una vida profunda de oración y sacrificio. Sin embargo, un día, un monje indigno de este nombre vio a María cuando visitaba al padre Abraham. Decidido a seducirla, dedicó un año a ganarse la amistad de María, a intimar cada vez más hasta que la joven inocente se entregó a él, en cuerpo y alma.

Horrorizada por su pecado, María desgarró su túnica y deseó la muerte. Como Adán y Eva, estaba tan avergonzada que se escondió de quien la amaba. “¿Cómo podría intentar siquiera hablar con mi santo tío?”, se preguntó angustiada. “Visto que ya estoy muerta y sin esperanzas de ganar la salvación, haría mejor en marcharme de aquí e irme a alguna tierra extranjera donde nadie me conozca”.

Debería haber sabido que podía hacerlo mejor. Incluso tras rendirse a la debilidad de la carne, después de caer debería haber recordado la misericordia de Dios y entregarse a ella. Ser cristiano, después de todo, significa ser profundamente amado por un Dios que nos ve con todos nuestros pecados y nos ama de todas formas. Después de que María cayera, solamente tenía que volverse hacia el Señor y suplicar perdón; en vez de eso, sucumbió a la desesperación.

Es una historia que a todos nos resulta familiar. Un “buen cristiano” comete un gran error y nunca regresa. El diablo retuerce nuestro orgullo en la convicción de que nunca podemos ser perdonados, nunca seremos lo que fuimos, de modo que nos sumergimos de cabeza en el pecado, dejando así que eso nos defina en vez de permitir a Cristo que firme su nombre sobre nuestro pasado una vez más y nos reclame como suyo.

La desesperación de María la convenció de que con caer una vez, nunca podría volver a ser santa. María huyó de su sagrado hogar en el desierto y lo cambió por un burdel, donde vivió como la pecadora que estaba convencida había de ser.

Mientras tanto, Abraham permanecía ajeno a todo lo que había sucedido. Pero aquella noche tuvo una visión de un dragón consumiendo a una paloma; dos días después, vio al mismo dragón con su tripa abierta. Se acercó para extraer la paloma, milagrosamente intacta. Cuando llamó a su sobrina para contarle su visión y no recibió respuesta, Abraham se dio cuenta de que ella era el sujeto de la visión. El diablo había secuestrado a la hija de su alma y todo lo que podía hacer en su ausencia era rezar por ella.

Y rezó, durante dos años. Finalmente, le llegaron noticias de que su dulce y pura María vivía como prostituta. De haber sabido que su tío descubriría su estilo de vida, seguramente María habría esperado que él se mostrara indignado y despectivo. Pero el padre Abraham era un sacerdote cristiano y un padre espiritual; como el Buen Pastor, marchó sin dudarlo un momento dispuesto a traer a casa a su cordero perdido.

Hacía décadas que Abraham no salía de su retiro, pero se disfrazó de soldado y empezó su viaje. Concertó una cita con María la prostituta, que no lo reconoció hasta que empezó a llorar y a suplicarle que volviera a casa. Conmovida por la fuerza de su amor, María regresó a su ermita y empezó una vida de penitencia. A los tres años, Dios reconoció su auténtica conversión (y dio muestra de su abundante misericordia) concediéndole el don de los milagros. Más que volver sencillamente a su estado original de santidad, María fue conducida a través de la perversidad para llegar a una mayor oración, una mayor virtud y un mayor poder en Cristo.

Mientras hablaba con María en el prostíbulo, san Abraham le recordó: “No hay nada de nuevo en caer durante la lucha; el mal está en quedarse caído”. Santa María de Edesa es una testigo poderosa de lo que Dios es capaz de hacer cuando le ofrecemos nuestro pecado… y también de lo que somos capaces nosotros cuando no lo hacemos.

El 29 de octubre, festividad de santa María de Edesa y san Abraham Kidunaia, pidamos su intercesión por todos los que amaron a Jesús pero se han descarriado, para que tengan el valor de confesar sus pecados y ser renacidos. Santa María de Edesa, ¡reza por nosotros!

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