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¿Soy yo mismo o escondo mi yo verdadero a los demás?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 11/11/17

¿Cómo muestran mis hechos mis más íntimas creencias y convicciones? ¿Hablan mis obras de quien yo soy?

Jesús me habla de la verdad que se expresa en hechos. Me pide que sea capaz de hablar de lo que hago y hacer lo que digo.

Me siento fariseo, falso. Lejos del ideal. Tropiezo.

Miro hoy a Jesús que vivió siempre de acuerdo a como hablaba. Sus palabras tienen la misma fuerza de sus obras. Él habló de la misericordia del Padre amando compasivamente a todos, a cualquiera. Es la coherencia de vida hecha carne.

Yo me veo incoherente muchas veces. Miro en mi interior. ¿Cuál es mi palabra principal, la que toca mi vida? ¿Cómo la plasmo? Esa es en realidad la única manera de mostrar a Cristo con mi vida. Con la integridad de mis actos. Con la unidad de mi pensamiento y de mis obras.

Lo intento una y otra vez. Pero no lo consigo siempre. Y tal vez por eso me gustan tanto las personas auténticas. Los que no son apariencia. Los que son lo que muestran. Los que dicen lo que piensan y hacen lo que predican.

Me gusta esa coherencia sagrada de una vida entregada. Una vida honesta. Esa es la santidad verdadera. La de aquellos pequeños que se saben salvados por un amor misericordioso. Así quiero vivir yo siempre.

Pero no sé si a veces miento con mis obras. Cada vez que no soy fiel e incoherente me parezco a los fariseos. Cada vez que no amo en verdad soy como ellos. Cuando exijo cosas que yo no hago.

La única forma de convencer al mundo del amor de Dios es siendo ese amor hecho carne que se abaja. Un amor sin palabras. Un amor de obras irrefutables y convincentes.

La única forma de educar a los hijos en los valores que yo anhelo es vivir esos valores hasta sus últimas consecuencias. Solo así seré creíble. Estoy hecho para la luz, no para la oscuridad. Para vivir en la verdad y no en la mentira.

Tengo un rechazo profundo a la mentira. A las medias verdades, a la oscuridad. A Jesús le gustaban los hombres auténticos, sencillos, de una pieza, llenos de luz. Aunque fueran torpes y pecadores. Como Pedro, que decía lo que sentía

¿Cómo son mis palabras? ¿Cómo se expresa lo que digo en hechos? ¿Cómo muestran mis hechos mis más íntimas creencias y convicciones? ¿Hablan mis obras de quien yo soy?

Comenta Juan Martín Descalzo: Es mucho poder decir de un ser humano que ha logrado esa doble maravilla: que el sol arda en sus manos y que haya sabido repartirlo. No sé cuál de las dos hazañas es más prodigiosa. Solo los santos, los genios, los grandes amantes, tienen el sol en las manos. Son personas que, cuando pasan a nuestro lado, dejan un rastro en nuestro recuerdo, en nuestras vidas.

Una vida verdadera ilumina, deja a su paso un reguero de luz. Una vida llena de mentiras hace que se imponga la oscuridad. A veces no es que yo sea mentiroso. Lo que pasa es que no logro ser fiel a mí mismo. Hago lo que hacen otros. Me mimetizo con la masa. Hablo como otros hablan. Pienso como ellos piensan. Me escondo en un grupo que ha enarbolado una bandera. Ya sea esta política, moral, o religiosa.

Pero no siempre es todo blanco o negro. Pienso por mí mismo. Tengo mi propio modo de actuar. Hay algo en mi alma que es sólo mío. Un trozo del corazón de Dios que ha puesto en mí al crearme. Un reflejo original de su belleza.

Es como una nota musical que es sólo mía. Sólo yo la hago sonar. Y al hacerlo soy más pleno. Eso es ser fiel a la verdad que hay en mí. No se trata de hacer las cosas y actuar de la misma forma que todos. Quiero hacerlo de acuerdo a mi manera.

¡Cuántas veces ignoro lo que hay dentro de mí! Me limito a copiar. Imito a otros y me dejo llevar por lo que otros sostienen o viven.

Pero algo en mí no encaja. Estoy triste. No vivo en la verdad. Y entonces no soy creíble, ni siquiera para mí mismo. Mi afán de pertenecer es tan grande que a veces me olvido de lo más personal que poseo.

En la educación hay dos valores que cuentan. Uno es la pertenencia. Formar parte de una familia, de una comunidad, de un grupo. Y el otro es la diferenciación, la originalidad.

Quiero ser fiel a lo original que hay en mí. Yo formo parte de un grupo pero soy más que ese grupo. Tengo mis propios matices, y pienso por mí mismo. Mi nombre es solo mío. Me diferencia. Mi nota musical.

Mi alma sólo es para Dios. Esa verdad personal, esa llamada única de Dios, implica una misión original. Creo que la felicidad tiene mucho que ver con descubrir esa verdad en lo más hondo y vivirla en plenitud. Y entregar ese amor original que Dios ha sembrado en mi alma. Si no lo logro no seré nunca feliz. Y viviré mendigando consuelos.

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