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¿Cuáles son los desafíos del racismo que enfrenta hoy Estados Unidos?

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Fibonacci Blue-(CC BY 2.0)

Jaime Septién - publicado el 08/11/17

Aún queda un gran camino por recorrer

El cardenal y arzobispo de Washington, Donald Wuerl, publicó a principios de noviembre una muy importante reflexión-carta pastoral que intituló “El desafío del racismo hoy” en la que, a la vez que constata la riqueza que diversas culturas han dado a Estados Unidos “también sabemos que todavía tenemos un largo camino por recorrer para entender la armonía a la que estamos llamados como familia humana”.

Para el cardenal Wuerl el racismo es una realidad que lesiona al país, porque lo divide. Y los cristianos tienen frente a sí “la misión de la reconciliación”. Por ello –indica en su Carta Pastoral– los obispos de Estados Unidos han establecido un Comité Ad Hoc contra el Racismo formado por miembros del clero y por hombres y mujeres seglares “con el cometido de denunciar este mal que es causa de desunión y de gran daño”.

Los obispos estadounidenses han elevado una voz colectiva contra el racismo en otras ocasiones. El cardenal Wuerl recuerda la reflexión pastoral “Hermanos y Hermanas para Nosotros” (1979) y en la propia arquidiócesis de Washington, el ejemplo del cardenal Patrick O’Boyle y las medidas que tomó “para eliminar la segregación en nuestras escuelas católicas varios años antes de que la Corte Suprema abordara este problema”.

¿Por dónde empezar?

Para enfrentar el problema del racismo, piensa el cardenal Wuerl, hay que comenzar sabiendo que “las divisiones que nos aquejan hoy en día, que se basan en el color de la piel o el origen étnico de una persona, obviamente no forman parte del plan de Dios”. La intolerancia a otra persona, sea por raza, nación, sexo o color de piel, es, “en última instancia, una negación de la dignidad humana”.

Como subrayaban en 1979 los obispos estadounidenses, dice en su Carta Pastoral el arzobispo de Washington, “el racismo es un pecado”. Es un pecado porque “divide a la familia humana, oculta la imagen de Dios entre los miembros específicos de esa familia y viola la dignidad humana fundamental de aquellos que están llamados a ser hijos del mismo Padre”.

El racismo se define como un pecado “porque ofende a Dios al negar la bondad de la creación” y, reconoce el cardenal, Estados Unidos ha sido testigo de la explotación y la opresión de los pueblos indígenas, asiáticos, latinos, japoneses, estadounidenses y otros, e incluso personas que provienen de varias partes de Europa. “Pero en nuestra patria, la evidencia más profunda y extensa del racismo radica en los tiempos de la esclavitud, la segregación y los efectos persistentes que han experimentado hombres, mujeres y niños afroamericanos”.

La manifestación del racismo continúa

En su reflexión pastoral, el cardenal Wuerl pide a todos los estadounidenses reconocer que, en su país, “el racismo continúa manifestándose de muchas maneras” y aquello que debería ser una bendición –la diversidad de orígenes, experiencias y culturas— se convierte en un obstáculo para la cohesión de la comunidad.

La diferencia significa pluralidad, no ser mejor o peor. La igualdad entre todos los hombres y mujeres no significa que todos deban hablar, hablar y pensar de la misma manera y actuar en forma idéntica. La igualdad no significa uniformidad. “Más bien, cada persona debe ser vista en su singularidad como un reflejo de la gloria de Dios y como un miembro pleno y completo de la familia humana”, dice el cardenal Wuerl en la parte medular de su Carta Pastoral.

Sin embargo, no todos están dispuestos a asumir el llamado a la unidad, que en los cristianos es un imperativo. Dice el prelado estadounidense que para ser fieles a Cristo y responder a su enseñanza de que todos somos uno y, por lo tanto, uno con los demás, debemos recordar lo que dice el número 51 de la Lumen Gentium: “todos somos hijos de Dios y constituimos una sola familia en Cristo”.

Compromisos reales

La intolerancia y el racismo no desaparecerán nunca –piensa el cardenal Wuerl– si no tomamos conciencia y todos hacemos un esfuerzo concertado. “Es preciso, pues, renovar el compromiso de erradicarlo de nuestros corazones, de nuestras vidas y de nuestra comunidad”. De nada sirve hacer declaraciones “políticamente correctas” si no hay un cambio “en la actitud básica del corazón humano”: aceptar que todos somos hijos de Dios.

Como pidió San Juan Pablo II, en el Gran Año Jubilar del 2000, se trata ahora de reconocer los pecados cometidos por los miembros de la Iglesia, en este caso durante la historia de la Iglesia en Estados Unidos, de buscar la reconciliación y el arrepentimiento mediante la oración que ayuda a sanar las heridas del pecado.

“Hoy es necesario reconocer los pecados pasados ​​del racismo y avanzar, con un espíritu de reconciliación, hacia una Iglesia y una sociedad donde se curen las heridas del racismo. En este proceso, debemos avanzar hacia la luz de la fe, aceptando a cuantos nos rodean, y dándonos cuenta de que nunca debemos olvidar que han sido heridos por el pecado del racismo”, escribe el prelado estadounidense

Reconciliarse es reconocer

Con el afán de encontrar un sentido a la acción específica y tras mostrar lo que ha hecho su arquidiócesis en ese sentido, el cardenal Wuerl pide reconocer “el testimonio de los católicos afroamericanos, que a través de las épocas de esclavitud, segregación y racismo se han mantenido firmes en su fe”. También “la fe perdurable de los inmigrantes, que no siempre se ha sentido bienvenidos en las comunidades en las que hoy se forman sus hogares”.

El hecho de responder al amor de Cristo ha de llevarnos a la acción. “Necesitamos avanzar hacia el nivel de la solidaridad cristiana”. El término, conlleva implicaciones prácticas de lo que significa reconocer nuestra unidad con los demás. En un sentido, “la solidaridad es nuestro compromiso de la unidad que actúa en el orden práctico”, subraya el cardenal Wuerl.

Y termina su Carta Pastoral diciendo: “Es posible que la eliminación del racismo parezca una tarea abrumadora para cualquiera de nosotros e incluso para toda la Iglesia. Sin embargo, ponemos nuestra confianza en el Señor. En Cristo, todos somos hermanos el uno para el otro”.

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