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¿Estás buscando siempre que otros te solucionen los problemas?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 01/11/17

Quiero aprender a cambiar mi forma de pensar. Ante las contrariedades de la vida me levanto y lucho

Creo que tengo poca tolerancia a la frustración. Hago planes y persigo objetivos. Pero súbitamente todo se viene abajo. Un imprevisto, un imponderable. Algo frustra mis planes. Me rebelo, me lleno de ira y rabia. Me desaliento y pierdo la esperanza. Me pongo negativo y triste.

Definitivamente tengo un problema. Mi poca tolerancia a la frustración me hace infeliz. Tal vez es que desde niño me acostumbré a lograr todo lo que quería. O la vida me lo puso fácil. O fueron mis padres con su afán de protección. Por eso quizás no desarrollé la fuerza interior necesaria para vencer los obstáculos, sin darme por vencido.

Veo a tantas personas que se hunden ante la más pequeña contrariedad en sus vidas. Como esos niños caprichosos que se creen con derecho a poseer todo lo que desean. Sin esfuerzo. Sin sacrificio. Sin exigencia. No hay lucha. No existen los obstáculos.

Los padres solucionadores de problemas dejan el camino allanado a sus hijos. Les hacen un flaco favor. Les evitan posibles fracasos y golpes. Por evitar sus caídas los hacen débiles. No quieren que tengan que esforzarse.

Corro el riesgo de volverme blando y cómodo cuando busco a personas que me solucionen los problemas. Busco a alguien que me lo ponga todo más fácil. Alguien que me consiga lo que me hace falta.

Ante cualquier problema busco esa ayuda. Me ahogo en un vaso de agua y no sé ver lo bueno oculto en lo malo que me sucede. Me lleno de rabia y rencor, echando la culpa de mi fracaso a un mundo injusto.

Y utilizo expresiones que me hacen daño, porque son falsas: Siempre me sale todo mal a mí. Nunca logro lo que deseo. Siempre hay otros que triunfan. Siempre soy yo el que fracasa. Esos pensamientos negativos sobre mí mismo me hacen daño. Esa imagen falsa de la vida se mete dentro del alma. Esos sentimientos al mirar mi camino me llevan a perder la esperanza en el futuro.

Entonces me vuelvo negativo y todo lo veo mal. No hay matices en mis juicios. Todo me parece blanco o negro. No veo los grises que me permiten mirar la vida de otro color.

Travis Bradberry habla sobre las actitudes tóxicas: Si no adoptas una perspectiva objetiva, tus emociones seguirán sesgando tu percepción de la realidad y serás vulnerable al efecto de los monólogos internos pesimistas, que pueden impedirte aprovechar todo tu potencial.

Ante mi enfado y frustración me vuelvo vulnerable. Dejo de aprovechar mi potencial. Dejo de ver la luz. Cedo al pesimismo. Me amargo y me vuelvo crítico. No dejo que otros triunfen a mi lado, los juzgo. Tengo poca tolerancia a la frustración.

Quiero aprender a cambiar mi forma de pensar. Ante las contrariedades de la vida me levanto y lucho. No me quedo lamentándome mientras me lamo las heridas. Vuelvo a la lucha, no me doy por vencido.

Me gusta la actitud de los que nunca se cansan de entregar la vida, un día tras otro. Esa fuerza infinita es la que me hace resiliente. Capaz de enfrentar las dificultades del camino. Entonces logro ver lo bueno que hay en mí y en los hombres. Veo la bondad en los que antes sólo veía lo malo.

Decía el P. Kentenich: Debemos reconocerles a los demás el derecho a su modo de ser. Por eso, educarnos primero nosotros y ver en el otro más lo positivo, lo valioso, antes que poner siempre en primer lugar lo que en él no me agrada. No es que queramos negar lo que haya de negativo, Dios lo sabe. Por el contrario, será muy valioso si sabemos claramente, uno del otro, donde está la pequeña o la gran originalidad y donde empieza el defecto [1].

Aceptar los defectos. Ver las virtudes y los talentos. No convertir las propias debilidades en barreras infranqueables, en obstáculos insalvables.

Soy historia por hacer y me voy haciendo cada día desde mi barro. Tengo mucho potencial que todavía no he explotado. Semillas que han de morir para dar vida. Quiero creer en todo lo que puedo llegar a ser. Miro lo bueno que hay en mí, la semilla escondida, y eso me ayuda a ver lo bueno que hay en los demás.

Quiero que mi frustración no me llene de amargura. Es el peor de los sentimientos. Porque acaba con la luz y me hace infeliz. Y logra que no vea lo bueno en los demás, ni en mí mismo. Y dejo de alegrarme con la felicidad ajena.

Quiero mirar con luz y paz la vida de los demás. Aprender de las contrariedades del camino que me exigen paciencia y un espíritu positivo ante la vida. La fuerza de volver a empezar. Así suele ser en mi vida.

Las dificultades me tienen que hacer más fuerte. Más de Dios. En los fracasos me vuelvo más humilde. Cuando caigo me levanto y vuelvo a empezar consciente de lo que tengo y de lo que me falta.

Sé cuáles son mis dones y mis carencias. Veo mi misión con claridad. No lo veo todo negro. Puedo fracasar, puedo salir adelante. No veo que todo sea blanco. Puedo vencer igual que puedo caer derrotado. No siempre es fracaso no ganar una batalla. La guerra de la vida es muy larga. Y en todas las batallas que enfrente podré ganar o perder. Pero al final es Dios el que vence en mí cuando me dejo moldear por Él.

Me gusta mirar así la vida. Caigo de nuevo. Caigo y me levanto. No vivo frustrado y enfadado con el mundo. No busco enemigos por todas partes. Me alegro de lo que tengo. Y acepto que no todo lo puedo conseguir en esta vida. Sé que mis tropiezos me enseñarán a caminar más lejos. Y en medio de mis caídas me levantaré y no me quedaré derrotado. Me gusta esta forma de ver la vida.

[1] J. Kentenich, Milwaukee Terziat, 1962. Tomo I

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