Thor Ragnarok: La venganza del Dios del Trueno

De entre todos los personajes clásicos de Marvel Comics, quizás Thor Odinson sea uno de los más complicados de abordar sin caer en la mera repetición de esquemas previos.

Y es que, más allá de la dupla Stan Lee/Jack Kirby –al fin y al cabo, sus creadores, sobre todo este último–, de Walt Simonson y, en los últimos años, Jason Aaron, no ha habido tantos creadores capaces de explotar el potencial narrativo de ese universo, y sobre todo las posibilidades casi infinitas de expansión que le proporcionan sus raíces dentro de la mitología nórdica.

Por eso las dos primeras adaptaciones cinematográficas del personaje, Thor y Thor: El mundo oscuro, pese a atesorar ciertas –si bien limitadas– virtudes, no acababan de cuajar: es mucho más fácil hacer funcionar al Dios del Trueno por contraste, de ahí que Chris Hemsworth estuviera mejor tanto en Los Vengadores como en Vengadores: La era de Ultrón.

Consciente de ello, a la hora de plantearse una tercera aventura del superhéroe, Taika Waititi ha optado casi por deconstruir al personaje, reinterpretándolo desde un ángulo cómico, desenfadado, semejante al de Guardianes de la Galaxia, pero sin renunciar del todo a la dimensión épica y grandilocuente de su mundo particular.

El neozelandés parte de la estructura planteada inicialmente por los guionistas Craig Kyle y Christopher Yost –e inspirada en Los siete samuráis de Akira Kurosawa– y se la lleva al terreno del artefacto pop, construyendo una especie de odisea espacial pulp que bebe tanto de la desbordante imaginación visual de Kirby como del heterogénero concepto de la ciencia-ficción de la revista francesa Métal Hurlant.

Como en algunas de sus anteriores obras, Waititi divide la acción en pequeñas viñetas que se van entrelazando y que, la verdad, no siempre tienen el mismo interés, pero al mismo tiempo tan particular construcción dota al largometraje de un ritmo imparable, que logra que sus 130 minutos acaben pasando en un auténtico suspiro.

No obstante, uno de los detalles más interesantes de Thor Ragnarok es que, entre chiste y chiste, dibuja un arco dramático para su protagonista que subvierte la que, en teoría, es su cualidad más destacable: la fuerza bruta.

Frente la imparable amenaza de su hermana Hela (Cate Blanchett), la auténtica primogénita de Odín (Anthony Hopkins), el Dios del Trueno aprende –claro está, por las malas– a entender la importancia de sí mismo como figura, como símbolo, pero también se ve impelido a recurrir al ingenio y a la estrategia para obtener una (pírrica) victoria.

Waititi, plenamente consciente del potencial de los actores que tiene delante, exprime al máximo su vis cómica, y afila los diálogos para que todos ellos –empezando por un Hemsworth que lleva años pidiendo a gritos que le construyan un vehículo humorístico propio– puedan hacer gala de un timing casi de comedia screwball.

Ojalá más productos Marvel tuvieran la inteligencia de Thor Ragnarok para retorcer los preceptos de la Casa de las Ideas hasta, respetando su idiosincrasia básica, ofrecer una variación personal y llena de ideas originales de la misma.