Todos podemos hacernos santos, incluso en el trabajo ordinario
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“Santificar el trabajo, santificarse en el trabajo, santificar a los demás con el trabajo”. Ha sido una realidad vivida con esfuerzo y naturalidad.
Sin embargo, la teología exige no sólo el vivir sino el reflexionar sobre lo que se vive. Cada vez he sido más consciente de que sabía reflexivamente que era santificarse en el trabajo y que era santificar a los demás con el trabajo.
Para santificar es necesario hacerlo humanamente bien, cuidando las cosas pequeñas por amor; que debe ser mucho, intenso, constante y ordenado; que lo importante era hacer el trabajo bien, no que saliera bien; que se debía hacer con rectitud de intención, sólo para agradar a Dios;… El trabajo tiene como objeto la humanización del mundo.
Pero, ¿qué es humanizar al mundo? ¿qué relación existe entre el aspecto subjetivo y objetivo del trabajo? ¿qué relación hay entre entre el trabajo y el nuevo cielo y la nueva tierra?
La respuesta viene contemplando a Jesús en Nazaret, al preguntarse: ¿qué ha quedado del trabajo de Cristo como artesano en el hogar de Nazaret? Y la respuesta es: nada material -no nos ha quedado la menor reliquia de su trabajo en la tierra-, lo que Cristo ha hecho con su trabajo -lo que permanece- es empapar de amor la tierra en que vivimos.
Después la conclusión es inmediata: – trabajar es aquella actividad que tiene como objeto humanizar el mundo: convertir el mundo en el “hogar” de los hijos de los hombres, en él el aspecto objetivo es secundario; y – santificar el trabajo es hacerlo de tal modo que transforme el mundo en el “hogar” de los hijos de Dios: que el mundo entero sea el “hogar de Nazaret”.
Los que viven entregados al trabajo, con frecuencia duro, conviene que en ese mismo trabajo humano se perfeccionen, ayuden a sus conciudadanos, traten de mejorar la sociedad entera y la creación; mas aún, traten también de imitar, en su activa caridad, a Cristo, cuyas manos se ejercitaron en el trabajo, y que continúa trabajando siempre por la salvación de todos en unión con el Padre; gozosos en la esperanza, ayudándose unos a otros a llevar sus cargas y sirviéndose del trabajo cotidiano para subir a una mayor santidad, incluso apostólica. (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 41).
Se trata de santificar el trabajo ordinario, de santificarse en esa tarea y de santificar a los demás con el ejercicio de la propia profesión, cada uno en su propio estado. (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 122).
Desde ahora, pues, hermanos, cantemos, no por amenizar nuestro descanso, sino para sostener nuestros trabajos, como se canta de camino: «Canta pero camina; mantén tu trabajo cantando; no te dejes llevar de la pereza; canta y camina». ¿Qué quiere decir «camina»? Progresa, progresa en el bien […], progresa en la verdadera fe, progresa en la santidad. Canta y camina. (S. AGUSTíN, Sermón 256).
A veces, nuestras caminatas llegaban al monasterio de Las Huelgas, y en otras ocasiones nos escapábamos a la Catedral. Me gustaba subir a una torre, para que contemplaran de cerca la crestería, un auténtico encaje de piedra, fruto de una labor paciente, costosa. En esas charlas les hacía notar que aquella maravilla no se veía desde abajo. Y, para materializar lo que con repetida frecuencia les había explicado, les comentaba: ¡esto es el trabajo de Dios, la obra de Dios!: acabar la tarea personal con perfección, con belleza, con el primor de estas delicadas blondas de piedra. (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 65).
Comprendían, ante esa realidad que entraba por los ojos, que todo eso era oración, un diálogo hermoso con el Señor. Los que gastaron sus energías en esa tarea, sabía perfectamente que desde las calles de la ciudad nadie apreciaría su esfuerzo: era sólo para Dios. ¿Entiendes ahora cómo puede acercar al Señor la vocación profesional? ~ tú lo mismo que aquellos canteros, y tu trabajo será también operatio Dei, una labor humana con entrañas y perfiles divinos. (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 65).
Artículo originalmente publicado por encuentra.com