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Las dos mentiras de nuestro tiempo que matan el amor

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Flickr.com/ Bill Gracey

Silvia Lucchetti - publicado el 23/10/17

Los falsos mitos de lo nuevo y de la libertad que nos impiden vivir "el para siempre"

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¿Es posible el amor eterno? ¿Por qué les parece a muchos un valor definitivamente muerto? A menudo somos testigos de los discursos cínicos de quien sostiene que cualquier amor, aunque sea el más grande, está inevitablemente destinado a no durar para siempre, pero ¿es realmente así?

En el libro «Diario de un psicólogo distraído» el doctor Davide Cinotti, psicoterapeuta y Director del Centro Diocesano Familia de la Diócesis de Alife-Caiazzo (CE), enfrenta las problemáticas actuales del amor identificando dos falsos mitos peculiares de nuestro tiempo.

La mentira de lo nuevo

El primero es la mentira de lo nuevo: estamos convencidos que la novedad es de por sí fuente de felicidad para nuestra vida, estamos obsesionados por lo que nos falta, vivimos sin gozar del presente pero con la mirada continuamente proyectada sobre el futuro que soñamos maravilloso y lleno de cosas nuevas y atractivas, que deseamos a cualquier precio sin realmente saber qué queremos de verdad.

«(…) en nuestro alienante contexto cultural, el bien, la felicidad, la alegría están siempre proyectadas hacia lo nuevo. Nuevo proyecto, nueva pareja, nueva experiencia. El presente está constantemente vaciado por el potencial futuro. El presente es como una bolsa vaciada de su contenido e inexorablemente lista a colmarse de nuevas sustancias ilusorias. Deseamos lo que no tenemos todavía. Cuando en cambio se podría detener a observar, a madurar un sentido de pertenencia con lo que ya hay. San Agustín decía que la felicidad es poder desear lo que se tiene. Nosotros desgraciadamente vivimos aspirados por el ciclón de lo nuevo, por el ciclón famélico del «no tengo».

La mentira de la libertad

La segunda mentira es la mentira de la libertad y en consecuencia, como afirma el autor, la de la autodeterminación.
Estamos sedientos de una libertad y de una independencia falsa, que hace agua por todas partes. Pensamos que somos los únicos dueños de nuestra vida sin darnos cuenta que dependemos de todos, que la vida no nos la dimos solos, sino que somos frágiles e hijos. De nuestros papás y antes de Dios.
«Actualmente el ser humano parece no necesitar del otro para hacer las cosas. Vivimos en el fantasma narcisista de la auto-generación, de la auto-afirmación, de la auto-producción, del self employed. Nosotros no somos dueños de nuestras vidas, nos engañamos pensándolo. ¿Por qué fluye nuestra vida? Porque existe un corazón en nuestra caja torásica que late independientemente de nuestra voluntad, no se controla. Mientras más buscamos detenerlo, más se acelera el latido. Y con el corazón la respiración, los pulmones. Nuestros órganos internos funcionan independientemente de nuestra voluntad, como si tuviéramos muchos extranjeros dentro de nosotros mismos que nos asustan en el momento en que empezamos a hablar».

En el fondo llegamos a pensarnos como seres sin vínculos generativos, negando además la misma biología y la condición de criaturas venidas al mundo gracias a alguien más.

«¿Qué poder tenemos sobre nuestra vida? Somos esclavos de otras funciones y sobre todo hemos sido generados por otro, no nos hemos auto-generados de la nada, nadie se genera a sí mismo. Si sólo nos detuviéramos a pensar que todos nosotros somos «hijos», podríamos empezar a reflexionar sobre la necesaria objetividad de «no poder ser nunca auto-determinados». Todos nosotros somos siempre hijos, sin necesariamente ser padres o madres o hermanos o nietos. En cuanto tales, todos somos inexorablemente venidos, paridos por otro. Todos provenimos de otro y lo llevamos en nuestro cuerpo y en nuestro subconsciente llevamos las palabras del otro. Nosotros somos hechos del otro, somos hechos «de Otro»».

«El para siempre» es la verdadera rebelión

El pensamiento egoísta dominante, la fracasada capacidad de asumirse la responsabilidad duradera, siempre a causa de las famosas mentiras de la libertad y de lo nuevo, citadas arriba, no deja espacio al amor para siempre, a la indisolubilidad del vínculo matrimonial. El Papa interviene a menudo sobre este argumento para invitar, sobre todo a los jóvenes, a ir contracorriente y rebelarse frente a esta cultura de lo efímero y lo provisorio:

«Dios llama a opciones definitivas, tiene un proyecto para cada uno: descubrirlo, responder a la propia vocación, es caminar hacia la realización feliz de uno mismo. Dios nos llama a todos a la santidad, a vivir su vida, pero tiene un camino para cada uno. Algunos son llamados a santificarse construyendo una familia mediante el sacramento del matrimonio. Hay quien dice que hoy el matrimonio está “pasado de moda”. ¿Está pasado de moda? [No…]. En la cultura de lo provisional, de lo relativo, muchos predican que lo importante es “disfrutar” el momento, que no vale la pena comprometerse para toda la vida, hacer opciones definitivas, “para siempre”, porque no se sabe lo que pasará mañana. Yo, en cambio, les pido que sean revolucionarios, les pido que vayan contracorriente; sí, en esto les pido que se rebelen contra esta cultura de lo provisional, que, en el fondo, cree que ustedes no son capaces de asumir responsabilidades, cree que ustedes no son capaces de amar verdaderamente. Yo tengo confianza en ustedes, jóvenes, y pido por ustedes. Atrévanse a “ir contracorriente”. Y atrévanse también a ser felices.» (Encuentro con los voluntarios de la XXVIII JMJ

El amor no vive de la renta

Todos nosotros deseamos en nuestro corazón un amor que dure para siempre, una vida entera, pero como dice el autor «ningún amor vive de la renta», es un trabajo continuo sobre nosotros mismos y sobre la pareja, aceptar cada día las características del otro tan lejanas a las nuestras, sin temer las dificultades que se encuentran y las discusiones:

«El matrimonio (…) es una inversión que, si se alimenta y se cuida diariamente, enriquece tanto a hombres como a mujeres. Es necesario saber esperar los tiempos del otro, aunque estos tiempos se alarguen excesivamente. No existe el matrimonio perfecto, existe siempre incluso en las parejas más sólidas algo que «no funciona», algo que no camina. El aspecto que vuelve único a cada matrimonio es la conciencia de que la relación conyugal puede y debe tener un límite que lo mantiene a una cierta distancia de la idea de matrimonio perfecto. Quizá con los años se ajusta una dimensión y se compensa otra. La linealidad es la muerte del matrimonio, un buen matrimonio dura si se redefine cada vez en los nuevos problemas que surgen, pero más que problemas diría en las nuevas realidades que se delinean».

La neurosis del matrimonio

La neurosis del amor moderno, como la define el autor, es por una parte la familia, por otra el amante. Cuando en lugar de aceptar el desafío, el problema, la dificultad, el sacrificio que el matrimonio genera se buscan otras vías… todo excepto la confrontación seria, profunda, y a veces el choque con la persona que tenemos al lado. Y así todo es un florecer de amantes y un desflorecer de matrimonios.

«La neurosis del matrimonio, ahí donde no existe unidad sino fragmentación, ahí donde hay fuga frente al sacrificio de quedarse y gozar de los beneficios del otro, rechazando el compromiso de conocer profundamente al otro. Más bien el amante. Más bien el escape en el trabajo. Más bien el aislamiento. Pero nunca el compartir, la complicidad, la tensión diádica, el fructífero conflicto intrafamiliar. En realidad cuando decimos te amo deberíamos sostener que yo amo todo de ti, significa no sólo amo tu imagen, sino amo todo tu cuerpo, todo tu ser en toda su integridad:tus defectos, tus irregularidades, tus extravagancias, tus síntomas, tus manías, tus peculiaridades, tu unicidad y el milagro o el poder del amor está en el transformar el cuerpo único de la esposa o el marido, que es siempre el mismo, en siempre nuevo».

El matrimonio cristiano no es sólo un vínculo humano de pareja, sino un vínculo triádico indisoluble en que la presencia de Dios sostiene a los esposos en las pequeñas y grandes pruebas de la vida, volviendo todas las cosas nuevas.

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