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Boda en cuidados paliativos

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Familia Lopez Arango

Sofía Gonzalo - publicado el 16/10/17

Consciente del final de su vida, pidió de nuevo matrimonio a su mujer

La historia de Ángel y María es un contundente mensaje a cada uno de nosotros para vivir con intensidad el presente y mantener firme nuestra esperanza en la Vida Eterna.

Ángel López y María Nery Arango se casaron el pasado 27 de septiembre. Fue en la unidad de paliativos del Hospital Centro de Cuidados Laguna de Madrid. Se dijeron un “Sí, quiero” con la rotundidad propia de quien es consciente de casarse en esta vida y para toda la eternidad. Su convivencia como matrimonio católico ha durado exactamente seis días. Y pasado ese tiempo, Ángel partió a esperar a María en la casa del Padre. Desde allí la ama como la ha amado siempre y ella cuenta ya con su “ángel especial” en el Cielo.

A sus 55 años, él pudo mirar el día de la boda a su radiante novia (de 66 años), con quien ya se casó civilmente en el año 1996, y en el altar ser consciente de que Dios les unía para toda la eternidad.

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La celebración de la boda en la capilla del hospital estuvo llena de sentido y emotividad. No faltó desde luego la celebración posterior, con pocos pero indispensables elementos propios: la botella de cava, la tarta y el tradicional lanzamiento del ramo de flores de la novia.

Como la propia María dijo, ese día le servirá para recordar siempre lo felices que han sido.

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La conversión de Ángel

Encontrarse en la unidad de cuidados paliativos por padecer cáncer de colon transformó a Ángel. Fue allí donde recibió la gracia de encontrarse con la fe católica y donde sintió la necesidad de pedir de nuevo a su mujer en matrimonio.

José Ruiz, capellán del hospital, explica que él mismo le animó a que “pusiera en orden su vida y que de esta manera pudiera estar en paz con él mismo, con los demás y con Nuestro Señor”. “Después de días de escucha, sonrisa y ánimo, me dijo que quería recibir los sacramentos”, revela.

Y un día, surgió un momento memorable: “Le propuse casarse por la Iglesia para completar su situación cara a Dios con el sacramento del matrimonio. En ese momento estaban juntos. Ángel miró a María y le preguntó si ella aceptaba. María, que es un alma muy limpia y que tiene un sentido común fuera de lo normal (algo que ha demostrado en toda la enfermedad, donde nunca perdió la paciencia, la esperanza y los ánimos), le dijo “sí””, relata el capellán.

A partir de ese día, Ángel mejoró considerablemente de su enfermedad y, como describe D. José Ruiz, “estaba alegre sabiendo que había recibido también ya la Unción de Enfermos y la Comunión”. “Estaba lleno de gozo, sabiendo que se moría pero que estaba en paz. La gracia de Dios lo hizo posible”, añade.

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Amigos al final de la vida

Antonio Vidal es voluntario en el Hospital Centro de Cuidados Laguna de Madrid. Desde hace siete años, acompaña a los enfermos que se encuentran en la unidad de cuidados paliativos y a sus familias para otorgarles una escucha cariñosa cuando el tiempo de vida se consume.

Conoció a Ángel un mes y medio antes de su boda. “Me acerqué a él como hacemos con todos los pacientes: con afecto, con cariño, y ofreciéndome para escucharle sin ningún tipo de presión”. A Ángel le gustaban mucho los coches, en especial los modernos, y Antonio le empezó a llevar revistas especializadas en esta materia, lo que fomentó que comenzaran a conversar. Poco a poco se hicieron amigos.

“Pasaban los días y comprobé que algo había cambiado en su vida. De ser una persona no practicante, empezó a pedirme que le llevara con su silla de ruedas todos los días para asistir a misa. Su mujer aceptaba de muy buen grado el cambio porque le veía muy feliz”, recuerda.

Los días previos a la boda, Ángel le dijo a Antonio que le pedía al Señor “estar bien ese día, estar en plenas facultades para casarse por la Iglesia”. Y aún quedaba un momento muy especial: el novio le pidió a su nuevo amigo que fuera el padrino en la boda. “Ese día estuvo espléndido. Parecía que no estaba ni enfermo. Fue algo increíble”, rememora.

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A los dos días de la boda, Antonio pudo comprobar cómo la enfermedad había hecho una profunda mella en el estado de salud de Ángel. A los pocos días, falleció.

Antonio se sincera: “Tengo un “librito” donde escribo todas las visitas que hago como voluntario al año y ahí escribo las cuatro o cinco personas que han sido muy especiales para mí. En la última parte del libro, para que no se me olvide ninguna, pongo sus nombres, apellidos y alguna cosa que las identifique. Para mí son personas que ya son amigos y que están en Cielo esperándome. Son un grupo grande de amigos que me he hecho, que están allí y que los veré. Y Ángel es uno de ellos”.

Para él, su nuevo amigo era el claro ejemplo de que “en el alma de todas las personas existe la bondad y de que si a alguien le das afecto, sale lo mejor de él o de ella”.

Nunca es tarde

Si como Antonio, quisiéramos anotar algún pensamiento que quisiéramos que nunca se borre de nuestra mente después de conocer a Ángel y a María, bien podría ser que “Nunca es tarde”. No lo es para preparar nuestro paso a la muerte estando en Paz con el Señor y mucho menos para cumplir deseos que Dios nos deja en el corazón como casarnos o convertirnos.

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