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La Gran Revolución Rusa de octubre de 1917

REVOLUTION

Boris Kustodiev-PD

Salvador Aragonés - publicado el 16/10/17

¿Qué ha quedado aquella utopía política que pretendía cambiar la historia?

Hace más cien años que tuvo lugar la Gran Revolución Rusa que llevó a una importante parte del mundo a vivir bajo la dictadura del Partido Comunista.

La Rusia actual, la Rusia de Putin, no ha organizado ninguna celebración oficial, pero tampoco la ha condenado. Este centenario incomoda al presidente ruso, quien fue un alto dirigente soviético.

En 1917, Rusia era un pueblo de campesinos y pocos obreros en proporción.

Los primeros vivían en unas tierras muchas veces comunales. Los mujiks (campesinos) eran socialmente una clase ignorante, pobre y explotada por los terratenientes de la aristocracia y los kulaks, los cuales estaban apoyados por la autarquía imperial del Zar.

La revolución de febrero de 1917, preludio de la que lideró Lenin en octubre, provocó la abdicación del zar Nicolás II y sustituyó la autarquía por un régimen constitucional.

Duró hasta octubre, cuando Trotski declaró que el gobierno “ha dejado de existir”, por “la insurrección de obreros y soldados de Petrogrado que tuvo lugar anoche” (la noche del 24 al 25 de octubre de 1917).

Petrogrado era la capital de Rusia entonces. Bajo el comunismo pasó a llamarse Leningrado y a la caída de este, San Petersburgo.

En esa época, en plena Primera Guerra Mundial, el pueblo ruso pasó mucha hambre y la guerra era muy impopular.




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No hubo una “toma” del Palacio de Invierno propiamente dicha, pues según Richard Pipes, quien ha pasado toda su vida estudiando la revolución bolchevique (comunista) de Rusia, en realidad, el Palacio de Invierno fue abandonado por sus defensores, entre ellos los cosacos, y pudieron entrar los marinos, los soldados y los Guardias Rojos.

Las bajas totales fueron cinco muertos (Pipes, La Revolución Rusa, Barcelona 2016, pág. 534).

Quisieron emular a la Revolución Francesa con la toma de la Bastilla. El poder estuvo repartido entre los soviets o asambleas del pueblo, una parte del ejército y la inteligentsia, los intelectuales de izquierdas, los cuales cedieron todo el poder a los bolcheviques de Lenin (Vladímir Ilich Ulyánov), artífice de la Revolución junto con León Trotski y José Stalin.




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La Revolución tenía vocación universal, siguiendo las teorías de Marx, Engels y Lenin, y quería la implantación de la Dictadura del Proletariado en todo el mundo.

Se pretendía que los hombres pudieran vivir iguales, sin propiedad privada (la propiedad es del Estado) y sin Dios.

Porque la religión era considerada “el opio del pueblo” y se perseguían directa e indirectamente a los que la practicaban, y sobre todo a los pastores, obispos y sacerdotes.

La Revolución se transformó en una auténtica dictadura, donde no había un dictador, sino una ideología totalitaria, con una visión histórica materialista y atea, que duró casi tres cuartos de siglo.

Fue la dictadura de todo un sistema político y económico. El comunismo alcanzó el poder no solo en Rusia, sino que se implantó, tras la Segunda Guerra Mundial, en numerosos países del centro y este de Europa, en algunos países de América, de Asia y de África.

Rusia a su vez se convirtió en un conjunto de repúblicas que se llamaron Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y funcionaban como un estado único.

No había libertad, ni religiosa, ni de empresa, ni de expresión, ni de prensa, ni de asociación, ni política (solo había el Partido Comunista –PCUS- que controlaba toda la sociedad), ni sindical, ni de enseñanza…

No había libertad. Era un sistema cerrado en sí mismo, totalitario y totalizante.




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En todos estos países comunistas, la ideología marxista, materialista, comportaba la persecución de la religión, de cualquier religión, especialmente la cristiana (ortodoxa, católica y protestante).

Y tuvo como consecuencias el martirio de muchísimos fieles, en los gulag, en la cárcel, en el destierro o directamente asesinados, como, entre muchos otros, el sacerdote polaco Jerzy Popieluszko (hoy en los altares) que dieron su vida en defensa de su fe en Dios. 

Los creyentes vivían en lo que se llamó “La Iglesia del Silencio“. Fue san Juan Pablo II quien dijo que no se hablara más de la “Iglesia del silencio”, “porque habla por mi boca”.

Tras el desmoronamiento del Imperio Soviético, los historiadores han entrado en los archivos que han encontrado –no todos, ni mucho menos—y han podido analizar la compleja revolución rusa y sus principales personajes, lejos de las manipulaciones a que llegó la doctrina oficial soviética y los comunismos en general.

El comunismo europeo duró hasta el año 1989, pues no resistió la caída del Muro de Berlín y cayó como un castillo de naipes.

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