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¿Por qué Jesús aparece tan a menudo sentado en el Evangelio?

Nicodemus

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Henry Vargas Holguín - publicado el 12/10/17

No, no es porque estuviera cansado

Según la Biblia la creación entera conoce y sabe de la autoridad de Jesús. Fíjate en estos tres pasajes del Evangelio:

1. “Manda a los espíritus inmundos, y le obedecen” (Mc 1, 27b).

2. “Levántate, toma tu camilla y anda. Y al instante el hombre quedó curado…”(Jn 5, 8-9).

3. “Pues ¿quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mc 4, 41b).

Las tres primeras citas, entre otras muchas, con las que inicia el presente artículo mencionan a Jesús estando sentado. Casi siempre los evangelistas muestran a Jesús sentado: cuando predicaba a la gente, cuando enseñaba a sus discípulos y en momentos claves de su ministerio. Jesús pronuncia sus grandes discursos, sentado.

Es una postura que denota su señorío o autoridad.

Perfectamente los evangelistas, sin bajar en detalles, se habían podido haber limitado a decir solamente que Jesús –el mesías- le hablaba a la multitud; omitiendo, por ejemplo, su posición corporal.

Si los evangelistas resaltan la posición corporal de Jesús de estar sentado fue porque tenían sus serios motivos, y no era para adornar el texto o para ampliarlo ni, menos aún, para decir que Jesús permanecía cansado.




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¿De dónde viene la autoridad de Jesús?

Jesucristo tiene autoridad porque fue enviado por su Padre. La conciencia que tiene Jesús de ser enviado (Jn 8,42) -de no hablar por cuenta e iniciativa propia, sino por mandato del Padre celestial- le da esa firmeza para anunciar la Buena Noticia y denunciar lo que no es conforme al designio divino.

1. Jesús no enseña su doctrina o una doctrina humana, sino que transmite la Palabra del Padre y hace lo que el Padre del cielo quiere. Jesús le dice a Dios Padre: “Porque yo les he comunicado lo que tú me comunicaste“(Jn 17, 8). Y Jesús actuaba y enseñaba con autoridad apoyado no en la autoridad de la ley sino en la autoridad que le viene por ser Dios.

2. Jesús, con toda su autoridad, habló con contundencia, y es por esto que se hizo merecedor de burlas, enemistades, persecución y, finalmente, de la muerte. Jesús hablaba así, con autoridad, porque no pretendía quedar bien con nadie ni buscaba el aplauso de nadie. Él lo dijo: “Yo no busco mi gloria” (Jn 8, 50). En este sentido, alguien que reconoció su autoridad le dijo a Jesús: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios con franqueza, y que no te importa de nadie, porque no miras la condición de las personas” (Mt 22, 16).

3. Cuando una persona habla con propiedad o con conocimiento de causa, habla con autoridad; por esto se dice que tal persona es una “autoridad” en la materia. Tiene autoridad para hablar quien conoce bien un tema y habla con convencimiento para que los oyentes crean en la verdad de lo que se dice; pues hasta la verdad más evidente, en labios de la boca equivocada, tiene visos de mentira.

En este sentido Jesús, el hijo de Dios, también habla con autoridad porque conoce el mensaje de Dios Padre: “En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto…” (Jn 3, 11). Jesús tenía la certeza de que su mensaje era verdadero: “…os he dicho la verdad que oí a Dios” (Jn 8,40). Nadie afirmó que Jesús había mentido o engañado. Y Jesús sabía lo que decía, creía en lo que decía, por eso hablaba con profundo convencimiento.

4. Jesús enseña y predica con autoridad, es el vivo ejemplo de la coherencia; es más, Jesús predica con su vida. Él no sólo dice la verdad, –Él es la VERDAD– (Jn14, 6), sino que además es creíble. Su vida es su mejor predicación y sus obras son las que dan testimonio de Él (Jn 5, 36). En Jesús la palabra es confirmada con los hechos (Mc 16, 20).

5. Jesús tiene autoridad para enseñar porque lo hace con sabiduría y con poder. Jesús habla con elocuencia, una elocuencia que le salía del corazón; no era una elocuencia aprendida, artificial o postiza como la de los fariseos o los escribas (Mc 1, 22), quienes eran los ‘encargados’ de hablar o enseñar por oficio. Decían de Jesús: “…Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre” (Jn 7, 46). “….y la gente se agolpaba sobre Él para oír la Palabra de Dios” (Lc 5, 1). Incrédulos, quienes conocían sus orígenes humanos, se preguntaban: “¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros?” (Mt 13, 54). Es la misma experiencia de los dos discípulos de Emaús que habían escuchado a Jesús resucitado: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24, 32).

6. Jesús, más que nadie, sabe que la autoridad no es para mandar sino para servir, para formar, para el bien, aunque Él hubiera podido parecer duro en alguna ocasión. Lo que decía Jesús, aunque su palabra no siempre fue consoladora o dulce, era expresión del amor de Dios y buscaba el bien a través de la corrección. Y porque Jesús ama les echa en cara, por ejemplo, a los fariseos su hipocresía (Mt 23, 13-36) y a Pedro su error de querer desviarlo del camino de la cruz (Mt 16, 21-23).

7. Jesús enseñaba en tono imperativo, motivaba a sus oyentes a dejar la pasividad. Su mensaje requería de la acción inmediata.

Los apóstoles y sus sucesores (los obispos) tienen autoridad para enseñar porque han sido enviados por Jesús: “Como el Padre me envió, también yo os envío. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:”Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 21-22).

En consecuencia los apóstoles de ayer y de hoy, con su ministerio y predicación, son, dentro y fuera de la misa, la prolongación de Jesús: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha” (Lc 10, 16a).

Aquel que preside una acción litúrgica, obispo o sacerdote, reproducirá a Cristo Maestro que sentado guía, enseña, instruye y exhorta.

El obispo y, por extensión, el sacerdote cumple esta acción desde un lugar litúrgico muy importante que es la sede.


CATHEDRA

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