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Alcohólicos, toxicómanos, depresivos … vienen a parar al pueblo de San José

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© SLN

Sophie Le Noën - publicado el 10/10/17

En la comuna francesa Plounévez-Quintin, situada el pueblo Saint-Joseph en Francia abre las puertas de sus hogares a las personas golpeadas por la vida.

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«Señor, dame la mansedumbre para con mis hermanos, haz que seamos amables entre nosotros…». La plegaria de Jean es espontánea. Son las 7:45 y las cuarenta personas que se hospedan en el pueblo se reúnen en la capilla. Jean y aquellos a los que él llama sus «hermanos y hermanas» han tenido que caerse de la cama para acudir. Pero este es el único momento de oración obligatoria durante el día: en el pueblo Saint-Joseph, el día comienza congregándose alrededor del Santísimo Sacramento.

“¡Él ha resucitado!”

Esta asociación, creada hace 18 años por Nathanaël y Katia Gay, quiere ser ante todo una familia: aquí acogen a las personas golpeadas por la vida y hundidas, El alcohol, las drogas o las enfermedades mentales les han derrotado. Sin ningún otro sitio al que acudir, sus parientes, algún cura o la justicia los envían a este pueblecito de Côtes d’Armor para que se recuperen.

«¡Él ha resucitado!», exclama Jean-Guy, cofundador del pueblo, mientras señala a Corentin, que se dedica a la jardinería. Este joven tiene 22 años, y lleva 10 años de consumo de cannabis a sus espaldas. Había llegado completamente destrozado, y hoy es capaz de pisar firme y está preparado para volver a un mundo más saludable. Unos estudios, un hogar, un trabajo, una estabilidad. Es la reinserción a la aspiran todos. Pero al principio hay que pasar por un camino de recuperación. Algunos no podrán terminarlo, como ya pasó con otros antes que ellos. Michel, un anciano sin hogar de 74 años, y Pascal, bajo tutela judicial, pasarán el resto de sus vidas en el pueblo.

Pero para la mayoría de los acogidos, el objetivo es volver a una vida normal. Dentro de los hogares, en las cuatro pequeñas casas repartidas en dos lugares distintos, la simplicidad de la vida permite volver a nacer. Las comidas, el tiempo para trabajar, la cocina o los talleres artísticos marcan el ritmo de la jornada y proporcionan un punto de referencia a los hombres y mujeres que lo han perdido.

“He aprendido a aceptar la simplicidad… empezando por la mía”

¡Nada de teléfono u ordenador! Se corta la comunicación con el mundo exterior para reencontrarse mejor a sí mismo. “He aprendido a aceptar la simplicidad… empezando por la mía”, sonríe tímidamente Loïc. La hora de la comida se ameniza gracias a la personalidad de cada uno. Se reciben y aman con gran amabilidad. La esquizofrenia de uno, el mal humor de otro, el cansancio, el complicado síndrome de abstinencia. Un alboroto alrededor de la mesa.

En el servicio de abastecimiento de donaciones, por el que los supermercados han pasado a cooperar de forma generosa tras la ley que les obliga a donar los alimentos que no se han vendido, encontramos a Géraud. Él no se encuentra en proceso de recuperación, sino que fue enviado a principios de año por el seminario de Versailles para completar un año de servicio. Un pequeño cambio de ambiente para este seminarista inmerso en la sobriedad, pero para el que no le supone ningún problema.

“Lo que veo sobre todo es la obra del Buen Dios”, afirma Géraud. Porque, si bien algunos permanecen en la superficie de la espiritualidad del pueblo, otros abren su corazón al amor de Dios. Los “amén”, “todo es gracia” y “que Dios os bendiga” surgen en los hogares y el entusiasmo aumenta durante la tarde de alabanza de los lunes: se canta, baila y se reconforta con un beso a aquellos que esa noche no pueden, demasiado abrumados por la tristeza.

Esta es la obra caritativa que Jean-Guy observa cada día desde hace 18 años en este pueblo, donde dos parejas tenían un único deseo al principio: ser la imagen de la familia de Nazaret, donde se acoge al pobre, al diferente, al herido. Cada llegada de un nuevo hermano, una nueva hermana, es una página en blanco que escribir, con el encabezado de las palabras dedicadas a Jesús en el Evangelio de San Juan (Juan 11,3): “Señor, tu amigo querido está enfermo”, y su respuesta: “Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que es para la gloria de Dios”.

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