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Reliquias y mártires: una poderosa respuesta católica a la Reforma

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Saint Cecilia in Trastevere -cc

Elizabeth Lev - publicado el 05/10/17

El descubrimiento de catacumbas con frescos y reliquias de mártires incorruptibles da testimonio irrefutable de la historia de la Iglesia.
Con motivo del 500.º aniversario de la Reforma Protestante, esta serie de artículos revisa la forma en que la Iglesia respondió a esta etapa turbulenta al encontrar una voz artística que proclamara la Verdad a través de la Belleza. Cada artículo visita un monumento romano y explica cómo cada obra se diseñó para confrontar un desafío planteado por la Reforma a través de la reconfortante y persuasiva voz del arte.

En los escalones de la Escalera Santa de la catedral de San Juan de Letrán en Roma, Martín Lutero tuvo la revelación que cambió su vida de que “el justo por la fe vivirá”. Tras subir los 28 escalones considerados los que Cristo subió para ser juzgado por Poncio Pilato, Lutero rechazó las reliquias, las prácticas y los lugares relacionados con la Iglesia católica romana.

Y así empezó la batalla de Lutero sobre la tradición apostólica.

Ante la crítica católica contra el desarraigo del pensamiento protestante, Lutero dijo que su doctrina no era “una invención novedosa nuestra, sino la enseñanza de los apóstoles, muy antigua y aprobada, devuelta de nuevo a la luz”. Los protestantes no intentaban “traer nada nuevo al cristianismo”, sino que se esforzaban por “mantener lo antiguo: lo que Cristo y sus apóstoles dejaron tras ellos y nos dieron a nosotros”. Aseguraban que esta doctrina había sido “oscurecida por el papa con doctrina humana, vestida de polvo y telarañas y todo tipo de alimañas, y además arrojada y pisoteada en el fango; por la gracia de Dios nosotros la hemos traído de nuevo (…) a la luz del día”.

Así que, ¿quién tenía el derecho sobre la tradición? ¿Por qué doctrina murieron los mártires? ¿Qué función tuvieron las reliquias: eran testimonio de la historia antigua o, como Juan Calvino escribió en su Tratado de las reliquias, una “abominación”?

Un descubrimiento sorprendente en la Via Salaria el 31 de mayo de 1578, concedió a la Iglesia una potente respuesta. La entrada a una de las catacumbas cristianas fue descubierta accidentalmente por unos trabajadores, una entrada que conducía a lugares de enterramiento subterráneos con miles de tumbas. Este enorme lugar de sepultura, perdido desde el siglo IX, había sido decorado con cientos de pinturas, dando testimonio de las costumbres y creencias de la antigua Iglesia cristiana.

Antonio Bosio, un joven abogado convertido en arqueólogo cercano a la nueva congregación del Oratorio de Felipe Neri, asumió la tarea de explorar estos yacimientos subterráneos. Con el apodo de “Colón de la Roma subterránea”, coronó la obra de toda una vida con la publicación, tres años después de su muerte, de Roma Sotterranea Cristiana: una guía por las catacumbas acompañada de ilustraciones.

La primera visita de Bosio a las catacumbas lo llevó al cementerio de Domitilla, donde vio (y firmó) una imagen de Cristo transmitiendo sus enseñanzas a los apóstoles con san Pedro sentado en la línea directa de su mano.

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Bosio también identificó espacios congestionados donde las tumbas de los fieles se acumulaban en torno a tumbas de mártires, con la esperanza de su intercesión en el Día del Juicio. Estas imágenes ofrecieron un poderoso testimonio a una tradición de interpretación de las escrituras, incluyendo imágenes tomadas de las historias de Susana en el Libro de Daniel, que fue suprimido de la Biblia protestante.

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Sin embargo, lo más emocionante sucedió en 1599, en vísperas del gran Jubileo del año 1600, cuando el cuerpo incorrupto de santa Cecilia fue encontrado en el lugar que había sido su casa en Trastévere. Martirizada en el siglo II, santa Cecilia, una mártir virgen, fue enterrada originalmente en las catacumbas de san Calixto. En 821, el papa Pascual hizo extraer su cuerpo de las catacumbas, que estaban a punto de ser cerradas y selladas, y depositarlo en una cripta en la iglesia que estaba construyendo en su honor, en el barrio romano de Trastévere. En 1599, una comisión abrió la tumba y encontró su cuerpo intacto.

El artista papal Stefano Maderno recibió de inmediato el encargo de hacer una escultura de esta santa que dio testimonio de la virtud de la castidad en un tiempo en que reinaba el libertinaje, que renunció a su considerable riqueza material en una era de lujos y que colaboró estrechamente con el papa Urbano I para convertir a su marido y a su cuñado a la fe verdadera.

La elegante estatua muestra a una Cecilia durmiente dentro de un espacio idéntico al de su tumba. Las líneas fluidas expresan una paz serena, pero su cabeza pronunciadamente torcida y el fino corte en su cuello revelan la brutalidad de su asesinato. Sus manos descansan próximas al espectador, cerradas en el antiquísimo gesto de creencia en la Trinidad (tres dedos extendidos) y en la naturaleza dual de Cristo como Dios y hombre (el índice y el pulgar abiertos en su mano izquierda).

Junto con el redescubrimiento de las tumbas y cuerpos de los mártires, las historias de sus pasiones recibieron una revisión por el cardenal oratoriano César Baronio para el nuevo Martirologio Romano.

La naturaleza salvaje de las persecuciones romanas creció en relevancia a medida que continuaban las excavaciones de las silenciosas tumbas. Las miles de tumbas apretadas las unas con las otras daban un testimonio callado del hecho de que, aunque muchos en la comunidad murieron bajo una persecución despiadada, encontraron la paz que buscaban en Cristo.

La brutalidad de sus muertes se convirtió en alimento para los temas de los frescos de muchas iglesias, en especial en las que se formaban a jóvenes misioneros: sacerdotes que saldrían hacia tierras hostiles y a menudo morían de forma espantosa en su intento por generar más conversiones. El ejemplo más poderoso es el ciclo de martirio con efecto envolvente en la iglesia de Santo Stefano Rotondo, ejecutada por Pomarancio en 1583 para los jesuitas germanoparlantes que volverían a Alemania para intentar evangelizar a los protestantes.

Empezando por san Esteban, 34 paneles enormes rodean al espectador mostrándole las variadas y violentas muertes de los mártires. Ser arrojado a las bestias, muerto a machetazos, hervido en aceite o aplastado por gigantes bloques de piedra, los cristianos conocieron toda la gama de la crueldad humana. Estas imágenes evocan gráficamente lo que suponía el antiguo compromiso con la fe ante la persecución del poderoso Imperio romano.

Estas reliquias, frescos y otros testimonios se albergaron en iglesias, algunas de ellas antiguas, con raíces que ahondaban hasta los tiempos de los santos Pedro y Pablo. La Iglesia católica se percató de que, incluso más que observar las tumbas o mirar los cuadros, estar de pie en un lugar donde la Eucaristía se había venido celebrando durante 1500 años expresaba la continuidad de la antigua doctrina mejor que cualquier otra cosa.

Los prelados se encargaron de insuflar nueva vida a las iglesias más antiguas: el cardenal Baronio reconstruyó la antigua casa iglesia de los santos Nereo y Aquileo usando una imaginería del martirio más vívida; san Carlos Borromeo rediseñó Santa Práxedes, añadiendo galerías especiales donde las reliquias más importantes pudieran ser expuestas, además de que pasó noches en oración en el confessio bajo el altar ante las tumbas de mártires sacados de las catacumbas. El cardenal Enrico Caetani remodeló la iglesia del siglo IV de Santa Pudenciana, donde san Pedro había vivido cuando llegó por primera vez a Roma. Estas hermanas eran conocidas por haber reunido la sangre de los primeros mártires, guardándola en un pozo. El cardenal Caetani encargó a Giovanni Paolo Rossetti pintar a estas dos hermanas, que fueron bautizadas por san Pedro, pues conservaron las preciosas reliquias de la sangra derramada por los primeros testigos de la fe en Roma.

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Como hogar de miles de mártires durante cientos de años, el derecho de Roma sobre la auténtica tradición de Cristo y los apóstoles ya era fuerte, pero la Iglesia de la Contrarreforma lo reforzó aún más. Los esfuerzos para excavar, reconstruir y decorar los espacios más antiguos de la fe formaron un argumento para las profundas raíces de una Roma papal regada con las sangre de los mártires que todavía resuena hoy día tanto para turistas como peregrinos.

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