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Kingsman – El círculo dorado: Sólo se vive tres veces

KINGSMAN

© 2017 Twentieth Century Fox Film Corporation

Tonio L. Alarcón - publicado el 27/09/17

Matthew Vaughn continúa la franquicia Kingsman con una secuela mucho más loca y más atrevida, pero divertidísima en su irregularidad

A la hora de aproximarse desde una perspectiva puramente cinematográfica al concepto de partida que había creado mano a mano con Mark Millar –básicamente, (re)inventar la saga Bond sin cargar con el peso histórico de la franquicia original–, Matthew Vaughn optó en Kingsman: Servicio secreto por un tono mucho más festivo y más pulp, repleto de energía desbocada y de un entusiasmo contagioso que recordaba, en su descaro y sus desvíos humorísticos, a los últimos 007 de Sean Connery y a los primeros de Roger Moore.

Algo que, en la secuela que ha desarrollado junto a su fiel coguionista, Jane Goldman –y ya separándose de forma definitiva de los cómics de Millar y Dave Gibbons–, Kingsman: El círculo dorado, se multiplica y se expande en un apabullante despliegue de imaginación visual por parte del británico.

Y es que esta secuela, más que una narración convencional, es una auténtica celebración creativa, un carísimo juguete en manos de un fan de James Bond que no se corta un pelo a la hora de ofrecerle al público aquello que a él, como espectador, le gustaría ver sobre la pantalla: una exploitation con presupuesto de blockbuster que se esfuerza por equilibrar los (inevitables) guiños a su antecesora con una trama mucho más enloquecida y más pasada de vueltas.

De hecho, si El círculo dorado se encalla, y le cuesta mantener el nivel alcanzado en Servicio secreto es, en gran parte, por la ambición y el tono excesivo con el que está concebido del largometraje. No puede decirse precisamente que Vaughn se haya acobardado a la hora de darle continuidad a la franquicia Kingsman –más bien al contrario: al plano que muestra a Eggsy (Taron Egerton) colocando un peculiar rastreador me remito–.

Y es ese atrevimiento, esa falta de frenos, lo que dispara los niveles de simpatía de un proyecto quizás irregular, pero que, tras sus hechuras de blockbuster digital, oculta auténticas cargas de profundidad respecto a la legalización de los estupefacientes, los excesos del capitalismo contemporáneo y, sobre todo, la incapacidad de la clase política actual para emprender acciones que no sean egoístas y mezquinas.

La importancia de la decisión de Vaughn y Goldman de recuperar a Harry Hart (Colin Firth), pese a su aparente muerte en Servicio secreto, se evidencia desde el momento en el que el personaje reaparece en la trama. No solamente porque, pese al mayor protagonismo que aquí asume Eggsy, continúa siendo algo así como el ancla moral de la franquicia, sino sobre todo porque su retorno plantea el que seguramente sea uno de los conflictos dramáticos más interesantes del largometraje, y que le saca un inesperado partido a las dotes interpretativas de Firth.

No faltan, claro está, las secuencias de acción desenfrenadas marca de la casa –empezando por una set piece inicial que no pierde el tiempo en ponernos en situación, ahora que conocemos sobradamente a todos los personajes implicados–, incluyendo algún guiño a la celebradísima secuencia de la iglesia de Servicio secreto

Pero lo más divertido, sin lugar a dudas, son los descacharrantes giros que Vaughn propone respecto a secuencias bondianas tan típicas como la de la seducción de la espía enemiga o el ataque a la base situada en lo alto de una montaña –en este caso muy similar, por cierto, al restaurante Piz Gloria que aparecía en 007 al servicio secreto de su Majestad–.

Ficha Técnica

Título original: Kingsman – The Golden Circle
Año: 2017
País: Gran Bretaña, Estados Unidos
Género: Acción
Director: Matthew Vaughn
Reparto: Taron Egerton, Colin Firth, Juliane Moore, Mark Strong, Halle Berry, Channing Tatum

Tags:
cine
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