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«La coca siempre ha sido parte de nuestra vida, y nunca habíamos tenido problemas hasta que aparecieron los narcotraficantes y la convirtieron en cocaína»
Con estas palabras se refería Jorge Chambi, un vendedor callejero de bolsitas de coca de la zona de Oruro, Bolivia, en declaraciones a la prensa internacional.
Es que para Jorge la coca forma parte de su vida, su rutina y hasta de sus dolencias. En lugares de gran altitud como la altura de La Paz, el masticar hoja de coca o tomarla como infusión es los más habitual del mundo, además de ser una planta muy utilizada en los ritos acestrales de los pueblos originarios como los aymara, entre otros.
Algo similar piensan y sienten los productores de coca de Bolivia, quienes ven en este cultivo “un maravilloso regalo” debido a que “es un estimulante como el café, pero con muchas vitaminas y minerales”.
Bolivia es uno de los principales productores mundiales de coca, al igual que otros países de la región como Colombia y Perú.
Pero desde hace años la hoja de coca ha sido un cultivo estigmatizado por su pronta asociación con la cocaína, una de las drogas que ha favorecido la expansión de las redes de narcotráfico que han tenido y tienen en vilo a América Latina desde hace décadas.
Sin embargo, el cultivo de esta hoja es milenario y “limpiar su imagen” se ha transformado en uno de los principales “caballitos de batalla” del presidente Evo Morales en Bolivia (entre otras cosas por su fuerte vínculo con este cultivo debido a su origen tanto indígena como cocalero).
Por ejemplo, en 2016, durante una visita al Vaticano, Morales le obsequió al papa Francisco algunos libros sobre los beneficios de la hoja de coca, además de defender su uso.