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¿Qué pasa si un sacerdote pierde una mano o las dos?

Holy Communion – Catholic priest

Antoine Mekary | ALETEIA

Henry Vargas Holguín - publicado el 23/09/17

Todo el mundo creado es "la obra de sus manos" (Sal 18,2)

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El misterio del sacerdocio de la Iglesia está en el hecho de que los sacerdotes, en virtud del Sacramento del Orden Sacerdotal, pueden hablar y actuar «in persona Christi» (Canon 900). Esto significa que Jesucristo ejerce su sacerdocio a través de los obispos y sacerdotes.

En este sentido para que Dios, a través de la Iglesia, llame a una persona a ejercer el ministerio sacerdotal ésta debe tener una idoneidad canónica (canon 1026). ¿En qué consiste esta idoneidad canónica? En que el candidato deba cumplir con ciertos requisitos.

Uno de estos es tener unas cualidades físicas congruentes con el sacramento del orden (Canon 1029). Dentro de estas cualidades físicas que debe cumplir la persona es que tenga sus brazos y sus manos y pueda disponer de estas sin dificultad.

Una persona que no tenga esta y otras cualidades físicas no puede considerarse con vocación. Y aquí no estamos hablando de discriminación ni algo por el estilo pues entre otras cosas el sacerdocio no es un derecho. La vocación es una llamada de Dios que es acogida, reconocida, orientada y llevada a cabo por mediación eclesial.

Otra cosa muy es diferente es cuando el sacerdote, a lo largo de su ministerio, tiene algún accidente y pierde una mano o las dos manos o un brazo o ambos, o cuando adquiere alguna enfermedad que le impide la normal movilidad de sus manos y/o brazos.

Es obvio que el sacerdote si tiene un accidente o adquiere alguna enfermedad con las consecuencias antes descritas no pierde su estado clerical ni puede quedar suspendido, como tampoco tendrá que jubilarse por invalidez, simplemente pierde parcialmente la posibilidad de ejercer de alguna manera su ministerio; algo podrá hacer aunque esté muy limitado.

Oficialmente no hay ningún pronunciamiento de la Iglesia para regular una situación tan concreta como la que estamos considerando pues no es algo habitual que pase y, por tanto, todo quedará resuelto con la intervención del Ordinario del lugar, el obispo.

Pero por sentido común se puede decir algo. Desde el punto de vista litúrgico, no es lo mismo perder una mano que perderlas ambas; algunas veces se necesitan ambas manos por motivos prácticos otras por motivos de validez de las acciones litúrgicas.

¿Qué puede hacer un sacerdote con una mano? Podrá bendecir, podrá absolver, administrar el bautismo, administrar la unción a los enfermos, presenciar matrimonios (fuera de la misa), llevar la comunión a los enfermos, etc.

Lo que no podrá es presidir la eucaristía y en el caso de un obispo no podría tampoco conferir el sacramento del orden porque un elemento importantísimo es la imposición de las manos. La imposición de las manos (de ambas) por parte del obispo es un elemento indispensable para la validez de una ordenación. El prefacio de la misa crismal habla de la transmisión de la potestad sacerdotal gracias a la imposición de las manos. Incluso los sacerdotes deben imponer las manos (ambas) a los ordenandos sacerdotes.

Con respecto a la eucaristía la presidencia dela misma no es posible para el sacerdote sin una mano y menos aun sin las dos pues se necesitan ambas durante toda la celebración, de una manera especial durante toda la consagración, para la ostensión del pan consagrado y del cáliz después de la consagración (doxología), así como también para la fracción felpan.

Un sacerdote en estas condiciones no puede presidir ninguna celebración eucaristía pues las normas litúrgicas hablan de “las manos” de sacerdote (al plural). Y me atrevería a decir que un sacerdote en estas condiciones tampoco podría concelebrar, pues los con celebrantes, según las rubricas, también deben extender LAS MANOS, sobre las ofrendas a la hora dela consagración. Es que casi nunca la liturgia habla del uso de la mano o de una mano, siempre habla de las manos.

La Liturgia es un lenguaje con el que el ser humano se relaciona con Dios, lenguaje que utiliza gestos exteriores en el que los brazos y las manos tienen un rol insustituible. Todos los gestos litúrgicos ­­que se hacen con las manos son muy significativos, hasta tal punto que no hay acción litúrgica sin manos. Y la intervención de las manos debe ser siempre y en todo caso suave y transmitir reverencia y control, sin movimientos bruscos, efusivos o que parezcan fríos o mecánicos. La intervención de las manos juntas han de expresar paz e invitar a la oración y al reco­gimiento.

Y la liturgia es ante todo culto externo e interno a Dios; es un conjunto de actos a través de los cuales todo el hombre, cuerpo y alma, y no sólo su espíritu, da culto a Dios.

Nuestra oración, sobre todo la litúrgica, es completa y expresiva cuando el gesto y la acción de las manos se unen ala palabra; de manera que todo el cuerpo se convierte en lenguaje: las posturas del cuerpo, el movimiento, los brazos que se alzan (Sal 62,5; Sal140,2), que se extienden, las manos que tocan, etc..

Hay que tener en cuenta que las manos le hablan a Dios, son la extensión sensible de la intimidad personal. Las manos son una admirable convergencia entre el cuerpo y el espíritu.

Los brazos y las manos pueden expresar muy bien la actitud interior y convertirse en parte esencial de la oración sobretodo la litúrgica.

El sacerdote realiza con sus manos más acciones ceremoniales que los demás sacerdotes con celebrantes y ministros instituidos porque en la liturgia los brazos y las manos del sacerdote son extensión de los brazos y las manos de Cristo, no son un símbolo.

Los brazos extendidos de Cristo, que tienen que extender los sacerdotes, son signo de la alianza. La primera Plegaria de la Reconciliación habla de Cristo en la Cruz: “Antes de que sus brazos extendidos dibujaran entre el cielo y la tierra el signo imborrable de tú Alianza…».

Las acciones litúrgicas que realiza el sacerdote con sus manos y brazos no le pertenecen, el movimiento y uso de manos y brazos no responden a un sentimiento personal; hacen parte de un rito porque son signo de un Misterio que no le pertenece al sacerdote, sino que es de toda la Iglesia.

Las manos del sacerdote son prolongación en este momento de las de Cristo que tomó el pan «en sus santas y venerables MANOS» (como dice la Plegaria primera del Misal).

Cuando el sacerdote lava sus manos antes de la Plegaria Eucarística, está dando importancia al simbolismo que esas manos tienen. El sacerdote, que es consciente de su debilidad, hace este gesto penitencial, porque humanamente no se siente digno, ni ante Dios ni ante la comunidad, de elevar sus brazos en nombre de todos hacia Dios.

La liturgia evidencia pues la importancia de las manos (de los brazos) de su movimiento y de su posición. Y la Instrucción general del Misal Romano regula todos los gestos e indica con precisión qué hacer con las manos en cada momento. En ningún caso debe haber dudas ni omisiones acerca de la posición de las manos en cualquier momento de la celebración eucarística.

Veamos algunos ejemplos:

“En seguida, vuelto hacia el pueblo y extendiendo las manos, el sacerdote saluda (al pueblo)…” (Misal romano, 124).

“En seguida el sacerdote, con las manos juntas, invita al pueblo a orar, diciendo: Oremos… Luego el sacerdote, con las manos extendidas, dice la colecta. Concluida ésta, el pueblo aclama: Amén.” (Misal Romano, 127).

“Mientras se canta el Aleluya u otro canto, si se emplea el incienso, el sacerdote lo pone y lo bendice. Después, con las manos juntas, y profundamente inclinado ante el altar, dice en secreto: Purifica mi corazón” (Misal Romano, 132).

“En seguida, el sacerdote se lava las manos a unlado del altar, rito con el cual se expresa el deseo de purificación interior (Misal Romano, 76; Misal Romano, 145).

Finalmente recordemos, por ejemplo, la formulade consagración de la Plegaria Eucarística III:

“El sacerdote, con las manos extendidas, dice:

Santo eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso.

Junta las manos y, manteniéndolas extendidas sobre las ofrendas, dice: (Junto a los concelebrantes quienes también extenderán las manos).

Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu

estos dones que hemos separado para ti,

Junta las manos y traza el signo de la cruz sobre el pan y el cáliz conjuntamente, diciendo:

de manera que se conviertan en el Cuerpo y + la Sangre de Jesucristo,

Hijo tuyo y Señor nuestro,

Junta las manos.

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