La mayoría de veces el problema no es el invento, sino para qué se utiliza
Esta científica nació en Austria en noviembre de 1878 en el seno de una familia judía. Entró a la universidad de Viena en 1901 para estudiar física y hasta obtuvo su doctorado cinco años después, un gran logro considerando que a la academia no le gustaba aceptar mujeres en aquella época.
Título en mano, decidió irse a Berlín en búsqueda de mayores oportunidades y para seguir nutriéndose junto al químico Otto Hahn, con quien inició una investigación que duraría casi 30 años sobre la radioactividad.
Con sus conocimientos de física y los de Hahn de química, descubrieron el protactinio (un tipo de metal) en 1918. Cinco años después, ella también descubrió por su cuenta un “fenómeno físico en el cual la desaparición de un electrón interno de un átomo causa la emisión de un segundo electrón”; sin embargo, un hombre recibió el crédito, el científico francés Pierre Victor Auger, quien descubrió lo mismo dos años después (no hay ninguna prueba de plagio) pero fue publicado en una revista más famosa e influyente (y era hombre).
En 1938 tuvo que abandonar Alemania por la persecución nazi a los judíos. Se fue a Suecia, donde continuó su investigación atómica en el Instituto de Manne Siegbahn en la Universidad de Estocolmo con los pocos recursos que le podía facilitar su padre. Meses después, se pudo reunir de forma clandestina con Hahn en Copenhagen (con quien nunca dejó de enviarse cartas), donde planificaron una serie de nuevos experimentos que finalmente llevaron al primer ejemplo de fisión nuclear.
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