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Lo que aprendí del huracán Harvey

HARVEY

Jill Carlson - CC BY 2.0

Luz Ivonne Ream - publicado el 09/09/17

Dios es el único que convierte en milagros las lágrimas que provienen del dolor

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No creo en las coincidencias. Muchos imperfectos como yo, pero con una lucha ascética comprometida hemos desarrollado un olfato espiritual muy especial y delicado para percibir -comprender- cuando Dios nos va preparando para algo.

No es nada fácil apreciarlo porque Él habla de una manera muy única, tan especial que la razón humana no basta para descifrarlo, hace falta el espíritu de discernimiento para entender lo que nos quiere decir a través de su Palabra, de las personas o de los eventos por los que pasamos.

Resulta que hace pocos días un huracán de categoría 4 -Harvey- arrasó con pueblos enteros, lugares que tan solo estaban a 4 horas de distancia de mí. Justo un día antes de que tocara tierra salíamos a dejar al más pequeño de nuestros hijos a la universidad que se encontraba en una de las ciudades que después tuvo que ser evacuada. Por cuestiones de trabajo de mi esposo tuvimos que retrasar el viaje un día, tiempo que hizo la diferencia y que nos protegió de haber presenciado de primera mano ese evento apocalíptico. ¿Coincidencia? No lo creo. Y como yo, ¿cuántos más?

Insisto, nada es coincidencia para los que tenemos fe. Casi 2 semanas antes de que llegara Harvey el Evangelio de la Misa dominical fue el de Pedro quien, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: «Señor, sálvame…» (S. Mt 14,22-33). En esto me quiero enfocar, en cómo hay que responder cuando la tormenta nos amenaza: poner la mirada fija en Cristo.

Justo estas escenas -como la de Pedro en la barca pidiendo auxilio- eran las que se veían por televisión y por las redes sociales, impactantes, escalofriantes apocalípticas.

No puedo imaginar siquiera lo que fue vivirlas en carne propia. De verdad, la sensación era querer atravesar la pantalla y hacer más que tan solo rezar. ¡Qué impotencia ver tanto dolor y no poder hacer prácticamente nada! Hasta que mi esposo me hizo caer en cuenta que eventos de esta magnitud solo la oración confiada y perseverante podía frenarlos. Y era verdad.

Como a muchos les sucedió, quería salir corriendo a ayudar, pero las carreteras estaban todas cerradas. En ese momento los espectadores no podíamos hacer nada más que estar pegados de la oración y así apoyar a nuestros hermanos en desgracia. Pareciera que la oración era poca cosa, pero no porque las plegarias dichas de corazones compasivos tienen mucho valor a los ojos de Dios y siempre son respondidas.

Desde mi trinchera pude observar tantas cosas que me invitaron a la reflexión y a comprometerme más con mi formación y vida de piedad. En esos momentos en que las personas corren el riesgo de perder todo -hasta la vida- y tocan fondo, necesitan aferrarse a “algo” o a “alguien”.

En las redes sociales leía mensajes como: manden buenas vibras; repitan sus mantras; decreten que se vaya el huracán. “Healers”, manden sanación universal, necesitamos luz sanadora; saquen sus cuarzos rosas y pónganlos en dirección oriente… Un alto porcentaje de lo que leí era con una connotación Nueva Era. De verdad, me daba tanta ternura porque lo que cada uno a su manera pedía eran oraciones y ser rescatados de la boca del infierno. Pero hay mejores caminos que esos, yo pensaba, porque El único con el poder de sacar bien del mal y de hacer a los vientos y a las aguas parar es el Creador, es Dios, Uno y Trino y no el dios de lo cuarzos ni al que ellos están invocando. «¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (Mt. 8, 27)

Y es que cada uno -según su formación- fue clamando al “dios” en quien creían. Me daba tanta ternura y compasión leer como con desesperación invocaban a lo que ellos creían era su divinidad llamándole “buena vibra”, “energía”, “luz cósmica”, etc. Desde mi corazón les gritaba en silencio: “Vuelvan sus ruegos al verdadero Dios. Basta un sencillo Padrenuestro”.

Lo que hice -en la medida de la prudencia y no por respetos humanos- era invitarles a rezar el Rosario y darles palabras de aliento y esperanza. Y también, cada vez que veía que pedían ese tipo de ayuda espiritual, yo le decía a Dios: “Señor, tú sabes que en el fondo a quien buscan es a ti. Te suplico que atiendas sus súplicas. Que sientan tu amor y tu protección”.

Estoy segurísima de que después de esta experiencia a muchos les pasará como le pasó a Pedro: “Cuando el Señor fue arrestado, tuvo miedo y lo negó tres veces. Fue vencido por la tempestad. Pero cuando su mirada se cruzó con la de Cristo, la misericordia de Dios lo volvió a asir y, haciéndole derramar lágrimas, lo levantó de su caída”. (S.S. Benedicto XVI. Homilía en Santa Marta, 14 de junio de 2008)

Hay tanto que aprender de estos eventos. Sobre todo, de los fenómenos naturales. Todos somos creación de Dios y estamos íntimamente unidos. La bondad y la maldad -el pecado y la gracia- de uno solo afecta a la humanidad entera.

¿Qué estamos haciendo con nuestro mundo? La tierra lo único que está haciendo es devolvernos lo que le hemos estado dando: bebés abortados, el pecado de Sodoma, injusticias contra los más necesitados. Le hemos restando dignidad al sacramento del matrimonio; adulterio, fornicación, infidelidad. Hemos puesto a otros dioses en el lugar de Dios Uno y Trino, entre otras tantas ofensas y pecados que claman al cielo. Insisto, el pecado es personal, pero las consecuencias son universales. “No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará». (Gal. 6, 7)

Por ese se dice que Dios perdona siempre. Los hombres a veces. Pero la madre naturaleza nunca. Tan solo recordemos cuando Jesús murió la misma tierra reclamo. “Entonces Jesús, clamando otra vez con voz potente, entregó su espíritu. Inmediatamente, el velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se partieron y las tumbas se abrieron…” (Mt 27, 50-52)

Dios es un Dios compasivo y misericordioso. El único que convierte milagros de las lágrimas que provienen del dolor llevado con Fe y quien ahoga el mal en abundancia de bien. Tanto que aprender de todo esto:

• En primer lugar, hay que tener los ojos únicamente puestos en Cristo. Dios es el único con el poder de increpar vientos si tenemos Fe. Aún en la tempestad Él está con nosotros, aunque de momento pareciera que está dormido o distraído a nuestras necesidades y miedos. «Luego subió a la barca y sus discípulos lo siguieron. De repente, se levantó en el lago una tormenta tan fuerte que las olas inundaban la barca. Pero Jesús estaba dormido. Los discípulos fueron a despertarlo. ― ¡Señor —gritaron—, sálvanos, que nos vamos a ahogar! ―Hombres de poca fe —les contestó—, ¿por qué tienen tanto miedo? Entonces se levantó y reprendió a los vientos y a las olas, y todo quedó completamente tranquilo. Los discípulos no salían de su asombro, y decían: «¿Qué clase de hombre es este, que hasta los vientos y las olas le obedecen?» (Mt. 8, 23-27)

• Siempre, siempre, siempre hay que estar preparados. Es decir, vivir en gracia santificante, en amistad con Dios porque nadie sabemos ni el día ni la hora. El grado de nuestra pequeñez y lo frágil que puede ser nuestra vida podemos engrandecerla con el amor de Dios, pero con el verdadero, no con cuarzos ni talismanes.

• Vale la pena vivir solo en clave de eternidad. Con los ojos en el cielo y los pies en la tierra vivir un verdadero espíritu de desprendimiento con el corazón puesto en todo aquello que el dinero no puede comprar y que el día que nos muramos nos podamos llevar en el corazón.

• Lo único realmente valioso es la vida humana y a esta hay que cuidarla, protegerla y defenderla desde la concepción hasta la muerte natural. Todo lo demás, todo aquello que tiene precio es sustituible y reemplazable.

• Después de una tragedia -grande o pequeña- las personas no podemos ser las mismas. Quien después de haber vivido tanto no se convierte o no hace cambios en positivo, no ha entendido nada y se ha perdido de una gran lección de vida.

• El dolor y el sufrimiento -personal y ajeno- que sean fruto del amor son 2 fuerzas poderosísimas que mueve los corazones hacia la compasión y el servicio. Aclaro, que sea fruto del amor porque también se puede llegar a sentir dolor y sufrimiento cuya raíz sea el egoísmo.

• Dios saca bendiciones y hace milagros hasta de las peores tragedias. Ver a tantas personas unidas por el dolor, eso es un milagro que solo el amor puede inspirar. No creo que haya habido una sola alma que al saber por lo que las personas de Texas pasaban se haya quedado inmóvil. Mínimo rezó.

• Comenzar de cero no es tragedia, sino una oportunidad para valorar las cosas en su justa medida. Después de un desastre de esta magnitud lo más importante es haber seguido con vida. Si Dios te protegió es por algo y segura estoy de que muchas bendiciones están por llegar. Si sigues con vida y Dios te salvó de perecer, ahora eres parte de la “pesca milagrosa” y hay que salir a dar testimonio y frutos de las bondades de Dios. ¡Eres un milagro!

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