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El actor es el mensaje. Reflexiones sobre Barry Seal: El traficante

AMERICAN MADE

Universal Pictures

Hilario J. Rodríguez - publicado el 03/09/17

Al mentiroso compulsivo que hay en Cruise habría que reivindicarle ese actor que siempre ha aspirado a actuar de verdad

¿Por dónde comenzamos a hablar cuando no vamos a hacerlo sobre la imagen que tenemos ante nosotros sino más bien sobre una imagen previa sobreimpuesta -de manera inconsciente o subconsciente- a la imagen que estamos viendo ahora mismo?

¿Es posible, por ejemplo, hablar sobre una película actual de Tom Cruise sin tener en cuenta el largo camino que este actor ha recorrido desde su primera interpretación, en 1981? Difícilmente. No se trata de un actor cualquiera, se trata de alguien que ha definido las imágenes de cierto cine comercial, de aceptación mayoritaria, y lo ha hecho con tanta autoridad como para resultarnos cada vez más misterioso, no por incompetente, tan sólo por su eterna juventud, en una extraña combinación de Peter Pan con el doctor Fausto.

Con Doug Liman ya había trabajado en Al filo del mañana (2014), donde lo veíamos morir y resucitar, ensayar la misma secuencia repetidamente, pero no para alcanzar la excelencia, más bien para salvar al mundo y conquistar a la chica (Emily Blunt) en el poco tiempo que tenía entre toma y toma, porque estaba atrapado en un bucle.

A Cruise, no obstante, se le da bien correr, esquivar balas, disparar y, mientras tanto, ablandar los corazones más rocosos. Visto así, puede dar la sensación de ser un atleta y no un actor, aunque hoy si uno no quiere quedarse fuera del encuadre tiene que volar porque todo cambia tan aprisa que la cámara no te espera si eres demasiado lento, a no ser que estés rodando con Lav Diaz o Béla Tarr, que se toman su tiempo para contar las cosas.

Barry Seal: El traficante es la nueva aventura de Cruise y Liman juntos. El director hace un meticuloso trabajo de ambientación y mide muy bien el ritmo, contando tantas cosas que al final resulta fácil acabar noqueado por lo estímulos, sin entender de qué va la cosa o quiénes son los buenos y los malos. Y el actor se mimetiza con ese planteamiento, dispuesto a poner de nuevo en tela de juicio todo cuanto podamos saber o creer sobre él, porque en el fondo no sabemos nada.

Por eso la película está planteada a base de flashbacks, tras unas grabaciones en las que vemos al protagonista dirigirse a cámara y confesar sus fechorías de una manera lo bastante astuta e informal, casi inocentemente, para dejar claro que estamos ante un producto Made in América, tal cual lo presenta el título original.

Barry Seal es piloto, está casado, tiene hijos, vive más o menos feliz, pero se aburre. Su vida cambia cuando, casi al mismo tiempo, la CIA y los cárteles colombianos lo contratan para llevar armas a Nicaragua y droga a Estados Unidos, en un sistema de retroalimentación donde se lava dinero, se transporta a individuos peligrosos, y se infringe la ley con el amparo de la ley. El discurso no es nuevo, de no ser porque en esta ocasión nos lo cuentan un experto en mentiras como Liman y un mentiroso compulsivo como Cruise.

Aclaremos, por supuesto, que las mentiras de Liman tienen que ver con la doble vida de las imágenes, ese maquillaje para parecer una cosa y ser otra en realidad, que es en el fondo lo que nos viene contando a lo largo de su carrera; y al mentiroso compulsivo que hay en Cruise habría que reivindicarle ese actor que siempre ha aspirado a actuar de verdad (con Neil Jordan, Stanley Kubrick, Paul Thomas Anderson, Michael Mann o con quien sea con tal de hacer algo decente, más allá del rollo taquillero) y no al mangante que siempre va en busca de la pasta, lo haga mejor o peor, en sus franquicias o sus experimentos alquímicos (para convertir cualquier cosa en un buen fajo de dólares).

Nos gusta ver a nuestro héroe americano en plan reivindicativo, diciéndonos: “Chicos, así estaban las cosas en los ochenta; vengo de ahí, lo sé bien”, por mucho que su crítica hacia aquel tinglado sea lo bastante divertida y llevadera como para no tomársela muy en serio. “Soy made in America: un actor guaperas, flojito, nunca demasiado bueno ni demasiado bueno, esté al lado de la ley que esté”, añade, por si alguien quiere enfadarse con él sin antes haber visto lo que le ha rodeado hasta convertirse en el rey Midas del cine norteamericano. Liman también es un poco así: pequeño, suave, bonito; tan blando por fuera que se diría que apenas tiene rabia aun cuando nos da la sensación de morder con rabia.

De eso trata el cine comercial norteamericano de nuestros días: de tipos tan indeseables y gobiernos tan indeseables que cualquier fechoría de un ciudadano de a pie se queda corta ante el listón del Mal, y sólo puede ser motivo de risa. Y Cruise sabe reír, como Humphrey Bogart sabía fumar y Dana Andrews sabía ajustarse el sombrero.

Esta película, que divierte y uno la sigue sin aburrirse ni irritarse, sería mucho mejor si antes no hubiésemos visto Blow (2001, Ted Demme), American Gangster (2007, Ridley Scott), la series Breaking Bad y Narcos, The Infiltrator (2016, Brad Furman)… Agentes, dobles agentes, profesores de química, grandes capos, y toda esa mala gente que camina y que determina que hoy el show business, camaradas, es una imitación de la técnica del iceberg de Hemingway: vemos lo tolerable y lo intolerable nos toca imaginároslo, si es que todavía nos queda imaginación, porque en el fondo al cine comercial norteamericano no le hace falta tomarnos muy en serio mientras nosotros sí nos lo tomemos tan en serio como hasta ahora.

Ficha Técnica

Título original: American Made (2017).
País: Estados Unidos.
Director: Doug Liman.
Guión: Gary Spinelli.
Reparto: Tom Cruise, Domhnall Gleeson, Jayma Mays, Sarah Wright, Jesse Plemons, Lola Kirke, Caleb Landry Jones, Benito Martinez, Connor Trinneer, E. Roger Mitchell, Justice Leak, Jayson Warner Smith, Robert Farrior, Frank Licari, David Silverman.

Tags:
cine
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