“Así ha de haber sentido Noé cuando bajó del arca: la luz al final del túnel”
El martes 29 de agosto por la tarde, Juan Antonio Septién, residente desde hace más de tres décadas en el barrio de Spring-Champion Forest, al noroeste de Houston, Texas, salió de su casa tras más de seis días de intensa lluvia provocada por el huracán “Harvey”, cuando la tormenta se dirigía, lentamente, como agarrándose de su presa, hacia el este del Estado, hacia Luisiana, probablemente hacia Arkansas y Tennessee.
Tomó una foto con su celular del tímido sol asomando por las nubes negras que dejaba la última parte del ciclón más poderoso de la historia moderna de Texas. Y puso en su cuenta de Wathsapp: “Así ha de haber sentido Noé cuando bajó del arca. La luz al final del túnel”.
Era el breve anuncio del mero principio del fin, en el área de Houston, la cuarta ciudad más grande de Estados Unidos, de la pesadilla provocada por el huracán que tocó tierra el viernes 25 de agosto, entrando a tierra desde el Golfo de México, entre Corpus Christi y Houston, y que ha dejado una estela de 16 personas muertas, inundaciones, destrucción, miles de damnificados y daños materiales incalculables.
Juan tuvo suerte. Por un milagro su casa siguió seca. A 100 metros, al fondo de su fraccionamiento, el agua llegaba encima del toldo de los automóviles. Había subido entre metro y medio y dos metros en el interior de un barrio residencial. Era la situación general de Houston, la “tormenta perfecta” para causar el desastre que causó. Miles se quedaron sin nada.
Tanto así que la noche del martes 29, desde las 0:00 hasta las 5:00 del 30 de agosto, el alcalde de la ciudad texana, Sylvester Turner, ordenó un toque de queda cuyo objetivo es evitar robos en las viviendas evacuadas.
Mediante un Tweet, Turner expresó que “debido a la situación actual y al hecho de que mucha gente ha dejado sus casas y no hay electricidad, y de que sigue siendo peligroso estar en la calle por la noche, he decidido imponer un toque de queda esta misma noche”.