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La enfermedad no solo afecta al paciente

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Luz Ivonne Ream - publicado el 26/08/17

Cuidar y acompañar a un familiar enfermo es un honor y privilegio, cómo vivirlo como una hermosa obra de misericordia que nos ayude a crecer en gracia y amor a Dios

Es cierto, los familiares/parientes y amigos muy cercanos no están enfermos. Sin embargo, también necesitan apoyo. No tienen que someterse a tratamientos ni acudir al hospital con tanta frecuencia como el enfermo; aun así, a menudo deben soportar una enorme carga emocional.

Porque, aunque no sean los portadores de la enfermedad, también ellos sienten miedo, incertidumbre, dolor, impotencia, desesperación, cansancio, rabia.

Su papel es de suma importancia: apoyar al enfermo y estar presentes en cualquier circunstancia y tanto como se les necesite. Además de estar siempre con buen estado de ánimo y sonrientes para alegrar al enfermito, aunque por dentro se esté desgarrando su alma de dolor.

Es por eso por lo que también ellos necesitan del amor, el apoyo, la paciencia, ternura y la comprensión de quienes les rodean. Estas personas quienes tan amorosa y pacientemente acompañan a su familiar a cargar con su cruz cual Cirineo son héroes anónimos.

En su Audiencia General del 10 de Julio del 2015, el papa Francisco dedicó la catequesis a meditar sobre la familia y la enfermedad. Repitió que atender y cuidar de un familiar enfermo, es en muchas ocasiones una oportunidad para el heroísmo.

“Ante la enfermedad, también en familia surgen dificultades, debido a la debilidad humana. Pero, en general, el tiempo de la enfermedad fortalece los lazos familiares. Y pienso en cuán importante es educar a los hijos, desde pequeños, a la solidaridad en el tiempo de la enfermedad. Una educación que deja de lado la sensibilidad hacia la enfermedad humana hace que los corazones se vuelvan áridos. Hace que los chicos se queden ‘anestesiados’ hacia el sufrimiento de los demás, incapaces de afrontar el sufrimiento y de vivir la experiencia del límite. ¡Cuántas veces, vemos llegar al trabajo a un hombre, a una mujer con la cara cansada, con cansancio, y cuando se le pegunta ‘¿qué pasa?’, responde: ‘he dormido sólo dos horas porque en casa nos turnamos para estar cerca del niño, de la niña, del enfermo, del abuelo, de la abuela’. Y la jornada prosigue con el trabajo. ¡Estas cosas son heroicas, son la heroicidad de las familias! Esas heroicidades escondidas que se realizan con ternura y con valentía, cuando en casa hay alguien que está enfermo”.

Es importante que, ante el anuncio de cualquier enfermedad, sepamos y toleremos las reacciones emocionales tanto del paciente como de los familiares. Todas las personas solemos reaccionar de manera similar ante la enfermedad, aunque no todos con la misma intensidad o mostrando la misma emoción o sentimiento. Cada uno será distinto, pero no menos valiosos unos de otros.

  • Una vez que tengamos la capacidad de salir del estado de “shock” por la noticia recibida vale la pena sobrenaturalizar la situación. Es decir, elevarla más allá del plano terrenal -humano, e invitar a Dios a caminar con nosotros en este proceso. Si no creemos en Dios quizá sea un buen momento para comenzar a creer. Un proceso así de doloroso se vive distinto de la mano de Dios que a la deriva.
  • Si Dios da la carga, también da la fuerza. Confiemos ciegamente en eso. Casi siempre el enfermo saca una fuerza sobrenatural impresionante, inexplicable y muy difícil de entender mientras que los familiares se sienten morir, impotentes y muy vulnerables.
  • La gracia está en la situación y no en la imaginación. Es por eso por lo que hay que cuidar lo que pensamos porque los pensamientos se pueden convertir en nuestros peores enemigos drenándonos, paralizándonos y quitándonos la fuerza para ir hacia adelante y hacer lo que Dios quiere que hagamos.
  • Cualquier enfermedad se enfrenta un día a la vez, paso a paso y dándole a cada jornada su afán. Con esto quiero decir que hay que evitar futurear y morir en la agonía pensando en qué pasará.
  • Vivir el acompañamiento con gratitud. Hay que darnos cuenta de que el cuidar y acompañar a un familiar enfermo es un honor y privilegio. Es una hermosa obra de misericordia la cual nos ayudará a crecer en gracia y amor a Dios.
  • Crecer en humildad. El permitir que familiares y amigos nos ayuden mientras estamos impedidos físicamente o convalecientes en nuestra enfermedad es de los actos de humildad más grandes porque nos sabemos necesitamos y permitimos al prójimo servirnos. Hay que dejarles que lo hagan porque con eso les ayudamos a crecer en amor y autoestima por medio del servicio. Además de que estamos permitiendo que una lluvia de bendiciones caiga sobre ellos. Por otro lado, si somos nosotros los familiares cuidadores se vale externar nuestras capacidades y limitaciones, siempre desde el amor y reconociendo con toda humildad nuestro cansancio, estrés y necesidad de descansar. Eso sí, la queja conmiserada jamás será válida.
  • La vida sigue y nosotros con ella. Si, es verdad, somos quienes apoyamos a nuestro familiar enfermo. Sin embargo, no podemos olvidarnos de vivir. Es de suma importancia seguir con nuestros planes y reacomodarlos a nuestra nueva realidad. Aprendamos a vivir y a llevarlos a cabo de una manera distinta. El hecho de que ahora estemos pasando por este proceso con nuestro enfermo -y sin dejar de ser realistas- no debe ser un obstáculo para detener nuestros sueños, planes y proyectos.
  • Palabras de amor y paciencia. “Estoy aquí para ti porque me importas y porque te amo. Me siento privilegiado de acompañarte en este proceso, estés contento o sufriendo, lleno de vida o faltándote el aire. Gracias por permitirme estar junto a ti”. Muchas veces es todo lo que nuestro familiar necesita escuchar. En pocas palabras le estamos haciendo ver nuestra postura como acompañantes en el camino de las lágrimas y del dolor.
  • Investigar más sobre el tema. Como cuidador es bueno saber a lo que nos podemos enfrentar y, sobre todo, lo que nuestro enfermo puede pasar. Recomiendo al libro de La rueda de la vida de la enfermera suiza Elizabeth Kübler-Ross solo para conocer las etapas por las que pasa un enfermo en fase terminal. Ella habla de lo que se pasa por cada una de estas fases, no necesariamente secuencialmente: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. De hecho, este tipo de esquema se ha adoptado para todo tipo de duelos.
  • Tratemos de hacer el ambiente agradable, tanto en casa como en nuestras reuniones y que ni nuestras conversaciones ni nuestras vidas se centren en la enfermedad. No permitamos que todo gire alrededor de ella. Hay tanto de que platicar…
  • Reconocer nuestros sentimientos. Tanto el paciente como los familiares deben aprender a expresar sus sentimientos, dudas, cuestionamientos, miedos, expectativas. Qué sienten y piensan, sobre todo, qué efecto está teniendo la enfermedad en cada uno de ellos y en sus vidas, cómo les ha cambiado. Comprender el significado que el dolor tiene para cada uno. Que ambos aprendan a expresar lo que cada uno pasa. La mejor manera de comprenderlo es por medio del diálogo. Que a cada sensación le pongan un nombre. Tengo miedo porque la enfermedad me genera incertidumbre, me siento enojado con tu enfermedad, no contigo, a ti te amo por sobre todas las cosas, etc.

No hay que olvidar nunca que el cerebro nunca se equivoca. Si el cuerpo manifiesta dolor o fatiga es porque el cerebro dice: “A descansar”. Si queremos seguir siendo cuidadores o acompañantes de calidad para nuestro enfermo, hagamos caso cuando el cuerpo nos hable.

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