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Lo que aprendí del mejor médico del mundo

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Sir William Osler © Public Domain via Wikipedia

Sir William Osler

Tod Worner - publicado el 25/08/17

"Afronte con seriedad la pequeña tarea que tiene entre manos" fue uno de los grandes consejos de Osler. La Medicina contemporánea no puede olvidarle

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Durante mi formación en la universidad en Medicina, no era extraño escuchar al vuelo en las salas una referencia al gran William Osler. Con su juvenil mechón de pelo y su bigote imperial, Osler fue un médico nacido en Canadá, formado en la Universidad de McGill y destacado con prominencia desde sus puestos profesionales y académicos en las universidades de Pensilvania y John Hopkins. Con una pasión por el diagnóstico clínico, Osler supuso un aliento fresco en el arte de la elaboración de un historial detallado y un examen físico astuto. Su nombre se convertiría en epónimo de varias enfermedades (‘Rendu-Osler-Weber’ o telangiectasia hemorrágica hereditaria) y hallazgos clínicos (‘nódulos de Osler’ de endocarditis bacteriana).

El estilo de Osler en sus rondas de cama en cama se convertiría en la esencia de la educación médica occidental. Con su escritura lúcida, ya en el ámbito clínico (con su manual récord de ventas publicado internacionalmente, Los Principios y la Práctica de la Medicina) o en el filosófico (con su muy reconocido discurso Aequanimitas), ofrecía una luz que guiaba cálidamente a través de la espinosa selva de la medicina.

Sí, cuando yo estaba en la universidad de Medicina todo el mundo conocía a William Osler.

Pero ya no.

William Osler ha sido apodado El Padrino de la medicina interna moderna. Pero actualmente, cuando empiezo con mi conferencia sobre Por qué importa William Osler, para estudiantes y residentes de Medicina, cada vez me encuentro más miradas desconcertadas.

Claro que podrían discutirme: ¿Qué relevancia tiene un viejo médico de hace cien años que practicaba una medicina ya anticuada? Por el amor de Dios, ¡esos médicos ni siquiera tenían antibióticos, estentscardíacos o quimioterapia!En una era moderna de escáneres PET/TAC, microcirugía y la emergente terapia genética (según el razonamiento empleado), ¿no deberían William Osler y los de su índole incluirse fácilmente en el grupo de los médicos de la peste bubónica y sus ridículas máscaras con pico de ave de hace siglos? ¿Qué podría enseñarnos el pintoresco William Osler a nosotros en esta edad del dinamismo tecnológico y de semejantes avances científicos?

Pues mucho.

Si la tecnología es la medida y el avance científico el listón, entonces toda nueva época parece degradar a la anterior. En su día, Osler deslumbraba a estudiantes y colegas con autopsias que mostraban enfermedades que ni siquiera los más expertos médicos habían visto desde dentro. Pero ahora, el estudiante más tierno de Medicina puede estudiar el cuerpo humano con la magistral ayuda del Atlas de Anatomía Humana de Frank Netter o echar un vistazo a unas imágenes exquisitas de la enfermedad humana a través de ultrasonidos, de resonancia magnética o de TAC, en tiempo real.

Sin embargo, en vez de denigrar a sus predecesores por su ignorancia o chasquear con altanería sobre la más actual práctica médica que él conocía, William Osler reverenciaba a sus ancestros médicos. Solía alentar (al igual que le alentaron a él mismo) a beber ávidamente de la sabiduría y experiencia de los grandes médicos del pasado. ¿Quieres aprender sobre la enfermedad de Hodgkin? Lee lo que Hodgkin dice sobre ella. ¿Sientes curiosidad por la parálisis de Bell? Entonces ¿por qué no explorar los escritos de Bell?

Hoy en día, aunque tratamos desvergonzadamente de erradicar todo epónimo en nombre de la corrección política y el puritanismo patológico, simultáneamente borramos de la historia de la medicina el descubrimiento que en su día se ganó con gran esfuerzo algún hombre o alguna mujer. Osler no soportaba nada de esto. A menudo parafraseaba a Soren Kierkegaard diciendo “La vida solo puede vivirse mirando hacia delante, pero solo puede entenderse mirando hacia atrás”.

Sin embargo, aquí hay algo que he descubierto sobre la historia de William Osler. Con la mentalidad arraigada en el cientificismo que ha rodeado la narrativa moderna de la historia de Osler, no me sorprende que se le haya olvidado. Hemos creado una cáscara de un hombre y asentido de forma engreída cuando es derribado con facilidad. Si el mayor reconocimiento de Osler fuera su capacidad para percutir y escuchar un pecho o discernir un soplo o palpar el pulso, entonces merecería ser expuesto entre esos extraños artilugios médicos y elixires pasablemente útiles de una era obsoleta. Simplemente, los hemos superado… y quizás, también, a él.

Pero ese no es Osler ni tampoco ahí radica su importancia.

El William Osler que conocí cuando leí biografías y discursos y ensayos fue un médico que todavía tiene mucho que enseñarnos. Sin lugar a dudas, Osler era brillante y curioso, perspicaz e innovador. Pero ese no es el secreto de su identidad.

No.

William Osler importa porque vivía de forma consciente e intencionada.

En una vida de infinitas exigencias, Osler vivía el momento presente. Le inspiraba la reflexión de Thomas Carlyle: “Nuestra principal ocupación no está en ver lo que yace tenue en la distancia, sino lo que se encuentra claramente ante nosotros”. Se decidió con la mayor de las disciplinas a no rumiar sobre el pasado ni obsesionarse con el futuro, sino a estar aquí ahora. Osler era ejemplo del mismo consejo que daba cuando decía: “No piense en todo lo que le queda por hacer, ni en las dificultades que superar, ni en el fin que obtener, mejor afronte con seriedad la pequeña tarea entre manos, permita que eso baste para este día”.

De modo que, ya estuviera tratando a un paciente, orientando a un estudiante o hablando con un colega, su dedicación era genuina y sincera. Tenía una enorme capacidad para la amistad.

Las anécdotas se acumulan cuando William Osler recuerda con cariño a un estudiante de hace mucho, a quien recibió en su casa y buscó una manera de ayudarle en la próxima etapa de su carrera. Cuando su colega cirujano William Halsted, brillante aunque ahogado en problemas, desapareció en una borrachera mezclada con drogas, Osler tomó al joven aprendiz de Halsted, Harvey Cushing, bajo su protección. Al regreso de Halsted, Wiliam Osler seguía siendo el amigo en quien podía confiar.

Un activo importante en su lugar de trabajo

Todas las instituciones (McGill, Penn, Johns Hopkins) pasaron por un doloroso proceso de rasgarse vestiduras y apretar dientes cuando Osler se marchaba a su próximo compromiso. Así de bueno era. Le consideraban un activo tan importante que su mentor y amigo el doctor Palmer Howard comparó el tiempo pasado con Osler a beber un potente licor.

Y luego estuvo aquella vez, en una oscura noche de Baltimore, cuando Osler se encontró con una madre deshecha y su hija enferma en la calle. Paró un carruaje, ayudó a subir a la muchacha enferma y le pasó una nota. Osler pagó al chófer y lo dirigió al hospital John Hopkins. A su llegada, el personal médico abrió la nota, que informaba que se trataba de una de las “pequeñas de la señora Osler”, a quien habían de cuidar hasta que Osler llegara para ayudarla en persona.

Hubo un tiempo en que (en muchas universidades de Medicina), se entregaba a todo estudiante que se graduaba un libro que compilaba los discursos y ensayos de William Osler. Entre los principales estaba el discurso de despedida que dio a los graduados de Pensilvania (1889), titulado Aequanimitas. En este discurso, Osler ensalzaba la virtud de la ecuanimidad – en el sentido de serenidad del ánimo– con la que un buen médico debe ejercer. Es importante guardar la compostura, quizás incluso un poco la distancia, cuando se trata con el estrés de una enfermedad grave o un pronóstico desafortunado. Pero Osler no se quedó ahí, porque la mayor virtud del médico no era exactamente tener hielo en las venas. Más bien, Osler describió el delicado equilibrio que un auténtico médico debe mantener.

Cultivad, pues, (…) la insensibilidad en tan juiciosa medida que pueda capacitaros para satisfacer las exigencias del ejercicio profesional firme y valiente, sin endurecer, al mismo tiempo, ‘el humano corazón por el cual vivimos’.

El arte de ser un verdadero médico está en encontrar el equilibrio entre ecuanimidad y empatía.

El otro acto de equilibrio del que William Osler era ejemplo estaba entre la intencionalidad y la eficacia. Osler era famoso por su horario, que respetaba de forma extraordinaria, con horas dedicadas al trabajo y la recreación (que siempre terminaba a las diez en punto con la lectura de un clásico no médico). Pero en medio de su exquisita gestión del tiempo, Osler tenía intención y consciencia del momento. Estaba presente en su ahora. Según escribió el biógrafo Michael Bliss:

[Osler] tenía la habilidad, más frecuente en políticos (aunque despreciaba a los políticos), de ofrecerte toda su atención e interés, quizás cogiéndote del brazo, y escucharte consideradamente, comentar sobre algún encuentro años antes o sobre algún vínculo que tuvierais en común, convenciéndote de que para William Osler en ese momento eres la persona más importante del mundo… y luego seguir su camino.

Sin lugar a dudas, los médicos modernos tienen que ser listos y han de tener soltura con la literatura científica y la tecnología médica. Pero, con más intención todavía, los médicos tienen que ser sabios y comprometidos. Entre atracos de innumerables datos que me pedían que purgara para los exámenes, nadie en mi experiencia académica médica me describió el sutil equilibrio entre intencionalidad y eficacia, entre ecuanimidad y empatía, de la manera que lo hizo William Osler. Los hechos en Medicina cambian. La tecnología evoluciona. Pero estas sabias verdades son eternas. Y eternamente necesarias.

Cierto… muchos hechos médicos de la época de William Osler se consideran erróneos y su tecnología está desfasada. Pero no su filosofía.

Esa es la lección que aprendí de este grandísimo médico.

Quizás si prestáramos tanta atención a estar presentes con el paciente como la prestamos a ser puntuales, o si nos preocupáramos tanto por cuidar del paciente como por permanecer objetivos, sentiríamos el fuego que inspiraba a William Osler. Quizás, más que convertirnos en grandes médicos, nos convertiríamos en grandes personas.

Sí. Quizás.

¿Qué por qué importa William Osler?

Ahora ya lo sabes.

Tod Worner, médico internista en Edina, Minnesota (Estados Unidos). Ejerce su especialidad en el Abbott Northwestern Hospital.

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