Multiplicado ese “disparo” millones de veces cada año podría dañar la imagen de la Morenita en la tilma de san Juan DiegoHace unos días, una lectora hizo una pregunta muy interesante a la redacción de Aleteia: ¿por qué no permiten el flash para fotografiar la imagen de la Virgen de Guadalupe en la Basílica de la Ciudad de México, si esa imagen no es una pintura hecha por autor humano?
Desde que la Nueva Basílica de Guadalupe se abrió al público el 12 de octubre de 1976, bajo la arquitectura icónica del mexicano Pedro Ramírez Vázquez, el ayate o tilma de san Juan Diego donde quedó grabada la figura de la “Morenita del Tepeyac”, millones de peregrinos han podido pasar frente a ella y ponerse bajo su tutela.
Y cuando se habla de millones, se habla de al menos 23 millones de peregrinos cada año. Ninguno de ellos (o muy pocos) van a la Nueva Basílica sin pasar por delante de la imagen por una de las dos bandas eléctricas que se encuentran bajo la tilma, detrás del altar mayor, descendiendo por las rampas laterales a ambos costados del altar.
Es la misma imagen que quedó como testimonio de su presencia en México hacia diciembre de 1531, cuando el primer obispo de la tierra recién conquistada, Fray Juan de Zumárraga, le pidió al indígena Juan Diego Cuauhtlatoatzin una señal de que la Madre del Cielo se le había aparecido y quería que le hiciera una “casita de oración” en ese sitio (donde, anteriormente, los aztecas veneraban a Tonantzin).
El problema del flash
El flash fotográfico o “destellador” fotográfico es un dispositivo que actúa como fuente de luz artificial para iluminar escenas en fotografía. El flash es una fuente de luz artificial intensa y dura, que se “dispara” sobre el objeto fotografiado.
Multiplicado ese “disparo” millones de veces cada año –por casi 41 años—podría dañar la imagen, pues esta se encuentra estampada en una humilde tilma que portaba Juan Diego, una tela hecha de fibras vegetales de Izotl, palma de las agaváceas, que en un ambiente húmedo y salitroso como el del Tepeyac, duraría tan sólo diez años, pero esta portentosa imagen ha durado siglos en este lugar.
Por lo demás, ha habido varios intentos por descubrir que la imagen es una pintura humana. Y todos ellos han tenido que aceptar la evidencia de que no es posible que mano humana haya generado tal portento.
¿Quién pintó la imagen?
Desde que en el siglo XVIII se hizo el primer dictamen con el pintor gudalupano por excelencia, el oaxaqueño Miguel Cabrera, hasta el siglo XXI, con las más modernas técnicas de descomposición de texturas e imágenes, nadie ha desmentido que el “tlacuilo”, el pintor de este códice náhuatl que es Guadalupe, fue Dios mismo.
Desde luego, creerlo no es dogma de fe. Pero las evidencias se acumulan. Y también la forma en como se ha preservado hasta hoy la imagen.
Como dice uno de los máximos estudiosos de Guadalupe, el padre Eduardo Chávez Sánchez, “simplemente, no hay explicación razonable para entender cómo es que se ve tan perfectamente la imagen impresa en la tilma vegetal sin ningún tipo de preparación”.
Para muestra de que la Virgen de Guadalupe tiene más cuidadores que los seres humanos, la historiadora Gabriela Treviño, en la sección de cultura del Boletín Guadalupano del 2014, cuenta la siguiente historia:
“Y para finalizar (el recorrido por la Nueva Basílica de Guadalupe) un pequeño tesoro con una gran historia: el “Cristo del atentado” (ubicado a un costado de los confesionarios), el cual evoca a lo milagrosa y perfecta que es Nuestra Señora de Guadalupe, ya que fue ese crucifijo el que en 1921, tras un atentado en contra de la Sagrada Imagen, donde hicieron explotar una bomba cerca del altar en la Antigua Basílica de Guadalupe (que hoy conocemos como Templo Expiatorio a Cristo Rey), protegió a la Virgen de Guadalupe recibiendo el impacto para que saliera intacto el ayate de tan grave situación”.
Se trata, pues, de proteger con los medios humanos la milagrosa imagen de la Patrona Celestial de las Américas. El flash podría no dañarla, como no la dañó un bombazo hace casi un siglo.
Pero es por respeto, por veneración y por preservación de la tilma que no se permite usarlo mientras se tiene la gracia de pasar debajo de ella, poniendo nuestras intenciones en sus manos. Fue ella la primera que le dijo al indígena pobre, atribulado y recién convertido: “¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?”.
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