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¿Sabías que a Jesús no le asustaba la soledad?

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Maryna Patzen

Carlos Padilla Esteban - publicado el 14/08/17

¿Por qué no buscar, en vacaciones, momentos para hacer silencio y meditar? Podrían darte mucha paz

Jesús sube a lo alto de un monte a orar, a descansar, con tres de sus amigos: «En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta». Jesús busca siempre lugares apartados en los que descansar. Eso me conmueve. Ama la soledad y el silencio. No le asusta estar solo. Busca lugares solitarios.

Estoy acostumbrado a estar con gente. Rodeado de conocidos. En lugares conocidos. Me asusta la soledad. Duele la soledad, pero también me sana. «La forma cristiana de vida no libera de la soledad. La protege y la cuida como un don precioso. Quizás el penoso reconocimiento de la soledad sea un hecho fundamental en nuestra existencia. Pueda ser un don que debamos proteger y guardar, porque nuestra soledad nos revela un vacío interior que puede ser destructivo cuando es mal comprendido, pero lleno de promesas para el que pueda aguantar su dulce dolor»[1].

En la soledad asumida es donde Dios viene a mi encuentro. En esa soledad que duele, en esa soledad que beso. Me duele muy dentro estar tan solo, pero sé muy bien que ese es el camino para escuchar sus deseos. Jesús quiere hablarme en los silencios. En los momentos de paz.

Dice F. Nietzsche: «Perdí la fe en los ‘grandes acontecimientos’, en la medida que están rodeados de bulla y humo. Y créeme, amigo Bullicio, los grandes acontecimientos no son nuestras horas más ruidosas, sino las más silenciosas»[2].

Jesús busca respuestas y consuelo en el silencio. En lo apartado de un monte. Me gusta pensar que las vacaciones son una oportunidad para buscar más la soledad en el monte de mi vida. Pero a veces no lo aprovecho y me lleno de ruidos, de actividades, de compromisos sociales. En ocasiones no lo puedo hacer de otra manera, es cierto, me veo forzado por la vida, por la familia, por los hijos, por los amigos. Y sé que entonces los silencios escasean en el descanso.

Ojalá pudiera buscar más la soledad, como lo hacía Jesús. Buscarla para mirar hacia atrás el curso que termina y agradecer por todo lo vivido. Necesito ver desde arriba mi vida, mirar el paisaje pequeño del curso, mirar el camino trazado, dar gracias, descansar sin hacer tantas cosas. Con amigos. Con hermanos. Con familia.

Desde lo alto del monte la vida que vivo se ve de otra manera. Allí, en esa soledad sagrada, los problemas son más pequeños y los miedos insignificantes. Es un momento de descanso para buscar las huellas de Jesús junto a las mías.

¿Cuáles han sido los regalos que he recibido en este curso? Es la primera pregunta que surge en el corazón. ¿De qué forma se ha manifestado en mi vida el amor que Dios me tiene? Hay muchos regalos ocultos en el paso cadencioso de los meses. Dios me quiere y me da muchas alegrías.

Seguramente también hay otros regalos escondidos en lo hondo de mis cruces. ¿Cuáles son los momentos de dolor y cruz que he vivido? La amargura, la tristeza, pueden embargar mi corazón en momentos de cruz y alejarme del amor de Dios. Es una pena porque entonces pierdo la esperanza y dejo de mirar lo que me ocurre con optimismo y paz.

En las cruces de este año se esconde la mano salvadora de Jesús. Él viene a mi indigencia, a mi hambre, a mi dolor. Viene a consolarme en medio de mi aflicción. A sostenerme cuando nada parece darle sentido a mi vida.

Hay en Tierra Santa, en el Gólgota, una cueva profunda. En ella se ve la grieta en la roca. Sobre la roca el Gólgota en el que murió Jesús. Es la misma piedra de entonces. La misma dureza. La misma soledad.

Es la capilla de Santa Helena donde fue encontrada la cruz de Jesús. Una persona rezaba así en ese lugar: «Aquí pesa tanto la herida de tantos que sufren. Han excavado tu roca, Jesús. Han horadado tu montaña. Han encontrado tu cruz escondida, callada, oculta. Descanso aquí en medio de tu dolor. No me turbo junto a la cruz. Me da paz este lugar de roca. Estoy solo. Todo es santo aquí. Todo está lleno de ti. ¡Cuánto silencio en este lugar de noche! Se alegra mi alma al pensar en ti. Descanso. Ya tengo menos miedo a la cruz. Toco suavemente tu roca hendida, herida. Gracias Jesús por sostener mi cruz».

Quisiera mirar así las heridas de estos meses de batalla. Las cruces que han horadado mi alma. Han dejado una huella dolorosa en la roca de mi alma. Las quiero tocar con una paz distinta. Con la paz de Jesús en medio de mi vida. En el dolor Él me habla. Me hace valorar lo más importante. En este año quiero mirar hacia atrás y dar gracias por mis cruces.

También pienso en las personas que han sido importantes. En las que me han marcado con sus palabras y sus gestos. ¿Quiénes han sido? Personas a las que tal vez no he cuidado tanto. Personas que me han cuidado a mí cuando estaba cansado. Personas en las que he descubierto un regalo de Dios para mi vida. Quiero agradecer por tantos que forman parte de mi camino lleno de voces y encuentros. Quiero mirarlos con misericordia y alegrarme de su presencia generosa. Perdonarlos si me han ofendido. Perdonarme si les he hecho daño. Y mirar sus vidas como un regalo que me enriquece.

Por último, en la poca o mucha soledad de este tiempo, quiero repetir los síes que tengo que dar de nuevo. ¿Qué sí que me duele tengo que volver a pronunciar ante Jesús? El sí a mi vida como es, con su pobreza y su grandeza. El sí a mi fragilidad. El sí a mi fortaleza. El sí a las personas que caminan conmigo.

Mis síes son esa letanía llena de música que repito con paz en el corazón cada mañana. Quiero a Jesús y le digo que sí en mi verdad, en mi vida, en mi camino, en mi vocación, en mi historia persona.Ese sí, como una roca, sostiene el mundo. Yo lo sé.

[1] H. Nouwen, El Sanador herido

[2] F. Nietzsche, 1844-1900, Así habló Zaratustra

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