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Pongámonos en la piel de un venezolano en el exilio

frontera venezuela-colombia

Luis Acosta/AFP

Esteban Pittaro - publicado el 13/08/17

Son miles y sufren al ver a su país desangrado desde nuevos horizontes

En el año 2013, unos 786 venezolanos habían solicitado asilo político en Estados Unidos. Esa cifra, ya alta, escaló a más de 18.000 el año pasado, según cifras del Servicio de Ciudadanía e Inmigración de los Estados Unidos difundidas por el Refugee Freedom Program. Ni siquiera hubo tantos pedidos de parte de ciudadanos chinos.

No todas las solicitudes son concedidas, porque la dramática situación en un país no alcanza para justificar un asilo.  Se debe justificar persecución y riesgo de vida por religión, raza, creencia ideológica, etc. Pero los números ayudan a dimensionar el sentir de los más de dos millones de venezolanos que han buscado refugio fuera de su país en los últimos años. Se han sentido expulsados de su tierra. Y en España ocurrió algo parecido, donde ni siquiera desde Siria o Ucrania se recibieron tantos pedidos de asilo en 2016 como de Venezuela.

-¿Qué hacés aquí, en Estados Unidos, manejando un Uber?- le pregunto.

-El viaje será de unos 10 minutos. Te lo cuento muy breve. Dejé Venezuela porque si no lo hacía me mataban. Trabajaba en una empresa. Era gerente. Hice unos informes que no beneficiaban a un político. Lo único que hice fue mi trabajo. Yo no era ni chavista ni antichavista. Pero me dijeron que si mi trabajo estaba bien hecho estaba perjudicando a alguien… Primero me amenazaron. Luego me dieron un tiro en la cabeza. Vivo de milagro. Me recuperé. Tomé un avión y me vine a Orlando. Lo conocíamos de venir con mis hijas a Disney World… Además de lo que se sabe, la violencia que se vive en mi país, en todos los estados, es insostenible-, me contesta.

La historia de la mañana me había impresionado casi tanto como ésta.

¿Viniste con tu familia aquí a Estados Unidos?-, le había preguntado a otro.

– Menos mis padres, estamos todos aquí. Esposa, hijos, hermanos. No todos en Orlando. Pero los únicos que quedaron en Venezuela son mis padres. Ellos no quieren salir de Venezuela…Hicieron una vida allí. Me duele no poder ir a visitarlos. Pero por ahora no puedo pensar en ir a Venezuela…Tengo asilo pedido. Aquí me recibieron muy bien. Trabajo, tenemos que trabajar mucho los dos, pero mira, sé que lo que gano vale. Me alcanza. Aquí la moneda no se devalúa. No podía quedarme en Venezuela, por mis hijos, por su futuro- me había respondido.

El perfil de estos dos chóferes era parecido al del día anterior. A él incluso le pregunté por su formación. Universitaria de grado y posgrado, con Máster en Negocios. En Estados Unidos, manejaba Uber. Pero no se quejaba.

– Yo no vendí mis propiedades en Venezuela. No quiero pedir el asilo para poder volver si quiero. De la renta de mi casa, para que te imagines y por ponerte un ejemplo, hace un par de años recibía desde Venezuela el equivalente a 2 mil dólares. Hoy recibo menos de 200. Quiero volver, pero aquí tengo lo que necesito. Fue empezar de cero. Pero sin problemas. Uber es un complemento de otro trabajo, me permite ir pagando el coche. Y estar arriba del coche me permite estar cerca de mis hijas. Ir por ellas después del colegio. Por ellas, no podía quedarme en Venezuela. Aquí, las llevo a los parques de diversiones… Les encanta uno que es todo con atracciones de agua. Lo hago por ellas…- me había explicado.

El diálogo con estos venezolanos, mantenido hace algunos meses en La Florida, revela un testimonio similar al trascendido recientemente del actor Ricardo Álamo, radicado en Miami. Álamo abandonó su país, donde tenía una exitosa carrera. Si bien procuró armar una compañía productora de contenidos, durante los primeros meses no tuvo éxito, y se volcó a Uber para obtener dinero extra, como reveló en una entrevista al periódico El Universal.

Son miles los venezolanos que sufren al ver a su país desangrado desde nuevos horizontes, que buscan para dar esperanza y seguridad a sus hijos. Se los ve cada vez más en más países. Se puede llorar con ellos. Pero también rezar. Y testimoniar, para que Venezuela regrese a la dignidad que se merece.

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