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¿Por qué la Iglesia es blanco de ataques en Venezuela?

VENEZUELA

AFP PHOTO / JUAN BARRETO

Macky Arenas - Aleteia Venezuela - publicado el 11/08/17

En los días de Maduro las cosas no han cambiado y la Iglesia venezolana sufre hostigamiento bajo diversas formas

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Los dictadores en este continente siempre comienzan por hacer carantoñas a la Iglesia católica. Saben muy bien que la tradición de nuestros pueblos está ancestralmente unida a la fe que desde hace más de tres siglos ancló en nuestro ADN espiritual. Inevitablemente, llega el momento en que colinden la misión fundamental de quienes proclaman en evangelio de Cristo, liberador y humanista,  y quienes buscan la sujeción de sus pueblos.

En Venezuela, es preciso recordar que desde el momento en que Fray Bartolomé de Las Casas, dominico que se enfrentó a la propia corona española en tiempos de conquista y colonización por defender la dignidad de los indios como seres humanos creados a la imagen y semejanza de Dios,  dotados de un alma inmortal en virtud de lo cual no podían ser vilmente esclavizados y animalizados, la Iglesia católica ha seguido una tradición de defensa de la libertad, la dignidad  de este pueblo y, en tiempos modernos, de la democracia como estilo de vida y sistema de gobierno que debe garantizar un Estado de derecho cuya vigencia no es negociable. 

Antiguamente, los obispos podían -y hasta debían- ser extranjeros. Hoy son tan venezolanos como una arepa en el desayuno. Sienten y padecen a la par que cualquier venezolano los vaivenes de gobiernos arbitrarios. Han desarrollado una intuición política y una capacidad de respuesta institucional que ni siquiera los líderes políticos pueden emular pues no  los limita el aspirar a cargos ni buscar figuración o reconocimiento.

Eso les confiere un margen de libertad de maniobra para poner los puntos sobre las íes. Los gobiernos les temen, los monitorean, los amenazan y pretenden neutralizarlos. Pero es difícil que eso funcione contra gente «cuyo reino no es de este mundo». Sucede, para desgracia de sátrapas y afines que,  ante los problemas de estos países, son tan dolientes como el más humilde de los habitantes.

En Venezuela tenemos el ejemplo más lejano a nuestros tiempos en quien hoy avanza hacia los altares, monseñor Salvador Montes de Oca, firme opositor al régimen de Juan Vicente Gómez expulsado de Venezuela, el mártir venezolano asesinado por no abjurar de su fe en tiempos del nazi fascismo europeo, viviendo como un monje en una Cartuja italiana.  Más adelante, durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, descolló monseñor  Rafael Arias Blanco, quien con su admirable pastoral desencadenó el cronograma insurreccional que dio al traste con la dictadura.

Hoy, los venezolanos contamos con un episcopado, heredero de aquellos  gladiadores de la fe, que anda en primera fila en el combate por la libertad. Cada obispo es una referencia en su diócesis. Los sacerdotes son faro y guía de las comunidades. No hay púlpito que no cante la verdad ni católico que no se ponga a la orden de quienes sufren persecución, hambre o enfermedad.  Cada acto de solidaridad encuentra en la Iglesia, laicos o religiosos, su estímulo más sólido.

Hoy hay  tal vez más evangelio que nunca en Venezuela. En su último encuentro en Roma con el Papa Francisco los obispos venezolanos le dijeron: «Santo Padre, hoy en Venezuela se está rezando más que nunca».

No en balde, luego de la más cruenta guerra de independencia de cuantas se cuentan en América Latina, Venezuela se separó de la Corona Española más no de sus raíces cristianas. Esta república, desde su nacimiento, fue consagrada a la Inmaculada Concepción y la nación, tiempo después, al Santísimo Sacramento del Altar.

No tememos a la turbulencia, pues confiamos en nuestras protecciones. No obstante, a pesar del acecho de sectas y extrañas creencias embutidas acá de la manera más artificial por esta aventura chavo-castrista (santeros, paleros y toda clase de cultos ajenos), la fidelidad del pueblo venezolano sigue adherida a su tradición cristiana, mucho más luego de la decepción derivada del estrepitoso fracaso del socialismo del siglo XXI.

En tiempos de Chávez, los prelados católicos fueron vejados públicamente, calumniados y retados, insultados y amenazados de todas las formas, mientras el jefe del Estado aparecía blandiendo crucifijos en cadena de radio y televisión. El caso del desaparecido cardenal Castillo Lara, quien fuera gobernador de la Ciudad del Vaticano bajo el papado de Juan Pablo II, es un clásico de la barbarie chavista. Un buen día lo calificó de «demonio con sotana». 

En los días de Maduro las cosas no han cambiado. La Iglesia venezolana sufre hostigamiento bajo diversas formas: asaltos, agresión a religiosos y seminaristas, acoso tributario, destrozos a instalaciones, allanamientos sin orden de ninguna clase, robos y profanaciones.

Hoy, torpes atropellos a residencias estudiantiles regentadas por monjas muestran cuál es el talante de las relaciones Iglesia-Estado en la patria de Bolívar. Ya la imagen de un Maduro llegando a Roma con una talla de José Gregorio Hernández en la maleta no engaña  a nadie. Ya sus visitas – supuestamente cordiales- al papa Francisco quedaron opacadas por una intentona de diálogo que deshonró su gobierno.

Ya la Iglesia local, en comunión plena con el Santo Padre, dicta una pauta que se eleva por encima de las diferencias entre los partidos, de las divisiones entre los políticos y de las escaramuzas opositoras u oficialistas, vengan de donde vengan. El interlocutor más confiable, dentro y fuera del país, es el episcopado venezolano.

Esto no puede ser cómodo ni seguro para un gobierno que cada vez se percibe dando menos pie en el mar embravecido de la crisis venezolana.

Mientras tanto, las exhortaciones pastorales, los documentos, los comunicados de la Comisión de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal Venezolana tan oportunos en tiempos de violaciones de derechos humanos- y toda declaración de los obispos y cardenales poniendo cada cosa en su sitio, son motivo de gran desasosiego para el régimen.

Obviamente, ya recordarán a Santa Bárbara cuando truene y, así como los jerarcas nazis se aferraron a la misma Iglesia que persiguieron, estos no tardan en imitar a Chávez el 11 de abril cuando requirió la presencia de monseñor Baltazar Porras, hoy cardenal, a cuya sotana se aferró  primero para preservar su vida y luego para garantizar la salida de su familia del país.

A nadie debe extrañar que la Iglesia sea el blanco hoy. Sabemos que «le tienen ganas», como decimos en criollo, y ya los feligreses se declaran listos para defenderla. Ya hay señales claras de lo que son capaces de hacer cuando tenemos evidencia de ataques a tiros en plena misa, allanamientos a casas de monjas (Residencia universitaria Cristo Rey de Guaparo, Estado Carabobo) buscando supuestas armas sustraídas por comandos insurgentes  de las instalaciones militares, amenazas puntuales a párrocos y, lo último, la cadena Telesur, al servicio de la dictadura madurista, presentando a la Iglesia como «colaboradora en el asalto al Fuerte Paramacay».

Alfredo Coronil Hartmann, hijo político de Rómulo Betancourt  -gran estadista de la democracia-,  figura de la resistencia, escribió en su cuenta de Twitter: » Solidario con nuestra Iglesia. Tarde o temprano vendrán por ella. Y con ella y por ella estaremos unidos». Así están las cosas.

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