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Cómo ayudar cuando el amigo nos dice que se quiere divorciar

DIVORCE

Shutterstock-Antonio Guillem

Luz Ivonne Ream - publicado el 10/08/17

Lo que hubiera dado yo por una sola persona que me dijera, no estoy de acuerdo con tu decisión, pero aún así te amo y estaré aquí para ayudarte a levantar

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Nunca dejándole solo y actuar como Jesús nos enseñó, con misericordia, aborreciendo el pecado, más amando profundamente al pecador. Podemos no estar de acuerdo con la decisión que quiere tomar. Es más, cara a Dios no podemos apoyar un divorcio como tal, pero eso no nos exenta de sentir y tener una enorme compasión por esa persona y acompañarle amorosamente, muchas veces solo de manera espiritual por medio de nuestras oraciones.

Y cuando nos lo permita y se nos pida, por medio de consejos sabios que le acerque a Dios y al perdón. Esta es una línea muy delgada y casi imperceptible, es por eso que hay que pedir mucho discernimiento al Espíritu Santo de saber mostrar nuestro apoyo y amor al amigo -a su persona- y que con esto no parezca que apoyamos su decisión.

La maravillosa definición de Aristóteles lo dice todo: Amar es buscar el bien del otro en cuanto otro. Es cierto, si de verdad nos consideramos sus amigos y queremos solo su bien no podemos apoyar el que tomen una decisión que al primero que se ofende es a Dios y que a la larga -o a la corta- les traerá aún más problemas, no solo como pareja, peor aún, a sus hijos. Una decisión en la cual su espíritu sufrirá mucho y su alma estará en riesgo, aunque en ese momento no lo puedan percibir así.

Por el otro lado, nosotros -sus amigos- necesitamos entender que el divorcio es el resultado de muchos, muchísimos factores, casi siempre heridas emocionales no sanadas. Es decir, venimos cargando con el alma mutilada desde que somos niños, y claro, en el matrimonio explotan cual dinamita y hacemos la vida del cónyuge lo más miserable posible -infidelidades, maltratos, etc.- Por supuesto que el otro lo que más desea es salir corriendo de una relación así y opta por el divorcio porque no ha descubierto que la gracia del sacramento hace milagros cuando sabemos acudir a ella.

Años atrás y por cosas del destino apareció en mi navegador “certifícate como Coach de divorcio”. Para ese entonces, aunque seguía divorciada de mi esposo, había algo en mi interior por lo que nunca quise apoyar a nadie para que se divorciara, al contrario, le pedía que no se cansaran de luchar y que no siguieran mi ejemplo.

Pensé, entonces para qué me certifico, si un Coach de divorcio lo que hace es dar las herramientas para llevar a cabo ese proceso y, aparte es carísimo este programa. Y en oración encontré la respuesta: no deseo que nadie experimente lo que yo -por elección propia- padecí. Por lo menos lo que lleguen a mí no se sentirán solos y les regalaré lo que a mí se me negó: amor, misericordia y compasión.

El divorcio, en escala de duelos, es el número 2 por debajo de la pérdida de un hijo. Así de fuerte es lo que este proceso duele. Y lo más triste es que, generalmente, se vive en soledad y muchas veces, en abandono.

Aún hoy tengo impresa en mi piel esa sensación de volverme loca, de no querer vivir más. De hecho, hace poco encontré el diario que escribía en aquel entonces, y si hoy siga con vida, es porque seguramente tengo una gran misión. Me resulta difícil poder describir los sentimientos, casi todos negativos, que experimentaba mientras pasaba por mi proceso de divorcio. Era una mezcla de soledad, de desamparo, desilusión y desesperanza.

La incomprensión de la gente, sus juicios temerarios, las críticas contra mí, no tanto hacia mi actuar. Personas que se decían muy cercanas a Dios llegando a mi casa sin avisar para decirme que yo era un escándalo moral y tratándome sin tacto ni caridad alguna, literalmente como apestada. Peor aún, sin ofrecerme algo de apoyo para salir de ese abismo en el que yo me encontraba sumergida. Las disque amigas dándome la espalda…

Lo que hubiera dado yo por encontrar un abrazo lleno de amor, sin juicio, solo amor. Una sola persona que me dijera, no estoy de acuerdo con tu decisión, pero aún así te amo y estaré aquí para ayudarte a levantar.

Porque, ¿saben algo? Al hermano caído no se le apedrea ni se le dan patadas en el piso, se le tiende la mano para que se levante. Y si de plano no sabe o no está listo para tomar nuestra mano en ese momento y levantarse, uno espera paciente a que lo esté, siempre con la mano extendida en señal de… y sigue acompañando, muchas veces a la distancia, pero nunca se le deja solo en una crisis.

Y bueno, como todo para mí es pretexto para acercar almas a Dios, me certifiqué. Casi puedo asegurar que soy la única Coach de divorcio que se dedica a ser instrumento de Dios para salvar matrimonios, y me encanta la idea. De hecho, la gran mayoría de las parejas han optado por reestructurar sus matrimonios y olvidarse del divorcio.

Como hija de la Iglesia, fue mi manera de responder a la continua invitación del Papa Francisco de dar una acogida a los divorciados o a quienes estén en proceso de divorcio. Utilizando las herramientas «limitadas» que como «Coach espiritual y de vida” tengo mi deseo es acompañar a personas que están eligiendo el divorcio como solución a que se den cuenta que hay más allá de su dolor, de la ceguera espiritual que en ese momento experimentan. Es un proceso increíblemente doloroso, y es importante que nadie lo viva solo.

Yo les aseguro a mis coachees algo que es muy cierto, que con la gracia de Dios y la esperanza y los ojos puestos «únicamente» en Él, el futuro se puede vislumbrar más esperanzador. Eso si, hay que trabajarle y muy duro porque a Dios rogando y con el mazo dando. Con Dios y un arduo trabajo, tanto personal como en pareja, comenzar un matrimonio de cero, aunque tengamos 25 años.

Los matrimonios buenos ¡salgan del clóset! Las estadísticas siguen alarmantes y todos necesitamos hacer un frente común para realzar las bondades del matrimonio.

Con tristeza veo como cada día son más las mujeres que deciden salir del hogar en busca de «vivir», o, mejor dicho, lo que ellas creen que es vida y libertad (como yo en su momento tan desatinadamente lo hice). Están engañadas pensando que como ya no “sienten” amar a su esposo, que este ya no las hace feliz o se sienten aburridas eso es suficiente para romper el vínculo matrimonial. Luego pasa el tiempo y cuando por fin logran abrir bien los ojos se dan cuenta de muchas cosas. El dolor que experimentan es muchísimo y muchas están perdiendo hasta los deseos de vivir.

Es por eso no podemos dejarlas solas. Tomen las decisiones que tomen son hijas de Dios y lo que está en riesgo es su vida y su alma. En mi rol de «coach» hago un acompañamiento amoroso para tomen decisiones que las dignifiquen y no aquellas que traigan desventura a sus vidas y familias.

Soy una convencida por muchísimas razones, y por las devastadores consecuencias que he visto que se dejan en los hijos, de que el divorcio nunca es la solución para terminar con los problemas en un matrimonio (porqué Dios siempre obrará milagros si con fe se lo pedimos y trabajamos en eso) y también soy una amante de las familias unidas y de los matrimonios juntos hasta que la muerte los separe con la bendición de Dios.

Insisto, si nuestro amigo nos dice que se quiere divorciar dile que, si le apoyarás, pero a salvar su matrimonio. Eso si, nunca devalúes su sentir, porque este es real. Con mucho tacto e inteligencia, ayúdale a que vuelva a encontrar todo lo bueno que en un momento le unió a su cónyuge. No te sueltes dando cátedras sobre el tema, es poco a poco. Habla menos y escucha más.

Lo más importante es que tu amigo necesita sentirse amado por ti y jamás juzgado. Solo así podrá haber una ventana abierta de comunicación. Lo más importante en estos casos es no dejar sola a la persona, a la pareja en sí, y nunca apoyar aquello que en sí mismo ofende a Dios.

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