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La vida matrimonial es una lucha por la fidelidad en la que puede haber derrotas

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Cançao Nova - publicado el 09/08/17
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¡No le hagas el juego al enemigo!

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La vida cristiana, en general, es un gran combate en el que las fuerzas del mal luchan para destruir a los hijos de Dios. La vida conyugal no es diferente. Marido y esposa necesitan un gran esfuerzo para permanecer fieles el uno al otro.

En la pastoral con parejas, observo que los matrimonios han sido infestados por el adulterio. Este es uno de los motivos más frecuentes de separación y divorcio.

Tal vez tu, que estás leyendo este texto, estés pasando justamente por una situación parecida y pienses: “Fui traicionado(a). Me voy y ya no creo en el matrimonio”.

Créeme: es una tentación. Has sido víctima de tu pensamiento de abandonar a tu cónyuge. Tienes que entender que el matrimonio es también un combate. Eso es lo que tu enemigo quiere que hagas: dale una patada a todo y vete. No le hagas el juego al enemigo. Es necesario hacer lo contrario.

Ya sabes que ni tu ni tu pareja sois ángeles. No porque te hayas casado has dejado de tener tentaciones. Reflexiona un poco: ¿Tu no has sentido alguna vez atracción por alguien? ¡Claro que sí! Pero, gracias a Dios, quizás fuiste fuerte y no caíste en la tentación.

No desistas de tu matrimonio

Si, por desgracia, tu marido o mujer ha caído en ella, no te separes. Es necesario luchar para empezar de nuevo. El enemigo consiguió derribar a tu marido (o a tu esposa). Fue él quien le indujo a irse con otro u otra. ¿Vas a tirar la toalla fácilmente?

Recuerda la lucha que pasaste para casarte con esa persona, y lucha por traerle de vuelta. Por desgracia él (ella) cayó en la tentación.

Una mujer, en una ocasión, recibió la triste noticia de que su marido la dejó para irse con otra. Muy orante, ella decidió interceder por él. Le perdonó de corazón, renovó sus promesas matrimoniales, y esperó a que volviera.

También recibió muchos consejos de amigos para que pidiese la nulidad, pensase en no tirar su vida, pues no merecía lo que le había pasado. Le decían que era bueno que se buscara a otra persona – por supuesto, ella muchas veces se sintió tentada de hacerlo –, pero ella pidió a Jesús por la vuelta de su marido. En misa, pedía a la Virgen que cuidara de él y transformara su corazón. Los años pasaron y ella no desistió, hasta que volvió su marido.

¿Ves? Ella no desistió, no siguió esos consejos. Rezó y esperó a que Dios escuchara sus oraciones. Cuento este caso para ti que estás pasando por la misma situación. Lucha por l0 que es tuyo. Él (ella) es tuyo (tuya), porque Dios te lo dio. Conviértete en su intercesor.

(Tomado del libro: “Quem vos uniu foi Deus”, del Padre José Augusto), via Canção Nova.

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