En el nº 1667 Catecismo de la Iglesia Católica leemos lo siguiente:
Los sacramentales más importantes son, precisamente, las bendiciones.
Lo primero que debe saberse es que no son sacramentos, y por ello no tienen sus efectos. No confieren la gracia -la llamada gracia santificante-, como sí hacen los sacramentos.
La fuerza de un sacramental
Entonces, ¿no tienen más utilidad que la simbólica, ser un signo, un recordatorio? Tampoco es así.
Ya en punto del Catecismo citado señala que hay efectos. Un poco más explícito es el nº 1670:
Las llamadas Orientaciones Generales del Bendicional -el libro litúrgico que recoge las diversas bendiciones-, muestran lo que la Iglesia espera con las bendiciones:
La oración de la Iglesia está en una bendición
La clave para entender esto es “intercesión de la Iglesia” u “oración de la Iglesia”.
Siempre hemos rezado unos por otros, confiando en el poder de la oración para que el prójimo se convierta u obtenga ayuda divina, la que necesite.
Cuando se piden favores espirituales para otros, no es que esa oración confiera la gracia como un sacramento. Pero sirve, entre otras cosas, para ayudar a acercarse a los sacramentos; por ejemplo, a arrepentirse y decidirse a acudir al sacramento de la Penitencia.
Pues bien, en el caso de las bendiciones quien reza es la Iglesia como tal. De ahí que tengan una importancia considerable.
Una antigua tradición bíblica
A esto conviene añadir que hay muchos pasajes bíblicos que muestran la importancia de las bendiciones, sobre todo las que realiza Dios mismo, como las recibidas por los patriarcas, especialmente Abraham.
Todavía no había sacramentos entonces, pero era patente la ayuda divina que llevaban consigo estas bendiciones.
La Iglesia continúa con esta tradición, que se remonta tan atrás, e implora por sus fieles a través de las bendiciones.