Todavía recuerdo lo impactante que fue cuando vi por primera vez esa imagen infame de 21 cristianos vestidos con un mono naranja obligados a arrodillarse en la playa. La imagen fue tomada instantes antes de ser decapitados por militantes del grupo Estado Islámico. La crudeza y la violencia de la imagen me dieron náuseas (de ninguna manera tenía interés en ver la ejecución misma, fue suficiente con simplemente ver el momento anterior).
Otro recordatorio de la violencia contra personas de fe: el Día de la Bastilla, que supuso el comienzo de una persecución contra la religión que resultó en el exilio o asesinato de unos 30.000 sacerdotes católicos.
Aquel no fue un incidente histórico aislado y sigue habiendo persecución de cristianos por el mundo.
No son solo grupos revolucionarios, rebeldes o extremistas violentos los perseguidores. A veces un mismo gobierno supuestamente legítimo es el que se vuelve contra sus propios ciudadanos.
Por ejemplo, bajo la dictadura de Kim Jong-un, Corea del Norte sigue siendo implacablemente hostil al cristianismo y a los derechos humanos básicos.
Estoy radicalmente poco calificado para comentar sobre cuestiones geopolíticas. Pero las menciono como recordatorio de que nunca tendremos un sistema o un gobierno perfecto y que siempre habrá grupos o culturas que directamente rechacen el cristianismo y lo persigan.
No es demasiado disparatado imaginar que cualquiera de los que leen este artículo ahora mismo podría terminar pasando al menos parte de su vida bajo un régimen represivo o un dictador hostil. Pensamos que es algo que nunca puede pasarnos… hasta que nos pasa.
Me pregunto cómo reaccionaría yo de ser llamado a renunciar a todo por mis creencias, en particular para defender una sociedad justa. Si podría encontrar la valentía para hacerlo es simple especulación. Pero sí encuentro motivación (y quizás tú también) al reflexionar sobre santos que vivieron no hace tanto y no demasiado lejos y que plantaron cara a dictadores y perseguidores. Nunca retrocedieron y, a su modo, todos salieron triunfantes.
Carlos Lwanga
Carlos Lwanga fue asesinado junto a otros 22 jóvenes en 1887 por Mwanga, gobernante de una tribu ugandesa llamada Babadan. Mwanga exigía absoluta lealtad de sus súbditos y especialmente de su círculo más próximo. Carlos era el jefe de los pajes reales, un grupo de jóvenes conocidos por sus habilidades atléticas y su aspecto atractivo.
Entre otras obligaciones, estos pajes reales debían inclinarse ante Mwanga, luchar por él sin hacer preguntas e incluso estar disponibles para él sexualmente. Con Carlos como líder, terminaron por plantarle cara y rechazar sus exigencias. Como resultado, los ejecutaron.
Puede resultar intimidatorio que un gobierno exija cooperación con lo que podríamos considerar actos inmorales. Aunque en cualquier sociedad hay un tira y afloja constante al respecto. Sin embargo, Carlos nos muestra que es mejor permanecer fieles a nuestros principios independientemente del coste. Al final, murió tratando de proteger a sus amigos del abuso e incluso perdonó a quienes le perseguían.
Miguel Pro
Quizás sorprenda saber que, durante la década de 1920, durante las administraciones de Harding y Coolidge en los Estados Unidos, el país de México caía en las manos de un represivo dictador marxista llamado Plutarco Calles.
Calles acosó a todos los que se cruzaron en su camino. Y a su modo de ver, una de las organizaciones que más se interponían era la Iglesia católica. Por eso decidió erradicarla exiliando y asesinando a sacerdotes.
Uno de los sacerdotes fue Miguel Pro. Él, en vez de abandonar México para salvar su propia vida, se escondió y continuó rezando clandestinamente con feligreses y ejerciendo su ministerio para con ellos.
Terminó por ser capturado y ejecutado por un pelotón de fusilamiento. Pero su legado perdura. Y su fe en que las personas tienen derecho a la libertad religiosa demostró ser mucho más duradera que la ideología represiva de Calles.
La libertad religiosa es un derecho natural precioso por el que merece la pena luchar contra cualquiera que amenace con arrebatárnoslo.
Margarita Clitherow
Margarita, también conocida como "la Perla de York", vivió y murió en Inglaterra en el siglo XVI. La reina Isabel I, una de las hijas de Enrique VIII, había ascendido al trono y empezado a comportarse de manera dictatorial, en especial al prohibir la libertad religiosa en Inglaterra.
Muchos grupos fueron perseguidos durante este tiempo y el peso cayó con más notoriedad sobre los sacerdotes jesuitas, que fueron perseguidos y ejecutados despiadadamente.
Otros que se negaron a suscribir la Iglesia estatal oficial fueron castigados con multas ruinosas y vetados del servicio gubernamental.
Margarita se solidarizó con estos sacerdotes perseguidos y a menudo los escondía en su casa para mantenerlos a salvo. Con el tiempo la tomaron. Y cuando se negó a rechazar su fe, fue condenada por crímenes contra el Estado y aplastada hasta morir bajo el peso de piedras. Arriesgando su propia seguridad, Margarita desafió las exigencias injustas de la reina de traicionar a otros seres humanos.
Incluso hoy podemos encontrarnos en situaciones similares. Y Margarita nos muestra el mejor camino: es mejor amar y proteger al prójimo incluso cuando hay una presión enorme para transigir.
Maximiliano Kolbe
Maximiliano Kolbe fue un sacerdote polaco que vivió durante la Segunda Guerra Mundial. Fue un famoso escritor espiritual que tenía muchos lectores en un periódico mensual que había fundado. Tras la invasión alemana de Polonia, empezó a escribir artículos contra los nazis para su circulación pública. Al mismo tiempo, usó su monasterio para esconder a unos 2.000 judíos que huían de la persecución.
Con el tiempo, sus actividades le valieron su arresto y encarcelamiento en el infame campo de concentración de Auschwitz. Su tiempo allí culminó con su muerte por inanición cuando se ofreció voluntario para cambiarse por otro prisionero y aceptar su castigo en su lugar para salvar al otro hombre.
Kolbe es ahora venerado en Polonia y en todo el mundo por su valentía abnegada y su sacrificio en una situación aparentemente imposible.
Ciertamente, incluso en las circunstancias más funestas, como en un campo de muerte nazi, es posible que un ser humano se comporte con inmenso amor y dignidad. Hitler pudo conquistar temporalmente Polonia, pero nunca pudo conquistar el corazón y el alma de Maximiliano Kolbe.
Ningún dictador ni gobierno puede controlar a una persona mientras conserve su dignidad interior y permanezca fiel a sus valores y creencias.