Aquí tienes pistas para habitar en la ciudad de una manera más sostenible, con un consumo más responsable y con beneficios inmediatos para las personas
Necesidades de primer orden como llevar a los niños a la escuela o llenar el refrigerador, se convierten en una salida que necesariamente tiene que contar con el automóvil. No digamos si se trata de socializar, participar en actos ciudadanos o disfrutar de momentos de ocio. La vida de las urbanizaciones disgregadas genera continuos desplazamientos.
El pasado mes de abril, el Congreso Internacional sobre Cambio Climático , celebrado en Sevilla (España), recordó que “cuando se planifica, capacita y gestiona a través de las estructuras de gobierno adecuadas, las ciudades pueden ser lugares de innovación y eficiencia. Las ciudades en conjunto con las autoridades locales, tienen el potencial de disminuir las causas del cambio climático (mitigación) y protegerse de forma efectiva de sus impactos (adaptación)”.
Ante esa situación, uno seguramente no puede optar por marcharse a vivir lejos de la ciudad pero sí plantear que su estilo de vida sea mucho más acorde y respetuoso con la Naturaleza. Así se han generado movimientos y reivindicaciones que hablan de lo “slow”, del desaceleramiento o de la alargascencia, que consiste en luchar contra la obsolescencia programada de los objetos que empleamos en nuestras vidas.
“Prosumers”, los consumidores conscientes del impacto ambiental de cada compra
En esa misma línea, podemos plantearnos la posibilidad de ser “prosumers”, consumidores que racionalizan el acto de compra y se preguntan cuál ha sido el impacto de tal producto desde su generación hasta que llega a nuestra casa. Por este motivo, podemos buscar el consumo de proximidad en la medida de lo posible.
No tiene sentido querer comer fruta saludable y para ello comprar unas bananas que han recorrido miles de kilómetros en barco. O unos frutos secos que han cambiado de continente. Hay que contar con el fuel que se ha consumido para servirnos el producto y con el impacto ecológico que su transporte ha tenido antes de llegar a nuestra mesa.
Si tienes ocasión, pon en marcha tu mentalidad de “prosumer”. Para ello puedes seguir algunas pistas.
1. Los vecinos, un tesoro
Si todavía puedes escoger dónde instalar tu residencia o entra dentro de tus planes mudarte, no dudes incluir entre tu lista de deseos “el barrio”. Ese modelo te reportará importantes beneficios, no sólo económicos. Está comprobado que la urbanización desfavorece las relaciones sociales mientras que el barrio estrecha lazos, incrementa la solidaridad y el diálogo intergeneracional, y pone freno a la marginación.
En el barrio es más fácil que se produzca el efecto acordeón: una familia que acaba por integrar a un vecino (quizá de cierta edad) que vive solo y de esta forma hay beneficios en ambos sentidos. Esa persona puede volver a manifestar sus habilidades que la soledad le impedía poner en práctica, mientras que para la familia puede resultar un apoyo en cuanto a la educación de los más pequeños y a experiencia de vida.
2. Las tiendas de toda la vida
Más que en acudir a espacios “delicatessen” o “gourmet”, que además requieren de cierto poder adquisitivo, es el momento de descubrir aquellos establecimientos con pedigrí por la calidad de sus productos y por la manera en que los sirven. No solo se trata de estudiar la etiqueta: es contar con tiendas que abastecen a partir de productos de áreas rurales cercanas (máximo 200 km. de distancia).
Puedes comenzar por investigar dónde están las “tiendas de toda la vida”: pescadería, verdulería, carnicería, de frutos secos… Como también los artesanos: el zapatero, el tapicero, la modista…
Otra opción a considerar son los productos a granel. En la mayoría de los casos son alimentos que requieren mayor tiempo de preparación, pero puede ser interesante comenzar a incluirlos en la lista de la compra: legumbres secas, por ejemplo. No es necesario tener una gran despensa, pero es incluso pedagógico para los más pequeños de la casa que vean cómo se elaboran ciertos productos de cocina.
3. Cultura y ocio
¿Quieres aprender un idioma? ¿Te gustaría probar a hacer pilates pero sabes que si lo haces en solitario abandonarás? ¿Cuándo fuiste por última vez a un concierto o leíste un libro?
La cultura puede estar al alcance de nuestras manos con los programas municipales. Es cuestión de entrar en las webs del Ayuntamiento de la ciudad correspondiente y tomar nota para nuestra agenda de todo aquello que pueda abrirnos horizontes: rutas literarias, históricas, cafés tertulia. Sin olvidar las bibliotecas y los centros sociales o las entidades que reúnen aficionados: hinchas de un equipo de fútbol, clubes de natación…
4. Pon deporte en tu vida
Vivir en una ciudad urbanizada al modo anglosajón permite hacer deporte al aire libre, cómo no, porque siempre se pueden crear rutas cercanas donde practicar “running” o sencillamente pasear. Pero quizás no solo te interese eso.
Las ventajas de un núcleo urbano de origen mediterráneo como el barrio son las de poder integrarse con más facilidad en deportes de equipo: fútbol, baloncesto… También podremos disfrutar de equipamientos deportivos como piscinas o gimnasios. Es frecuente, incluso, la celebración de competiciones que dan oportunidad de conocer a personas con los mismos intereses.
Cierto que las maratones y triatlones comienzan a ocupar todos los fines de semana de algunas personas y de muchas ciudades, pero no hablamos de algo masivo sino de encuentros de pequeño formato en los que disfrutar a un nivel más económico y más personalizado.
5. Despertar aficiones
Con la vida de barrio, uno dispone de mayor tiempo libre porque ya no lo debe utilizar para los trayectos. Si bien es cierto que en el tren o el autobús se puede leer, ahora no solo vamos a disponer de esos minutos u horas sino que además podremos acercarnos a un club de lectura o a una librería para compartir nuestra experiencia con otros. Claro que podríamos abrir un blog, y será estupendo hacerlo, pero que eso no nos quite de mantener conversaciones “en vivo”.
Es el momento de refrescar ciertas aficiones como el baile, la observación de la arquitectura histórica en la ciudad, el patchwork, la repostería o el taichí.
6. El huerto en casa
Si no lo has probado ya, puede ser el momento de organizar tu pequeño huerto en casa. Puedes comenzar por buscar un espacio adecuado: un patio, un balcón… La repisa de la ventana puede ser suficiente para comenzar plantando semillas de hierbas aromáticas que luego contribuirán a los guisos. El perejil, la lechuga, el cebollino y los pimientos mini o los tomatitos cherry te hacen sentir más próximo al campo en medio del asfalto.
En algunas ciudades, la recuperación de espacios urbanos y la necesidad de integrar a las personas ha hecho florecer un nuevo modelo: el huerto urbano en espacio público. Se encargan de él los vecinos – quizás personas que en su momento habían trabajado en el campo y tienen nociones de agricultura, aunque no necesariamente- y sirve como actividad para promover el ejercicio físico y las buenas relaciones vecinales.