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¿Hay paz para los lugares santos en Jerusalén?

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María Angeles Corpas - publicado el 30/07/17

Por qué resulta tan complicado llegar a un acuerdo sobre esta ciudad santa

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Un territorio, Israel. Dos soberanías: judíos y palestinos. Una ciudad santa en un limbo legal: Jerusalén. Esta misma pregunta se hacía Gilles Paris al abordar la cuestión de Jerusalén como una fractura desgarrada. Y es que desde 1947 Jerusalén no tiene embajadas. No tiene estatus jurídico reconocido.

La creación del Estado de Israel y el reparto de Palestina serían las piezas claves de lo que hoy sigue siendo una paradoja: un Estado cuyos límites territoriales fueron decididos internacionalmente y una soberanía disputada bélicamente por décadas.

La imagen de esta pieza clave en el rompecabezas geopolítico de la región como “cuña de occidente en oriente” complicaría aún más la situación de los lugares santos. 

Situados en el interior de la ciudad antigua, los lugares santos quedaron bajo control israelí desde la guerra de 1967. Anteriormente, estuvieron bajo la autoridad de Jordania. Tras la Primera Intifada de 1987, abandonaría sus reivindicaciones territoriales sobre Jerusalén y Cisjordania.

Actualmente, Jerusalén sigue siendo objeto de una doble reivindicación política. En 1950, el parlamento israelí (Knéset) la declaró “su capital” por ley.Tras la anexión de 1967, confirmó este estatus de “su capital reunificada”. Un hecho que no ha sido reconocido jurídicamente por la comunidad internacional. La autoridad palestina, en correspondencia, ha deseado establecer el territorio de su Estado en los barrios orientales de la capital.

La extrema sensibilidad respecto a los lugares santos se ha constatado en muchas ocasiones. Dos de ellas especialmente. En septiembre de 1996, Israel abrió un túnel arqueológico que ocasionó la muerte de decenas de palestinos e israelíes; en septiembre de 2000, la visita al monte del Templo (Explanada de las Mezquitas para los musulmanes palestinos) del jefe del partido nacionalista Likud Ariel Sharon, provocó la Segunda Intifada.

Las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos en julio de 2000 en Camp David y en 2001 en Taba (Egipto) no llegaron a un acuerdo convincente. Las dos partes habrían aceptado la sugerencia de Bill Clinton como base de la negociación: la soberanía israelí se aplicaría en los barrios de mayoría judía y la palestina en los de mayoría árabe, cristiana o musulmana. Fuera de la discusión quedó el Santo Sepulcro, situado en el barrio cristiano de la ciudad antigua.

Hasta hoy, el plan de paz más elaborado ha sido iniciativa de Ginebra. Inspirado en los parámetros Clinton, preveía una división de la ciudad y también de la ciudad antigua en sí misma. La cosoberanía: un reparto horizontal de las soberanías israelí y palestina en la zona de las explanadas / monte del Templo y una supervisión internacional. Un plan que también debía contar con el consentimiento de las partes implicadas.

En términos religiosos, simbólicos y civilizatorios, Jerusalén posee un peso específico indiscutible. No sólo para los tres monoteísmos, sino como bien patrimonial para el resto de la humanidad.

En base a ello, la Resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas decidió otorgarle un estatuto particular, un “corpus separatum” con límites geográficos específicos, bajo control internacional por un periodo de diez años y regida por un Gobernador que no debía ser ciudadano de ninguno de los Estados proyectados.

Naciones Unidas ha venido declarando “nulas” las acciones llevadas a cabo por Israel para convertir Jerusalén en capital del Estado (Resolución 476, Consejo de Seguridad de la ONU, 30/VI/1980). Actualmente, todas las representaciones internacionales se ubican en el área metropolitana de Tel Aviv.

Recientemente, el Secretario de Estado estadounidense sugirió el reconocimiento internacional de la ciudad como capital de los dos Estados. Pero ya desde 2015, las encuestas vienen mostrando que el 60% de los palestinos se oponía a tal medida ( Palestinian Center for Policy and Survey Research, septiembre 2015).

Sin embargo, en enero de 2016 se revelaba que el 48’6% de los israelíes estaban de acuerdo con dicha medida (Peace Index). Ante esta situación, la promesa del presidente Donald Trump de trasladar la embajada a Jerusalén ha reavivado el debate.

En medio de las celebraciones por el 50 aniversario de la reunificación de la ciudad, Israel gestiona Jerusalén como una sola entidad bajo jurisdicción israelí. Pese a la declaración de Benjamín Netanyahu calificando a Jerusalén como «ciudad indivisible», resulta evidente que se trata de un espacio dividido que recibe desiguales inversiones en servicios e infraestructuras.

Tanto la ONU como la UE y la Corte Internacional de Justicia, siguen considerando Jerusalén este como territorio ocupado. No hay documento sobre el estatuto jurídico para la ciudad.

Mientras el criterio geopolítico prevalezca sobre cualquier otro, los lugares santos de Jerusalén seguirán en el limbo. Quizá sea ya hora de rescatar este legado universalmente indiscutido y ponerlo en la dimensión que le corresponde

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