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Monseñor Jaramillo: Profeta y mártir de la paz en Colombia

JARAMILLO

MISIONEROS DE YARUMAL

Monica Ibáñez Sarco - Aleteia Colombia - publicado el 29/07/17

“Ser cristiano es llevar en el alma una sed insaciable de superación”

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Hace unas semanas la Santa Sede confirmó que el próximo 8 de septiembre el papa Francisco beatificará al obispo de Arauca, Jesús Emilio Jaramillo Monsalve y al sacerdote Pedro María Ramírez Ramos. La ceremonia se realizará en Villavicencio, ciudad que tiene como tema pastoral la reconciliación con Dios, entre los hombres y con la naturaleza.

El testimonio de Jesús Emilio se ha convertido también en un aliciente para creer que la paz es posible. Este pastor que fue martirizado a causa de su fe ha dejado el legado de un ministerio lleno de misericordia y esperanza a pesar de la situación social tan compleja que le tocó vivir hasta el punto de quitarle la vida misma.

“La pastoral llega a la cumbre cuando da la vida por los caminos (…) Aquí resuena la voz del más allá la voz del inmolado cobardemente, la voz del que se no defendió, la voz del campesino inmenso, su sepulcro es un grito, ese grito condena la violencia y por esa voz debe llegarnos como un atisbo divino la santa paz”, se lee en sus escritos.

Un óleo que amasó los trigos de Dios

Jesús Emilio Jaramillo nació el 16 de febrero de 1916 en Santo Domingo (Antioquia). Hijo de don Alberto Jaramillo, quien era artesano, y doña Cecilia Monsalve, ama de casa, y hermano mayor de María Rosa. En su familia sencilla Jesús Emilio encontró en el testimonio de sus padres un aliciente en su vida de fe pues desde pequeño veía en ellos la bondad a pesar de las dificultades.

Fue una satisfacción inmensa para los padres del Siervo de Dios conseguir los recursos para enviar a sus hijos a la escuela del pueblo y fue mayor aún cuando el hijo decidió ir al seminario, cumplidos ya los 12 años, en 1928.

Al año siguiente, Jesús Emilio ingresó al Seminario de Misiones Extranjeras de Yarumal donde se distinguió por su dedicación al estudio y a la espiritualidad y por su responsabilidad en los deberes.

Su mejor descanso, se dice, fue sin duda la oración y la lectura. “Siempre estaba una oración en su boca, una alabanza en su alma, un rosario en su mano y un libro ante sus ojos, del cual hacía destilar lo mejor cada vez que enseñaba”.

Fue ordenado sacerdote el 1 de septiembre de 1940 y su primera Misa la celebró el 8 de septiembre en su pueblo natal acompañado de sus padres y paisanos. Todos compartían la alegría de su ministerio y él experimentaba con mucha fuerza la gracia de su llamado misionero.

El 19 de ese mismo mes escribía a quien había sido el rector: “Creo que ahora es más capaz mi espíritu de apreciar la grandeza de mi vocación misionera, me siento tan Cristo; siento en mis entrañas cómo nace en ellas el amor enorme por mis ovejas. Por fin mi óleo amasará los trigos de Dios”.

Durante su sacerdocio prestó varios servicios. Se doctoró en Teología en la Universidad Javeriana de Bogotá. Y al interior de su Instituto fue formador del Seminario, maestro, apoyó en el Gobierno y llegó a ocupar el cargo de Superior General. Lideró programas educativos como la fundación del Colegio Ferrini, de catequesis y de salud.

El 11 de noviembre de 1970 Jaramillo fue nombrado como Vicario Apostólico de Arauca y fue consagrado Obispo el 10 de enero de 1971.

“Mirad que llega el Señor”

Fue el lema de su escudo episcopal que resumió su estilo de vida y manera de pastorear a su grey. El día de su consagración episcopal compartió con los asistentes: “Sé que el Episcopado es un llamamiento divino, el último quizás, impetuoso e irresistible, a mí conversión, la cual transformará, como lo espero, hasta los yacimientos de mi inconsciente, para crear el hombre de Dios que he suspirada ser, sin alcanzarlo, desde el estreno de mi mocedad ya lejana… En el báculo veo un retoño de la cruz y un signo escatológico para caminar delante de los fieles hasta golpear con su extremidad las puertas del corazón de Dios, cuando la noche definitiva cierre los caminos del peregrinar… Concédeme, Señor, el don inmerecido de no defraudar las esperanzas de tantos que confían en la poquedad de mis fuerzas, las cuales, como lo espero, pueden volverse irresistibles como la honda de David sostenido por la potencia avasalladora de tu Gracia”.

Fuera del empuje misionero que le dio a su Diócesis supo encontrar nuevos métodos de evangelización que permitieron cubrir necesidades de asistencia.

Entregado a su rebaño no podía dejar de lado la situación social que se vivía en Arauca. El contexto social de la época estaba marcado por enfrentamientos entre el grupo guerrillero Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el Gobierno.

Jaramillo asumió los riesgos que implicaban denunciar los crímenes injustos y el defender la vida y la dignidad de las personas que en sus fieles veía perseguida. Y así durante 18 años lo enfrentó todo con valor, con dignidad, cercano siempre a su rebaño y también a sus enemigos, que se declararon tales por las denuncias que realizaba.

Sin miedo al esplendor de la verdad

La estabilidad del ELN se veía amenazada por quien amó la verdad y fue ese el motivo que llevó a los guerrilleros a asesinarlo a tiros el 2 de octubre de 1989 en la vereda Santa Isabel de Panamá, Municipio de Arauquita, departamento de Arauca.

Monseñor Jesús Emilio Jaramillo fue profeta y mártir de la paz, aspectos que todos los días de su vida recordó y volcó en hechos concretos, tal cual rezó durante su episcopado:

“En mi vida personal, Cristo ha sido mi única opción. Él ha sido mi única actitud. Mis grandes decisiones se han tomado por Él.  En este ocaso vital, Él es mi esperanza. Lo fundamental en mi vida es Cristo, lo otro es accidental: trabajar aquí o allá, con estas o con aquellas personas, en este puesto de categoría inferior o superior según el criterio humano. Lo importante, lo definitivo, lo absorbente es Él. He aprendido por mi intensa experiencia interior que ser cristiano no es un estado que se realiza en un instante, es una tensión de toda la vida. Nunca se estará satisfecho de ser lo que se es. Ser cristiano es llevar en el alma una sed insaciable de superación. Sólo seré el cristiano que ambiciono cuando termine mi peregrinaje y cuando pueda ver a mi Dios y a su Hijo ‘como son’.  Entonces yo quedaré radicado por eternidades”.

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