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¿Qué hacer cuando alguien pasa por un duelo?

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Luz Ivonne Ream - publicado el 27/07/17

¿Cuánto tiempo dura el duelo? ¿Es el mismo para todos los miembros de una familia? Aquí tienes pistas para cuando llegue ese sufrimiento por la pérdida de una persona amada. Es el momento de profundizar en el respeto

Cuanto más conozco, estudio y, sobre todo, experimento reafirmo lo que pienso: necesitamos aprender a respetar los duelos, tanto en tiempo como en modo, de absolutamente todos, el nuestro inclusive. En pocas palabras, es nuestro duelo y dolor y los demás “deben” tolerar nuestro proceso. Y si no son capaces de hacerlo y de brindarnos ese “acompañamiento amoroso” que necesitamos es mejor que se alejen.

La muerte de quién sea, cercano o no, siempre nos moverá el alma, nos impresionará. Enterarnos de que alguien muere nos hace dar un parón en la vida y reflexionar sobre la fragilidad de esta. Pero que se nos muera alguien querido por nuestro corazón es simplemente terrible.

Esa misma pérdida nos hace entrar como en un estado de “shock” o conmoción y muchas veces haremos y diremos cosas que en nuestros 5 sentidos no.

Hay que entender la persona que vive un duelo no es totalmente dueña de su voluntad. Su alma está como sin vida -desanimada-.

Es por eso por lo que el simple “acompañamiento amoroso” del que tanto hablo es tan importante. Uno en el cual solo exista el amor, el compromiso, el tiempo dedicado, la lealtad, la escucha -menos boca y más oído-, empatía y donde el juicio, la crítica, murmuración, censura, detracción o reproche no tengan cabida.

Menos crítica y más caridad

Hace poco, mientras estaba sentada esperando mi lugar en el salón de belleza, escucho la plática entre 2 mujeres. Una le dice a la otra que venía de un funeral y que se sentía impresionada porque la viuda del difunto iba vestida de color verde pistacho al velatorio de su propio marido. Y que lejos de verse triste, se le veía tan tranquila, en paz y sonriente.

Recibía a las personas como si fuera una fiesta. Tal parece que lo que ella hubiera querido era quedar viuda. De seguro le dejó un hinchado seguro de vida. De cómo actuaba ni creerías que acababa de perder a su esposo. Yo hubiera estado como loca si eso me pasa, devastada y, por supuesto, me hubiera vestido de negro. Yo parecía más la viuda que la señora. Es más, creo que yo estaba más triste que ella…

¿Por qué las personas somos tan prontos y facilitos para hacer conjeturas, para emitir juicios de este tipo y criticar? ¿Y la caridad que se supone debemos ofrecer, sobre todo, a las personas que pasan por un evento como estos? Si la viuda iba vestida de verde pistacho, ¡qué le importa! Solo ella sabe el dolor que lleva dentro y si vestirse de ese color o ser amable y estar sonriente con los asistentes al velorio le sirve para procesar su dolor, adelante, que lo haga.

¿Por qué nos sentimos con la autoridad para decir a alguien lo que debe o no debe hacer? ¡Caramba! Menos crítica y más caridad. Y aún más oraciones, pero para las gentes metiches y chismosas como esta mujer del salón. Que Dios las guarde y que ojalá se le olvide dónde…

La muerte de un ser querido, de alguien cercano a nuestro corazón nos va a afectar a sus allegados, sí, pero de manera distinta a cada uno. Eso dependerá del tipo de relación y del grado de acercamiento y convivencia que tuvimos con la persona y de la historia de amor -a veces de desamor- que compartimos.

Hace un par de semanas mi papá se fue al encuentro con Dios, falleció. Aunque es el mismo papá -de mis hermanos y mío- el dolor y el sufrimiento que cada uno estamos experimentamos es totalmente distinto. De hecho, nuestras maneras de vivir y enfrentar nuestros duelos han sido también diferente en cada uno. Ni mejor ni peor, simplemente distinta.

Por ejemplo, es muy posible que mi hermano lo esté sintiendo mucho más que yo porque la convivencia entre ellos era diaria, muy cercanos y yo apenas le conocía. ¿Acaso quiere decir que él le amaba más que yo o que mis otros hermanos? No, para nada significa eso. Lo que quiere decir es que el apego es también lo que causa que el alma sufra la ausencia de quien se fue. Es más, no creo equivocarme al decir que quien más está padeciendo esta separación es su viuda, más de 40 años de convivencia diaria. Nosotros perdimos al padre que amábamos, pero ella perdió a su compañero de camino, de vida.

Validar cómo sufren los otros

De verdad, sobre todo entre los miembros de una familia que hayan perdido a un ser querido, es de suma importancia que cada uno reconozca y valide el dolor y el sufrimiento de los otros. Aunque sean de la misma sangre cada uno vivirá su duelo de acuerdo con sus capacidades, a como esté su vida interior, a su cercanía con Dios, a su estado emocional -equilibrado o no- y a muchos otros factores más.

Un duelo es una crisis y como tal las emociones estarán a flor de piel y los ánimos muy caldeados. Es por eso por lo que hay que estar consciente de que se llama crisis por lo que la familia está pasando, no hay que tomar nada personal y hay que ser muy pacientes unos con otros.

Ese que es iracundo quizá se vuelva más colérico, intolerante y ofensivo. Ese que tiende a la tristeza tal vez sus sentimientos vayan más hacia la baja y se vuelva hiper sensible. Sea cual sea la personalidad de cada uno, el respeto y la tolerancia por el dolor ajeno y por su proceso de duelo deben imperar.

Si no están siendo capaces de ser buenos acompañantes unos de otros en este camino de las lágrimas muchas veces es mejor poner tiempo y distancia para que la sensibilidad -o estado emocional- de todos se equilibre. Solo que no dejen pasar mucho tiempo porque un evento tan doloroso como la pérdida de su ser querido debe servir para unir y no desunir, para crecer en el amor y dejar rencillas y rencores a donde pertenecen, en la basura.

Cuando perdemos a un ser querido lo que más queremos, muchas veces de manera inconsciente, es que su recuerdo permanezca eternamente y que nadie lo olvide. Quizá hagamos fundaciones o apostolados que lleven su nombre, lo que sea con tal de mantener su legado -y memoria- latente en todos, sobre todo en mí. Cuando veamos que alguien hace eso, ¡respetemos! Honremos su dolor y proceso. Por favor, nada de opinar ni de decirle “murió hace 5 años, ya déjala ir”.

Es el tiempo y el curso muy personal del doliente y nosotros no somos nadie para decir que ya pare, que cambie de canal y lo supere.

Todo dolor es en primera persona. Nadie va a sentir lo que yo siento. Tampoco debo pretender que los demás entiendan mi sufrir, mucho menos exigir que actúen de tal o cual manera conmigo. Lo que si podemos pedir cuando ya estemos listos es un acompañamiento amoroso mientras transitamos el dolor.

Frases que hieren

Insisto, nunca menospreciemos el dolor ajeno y hay que tener mucho cuidado con las frases que decimos a quien pasa por un duelo. Muchas parecieran palabras de aliento, pero se sienten como cachetadas. Por ejemplo, esa mamá que tuvo un aborto espontáneo. Por favor, evitemos frases como “Eres joven y podrás tener más hijos” ¡No! Nunca lo digas. Cada hijo es único y se espera con una ilusión muy única.

O qué tal esta: “¡Ya está descansando en paz! Ya estaba sufriendo mucho. Si se hubiera quedado qué calidad de vida hubiera tenido. Fue mejor así”. ¿Qué? Por supuesto que lo que menos nos gusta es ver sufrir al quien amamos, pero de eso a que alguien más venga a decirme que en pocas palabras fue mejor que se muriera… ¡Prudencia gente, pru-den-cia!

Claro que las lágrimas son importantes

Cada cosa que uno escucha tan imprudente. “No le llores porque no la dejas ir”. ¿Ah sí? Pues de haber sabido que tengo ese poder de retener a las personas con mi llanto, hace mucho que mi nombre sería La Llorona. ¿No le llores? ¿Entonces esa gente absurda que tiene esos pensamientos tan anticristianos podría decirme cómo se vive un duelo sin lágrimas? Digo, porque el llanto sirve para limpiar el alma y descansar el corazón.

Alguna vez en mi vida pensé dejar dicho cómo quería que fuera mi funeral y demás y aunque puede ser mi derecho hacerlo, decidí que -por justicia-  no lo haré. Sí, porque justicia es darle a cada uno lo que le corresponde y a los que se quedan les corresponde vivir su duelo como vayan pudiendo, a su manera y según sus capacidades. Dejarles dicho que hagan o que no hagan, que lloren o que no lloren es pasar por su derecho inalienable de vivir su propio proceso de duelo.

Lo más importante de un duelo es vivirlo, enfrentarlo y transitar el camino del dolor y las lágrimas de la mano de Dios. Si bien la pérdida por la que pasamos -o duelo- es el causante del 99% de lo que sentimos, aún queda un 1% del cual nosotros somos responsables. Es decir, cómo lo enfrentamos y la actitud que elijamos tener frente a este dolor es un trabajo personal.

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