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El reconocimiento pontificio a Elia Dalla Costa, que tuvo lugar en semanas pasadas, ha servido para dar a conocer fuera de Italia esta figura que recibió, en 2012, el título de “justo entre las naciones” por el instituto Yad Vashem de Jerusalén “por haber ofrecido refugio a más de 100 judíos italianos y a 220 extranjeros”.
La decisión del Papa constituye un paso decisivo en el reconocimiento público de la santidad de quien fue arzobispo de Florencia de 1931 a 1958. Ahora, para su beatificación, será necesario demostrar la existencia de un milagro (una curación científicamente inexplicable), atribuido a su intercesión.
La investigación llevada a cabo por Yad Vashem, con la que el mundo judío expresa su gratitud a quien puso a riesgo su propia vida para salvar a judíos durante la persecución nazi, sirvió para descubrir la red que desarrolló el cardenal para dar refugio a los perseguidos.
El papel de Elia Dalla Costa fue particularmente importante tras la detención del rabino jefe de Florencia, Nathan Cassuto (quien moriría en Auschwitz) junto a toda la red clandestina de ayuda organizada por la comunidad judía, en noviembre de 1943.
A partir de ese momento, el cardenal de Florencia se convirtió en un punto de referencia para quien buscaba ayuda.
Entre los testimonios recogidos por Yad Vashem, se encuentra el de la señora Lya Quitt, quien recordó cómo, tras huir de Francia a Florencia a inicios de septiembre de 1943, fue llevada precisamente al arzobispado, donde pasó la noche junto a otros judíos allí acogidos. Al día siguiente fue acogida en uno de los conventos que en la ciudad de Florencia abrieron las puertas a los judíos por indicación del arzobispo.
El instituto de Jerusalén cita también el testimonio de Giorgio La Pira, quien se convertiría después de la Segunda Guerra Mundial en alcalde de Florencia. Reveló que “el motor de esta actividad de amor de Dalla Costa consistía en salvar al mayor número posible de hermanos”.
Con la ayuda del campeón Gino Bartali
Para ayudar a los perseguidos, el cardenal necesitaba darles documentos falsos, que producían los frailes franciscanos en la ciudad de Asís, a unos 180 kilómetros de distancia.
Ahora bien, en tiempos de ocupación nazi, se había convertido en algo muy arriesgado transportar esos documentos. El cardenal había recibido testimonios de personas contra quienes dispararon los soldados en los puestos de control por tratar de ayudar a judíos.
El purpurado tuvo entonces una idea genial: había alguien que sería capaz de saltarse los controles de ejército y policía. Se trataba de Gino Bartali, quien había ganado el Tour de Francia en 1938, así como el Giro de Italia en 1936 y 1937.
Ningún militar se atrevería a registrar al mayor deportista de Italia mientras entrenaba con su bicicleta.