¿Sabes quién es un “bebé arcoíris”? Es el que nace después de que los padres hayan perdido un hermano/a durante el embarazo. Laura Fernández explica su experiencia y nos recuerda a quién pertenecen realmente nuestros hijos
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¿Cómo has vivido la llegada de Guadalupe?
Como un milagro. Literalmente. Una de las primeras cosas que les preguntamos a los médicos cuando me diagnosticaron el cáncer de mama fue si podríamos tener más hijos, y nos dijeron que no. Quizá esta fue una de las cosas que más nos costó asimilar de todo el proceso, porque los dos teníamos claro cuando nos casamos que lo mejor que se le puede dar a un hijo son hermanos. Naturalmente también esto lo pusimos en manos de Dios.
Yo estuve “luchando” con Él algunos meses. Resulta que a pesar de lo que nos decían los médicos, en mi corazón tenía la certeza de que vendrían más niños. Cada vez que lo rezaba, cada vez que lo ponía en oración, el Señor me decía que volveríamos a ser padres. En una Pascua de Familias de Cursillos de Cristiandad, un sacerdote amigo nuestro me aconsejó que “lo dejase estar”, que el Señor sabe lo que hace cuando habla al corazón.
Meses después, los médicos nos fueron abriendo la puerta a la esperanza de la paternidad. Pero solo se trataba de una puerta entreabierta, apenas con una rendija… Nos dijeron que era difícil que me pudiera quedar embarazada, que tenía 37 años pero mis ovarios eran mucho mayores como consecuencia de la quimioterapia…
Y llegó el primer milagro: Garbancito. El mismo día que nos dijeron que la revisión anual del pecho estaba bien y que nos daban un año para intentar quedarme embarazada, ese mismo día, el Señor llamó a la vida a nuestro segundo hijo, que se fue al cielo a las 7 semanas de gestación.
Diez meses después nacía Guadalupe, que fue bautizada el pasado 3 de junio, víspera de Pentecostés. El lema que escogimos su padre y yo para su bautismo, que es el final del Evangelio de la Anunciación, de San Lucas, lo resume todo: “…Porque para Dios no hay nada imposible”.
¿Qué sientes al verla?
Gratitud; es vivir una constante oración de acción de gracias a Dios. Responsabilidad; como me pasó con Mateo, mi hijo mayor, sigue sobrecogiéndome al pensar que el Señor nos deja a Su hija para que la cuidemos y la llevemos al cielo. Y mucha paz; sabiendo que con la ayuda de Dios hemos podido llevar a cabo su plan.
Cuando tuvimos que tomar la decisión de interrumpir o no el tratamiento por un año para intentar quedarme embarazada, fue determinante pensar que lo más importante era que el día de mañana, estuviésemos en el cielo todos los miembros de nuestra familia que el Señor tenía pensado desde la eternidad. Ni uno menos.
Garbancito y Guadalupe
¿Cómo superaste el miedo que atraviesa una madre durante los meses de gestación del nuevo bebé una vez que ha perdido uno?
Las primeras semanas fueron complicadas. Intentaba no pensarlo… hasta que llegó un día en que me di cuenta de que no podía pasarme siete meses y medio huyendo o dominada por el miedo. Y lo abordé de frente. En realidad, tuve uno de esos pensamientos que sabes que son alumbrados desde lo Alto… Lo recuerdo perfectamente: iba en el coche, ¡recuerdo hasta en qué rotonda! Fui plenamente consciente de que la vida de mis tres hijos estaba en manos de Dios.
Garbancito ya había llegado a la meta. Y en realidad, no había diferencia entre los otros dos. El embarazo, si Dios quería, llegaría a término, pero ¿y luego? No tenemos comprado el mañana, porque lo más valioso que tenemos, la vida, es un regalo. Así que me limité a pedirle a Dios que, si era su voluntad, nos permitiese conocer a Guadalupe y cuidarla muchos, muchísimos años.
¿Cómo afrontaste el hecho de que tu bebé había partido hacia el cielo?
Fue durísimo. No son cosas comparables, y en el dolor no existen las escalas, pero después de pasar por un cáncer de mama, creo que el desgarro que supone saber que tu hijo ya no está vivo dentro de ti, es todavía peor…
¿Cómo lo vivió tu marido?
También fue un golpe durísimo para él. Por cómo se desarrolló todo, era impensable que no “fuese a salir bien”. Hay expresiones como “huérfano” para quien pierde al padre; “viudo” para quien pierde al cónyuge, pero es tan antinatural perder a un hijo que no hay una palabra para los padres que nos hemos visto en esa situación.
Mi marido siempre dice que la cruz es un instrumento de tortura, pero que lo que cambia todo es mirar al Crucificado, porque Jesús llena de presencia el sufrimiento. Eso es lo que hizo él, y encontró consuelo cuando le pidió al Señor que, dentro de mucho, si por su misericordia llegaba al cielo, le dejase jugar allí con su hijo.
Estoy absolutamente segura que nuestro hijo nos espera en el cielo y hoy por hoy nos cuida desde allí. Le tengo muy presente, y le pido muchas veces ayuda, sobre todo en las pequeñas cosas del día a día de sus hermanos.
¿Nuestros hijos nos pertenecen?
Estoy convencida de que no. Y es precioso vivir con esa convicción. Los hijos son de Dios y nuestra es la misión de ayudarles a que se haga en ellos Su Voluntad.
¿Alguna vez piensas en la idea de que tus hijos sean llamados para estar en el cielo?
Hace poco un cura amigo nuestro me decía una cosa muy cierta: absolutizamos la vida en este mundo. (Normal, por otra parte, puesto que no conocemos otra). Pero a veces es muy sano recordar que esta vida no es un fin en sí mismo. Hemos sido creados para la vida eterna. La vocación matrimonial a la que hemos sido llamados José y yo (como cualquier matrimonio cristiano), pasa por buscar la santidad propia y la del cónyuge, y juntos llevar al cielo a los hijos que el Señor nos ha regalado para cuidar.
Gracias a Jesucristo sabemos que la muerte no es el final; es un misterio, pero no es un final. Mi marido dice que la muerte siempre tiene algo de misterio, porque nos excede, y que la vida es como un pasillo que tiene inicio y final, aunque algunos parece que saltan por una ventana para llegar antes, como en un atajo. Lo importante es llegar juntos al cielo.
¿El sol siempre sale después de la lluvia?
Yo creo que tanto en la lluvia como en el Sol, tenemos a Dios con nosotros. En la lluvia para resguardarnos bajo su paraguas y, llegado el caso, empaparnos y pasar juntos la tormenta. Y en el Sol, para vivir esos momentos aún más intensamente en acción de gracias.
Toda circunstancia vivida con Él puede ser plena… durante el periodo de la enfermedad tuve muchísima presencia de Dios, recuerdo que un día me sorprendí a mí misma pensando: “¡Vaya! Resulta que se puede tener cáncer y ser feliz al mismo tiempo”.