Quisiera ser más sencillo para ser capaz de intuir el todo y asombrarme
Siempre miro las cosas que suceden en mi vida desde un sólo punto de vista, el mío. Lo miro todo con mis ojos. Lo observo, lo analizo, lo interpreto. ¡Cuántas veces creo que es el único punto de vista posible! Me parece que mi forma de ver las cosas es la única verdadera. Y no acepto otras interpretaciones posibles de un mismo hecho.
Condeno o apruebo desde mi corazón. Desde mi historia personal. Desde mi forma de ser y de mirar. A veces no es una mirada sencilla. Está contaminada por mis prejuicios y opiniones formadas previamente en mi interior. No me parece que los demás puedan tener una visión más clara que la mía.
Creo que sería bueno aceptar al menos que puede haber otros puntos de vista sobre un mismo hecho. Me parece mentira pero es verdad. Hay otras formas de ver la vida. ¿Es la mía la única válida? No lo es. Pero a veces me erijo en criterio absoluto de verdad.
Mi forma de ver las cosas parece objetiva. Mientras que la de los demás no lo es. Están equivocados, pienso. ¡Cuánto bien me haría abrirme a lo que hay de verdad en la forma de ver las cosas que tienen los demás!
Hay mucha verdad escondida en los otros puntos de vista. En aquel que ve la realidad desde su propio corazón. Cuando no coincide con el mío me cuesta aceptarlo. Yo reconstruyo los hechos que han pasado y me formo mi propia película en la cabeza. Es así, me digo y no acepto correcciones. No hay error.
Y tal vez no sé realmente si es real todo lo que yo veo y si es como lo interpreto. Es sólo mi forma de mirar la realidad. Mi manera parcial y subjetiva de juzgarla. Mis ojos ven sólo una parte y se pierden detalles. Me falta el complemento de los que me rodean. El todo se forma con el aporte de otros.
Precisamente el otro día vi una película: Mi primer amor. Es la historia de dos jóvenes. Empieza todo cuando se conocen de niños. En el desarrollo de la película, cada uno cuenta su parte, su forma de ver la misma realidad. Las dos miradas se superponen y se complementan y me muestran una visión más completa de los hechos. Lo que ven, lo que piensan al mirar cómo son las cosas, lo que interpretan, lo que juzgan.
Es bonito ver ángulos y posiciones tan diferentes. Muchas veces no quiero conocer lo que los demás piensan. No quiero aceptar cómo ven ellos la realidad. Impongo la dictadura de mi punto de vista. Lo que yo pienso creo que es absoluto. Y tal vez hay datos que no conozco. Una parte invisible de la realidad se me escapa.
El padre de la protagonista le comenta un día: “Una pintura es más que la suma de sus partes. Una vaca por sí misma sólo es una vaca, como el prado por sí mismo es sólo pasto y flores, y como el sol que sale de entre los árboles es sólo un rayo de luz, pero júntalo todo y obtendrás magia […] Fue en un día como ese en el que la frase de mi papá sobre lo de que un entero era más que la suma de sus partes, se movió de mi cabeza a mi corazón”.
Entonces surge una pregunta: “¿El todo de una persona es más que la suma de sus partes o menos?”. No es fácil de responder. “La gente a veces es menos que la suma de las partes”. Y eso es triste.
Yo a veces me detengo sólo en las partes que tiene una persona. Algún aspecto. Me centro en lo que me gusta y me disgusta. Pero no llego al todo. No hay magia. Me parece que a veces hay personas que valen menos que la suma de sus partes.
Pero sé también que hay personas que valen mucho más. Es algo mágico, intangible. El paisaje es siempre mucho más que la suma de árboles, tierra y hierba. Es la magia del que lo observa y ve una realidad superior, inalcanzable. Algo que no puedo reducir a palabras. Algo más grande que mi propio corazón.
No es fácil ver el valor del todo. A veces fallo en el intento. Sumo partes y juzgo. Interpreto, me quedo con mi parte de la realidad. Pero no veo el todo. No lo abarco y me creo en posesión de la verdad. Cuando ni siquiera conozco la totalidad.
Hay siempre algo más que se me escapa a la mirada y que sólo se ve con el corazón. Siempre está el otro punto de vista. La mirada que complementa la mía. Una mirada más profunda que no se queda en el detalle.
Quisiera ser más sencillo para ser capaz de intuir el todo y asombrarme. Así sería mi vida más bella. Y tendría el don de admirarme de la belleza que Dios pone ante mis ojos.