Vivir en unión con Jesús
¿Cómo sería Jesús en la intimidad? Me lo imagino muy bien. Quizás por la noche, después de un día lleno de gente, hablaría con mucha ternura. Como ese duro día en que en el que tras darse por entero y curar a muchos, les dice a los doce apóstoles que ellos y Él son lo mismo:
“El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro”.
Eso es un milagro. Quien reciba a uno de ellos recibe a Jesús. Jesús les anima, les dice que Él va siempre con ellos, que ellos son parte de Él. Que no están solos. Que Él va junto a ellos siempre. Nunca se separaron desde que los eligió. Los rescató a cada uno en su lugar, en el mar, en la mesa de cambios, en la montaña, debajo de una higuera.
Es muy grande lo que les dice. Me imagino su asombro y su alegría. Tan unidos están con Él que su vida y la suya es la misma. Ellos son Jesús. Se pertenecen mutuamente y para siempre. Él les pertenece. Hablan en su nombre. Actúan en su nombre.
Me impresiona pensar que Jesús está en mí y actúa de la misma forma en mi vida. Me conmueve pensar que todo lo hago en su nombre. Ese misterio que revivo en cada sacramento me ayuda a tomar conciencia del inmenso misterio que acarician mis manos. Siempre me ha ayudado mucho a vivir mi vocación.
Yo lo sigo, pero no estoy lejos de Él, porque Él me dice que va conmigo siempre. Que está en mis manos y en mi voz. Que vive en mi amor. Eso me da mucha paz. Jesús me dice que si lo sigo, Él va a ir conmigo. Y me anima a amar. A no guardarme nada para mí. A confiar en su presencia sanadora. Jesús me dice que darlo todo me hará encontrar la vida.
Y ahora dice algo más, Dios siempre da más. Me pide que no tema. Porque al final del camino ni un vaso de agua quedará sin recompensa.
Dios siempre supera la medida de mi amor. Él no cuenta, no mide lo que doy y lo que hago. En Él no hay premio justo. En su amor hay una misericordia infinita que se derrama sobre cada uno. Vivir así es hacer realidad lo que vivo en el Santuario cada día: “Nada sin ti, nada sin nosotros”.
Es la vida en alianza de amor con María. Yo doy un vaso de agua. Un poco de agua al sediento. Me pide María que ponga mi vaso con agua a disposición. Yo lo hago. Esa es mi parte pequeña y frágil. Pero es necesario hacerlo. Pongo el agua. Nada sin mi entrega. Sólo así es posible que se ensanche mi corazón.
Dios es un mar infinito que desborda. Esa es su ternura, esa es su promesa. Esa es la vida con Jesús. El amor no es simétrico. Es totalmente asimétrico. Da de forma desproporcionada. Así es el amor verdadero.
Yo, de nuevo, lo elijo a Él. Quiero caminar a su lado. Quiero vivir según Él y tomar mi vida tal como es. Doy desde lo que vivo. Le pido a Jesús que me ayude a saber dar mi pequeño vaso de agua fresca al que tenga sed. Que no me olvide de que esa es mi vida, mi vocación. Dar vasos de agua. Pequeños y aparentemente insignificantes.
Parece que no hago nada. Y es verdad. Es insignificante. Pero lo hago siempre en su nombre como Él me pide. Doy lo que tengo pero en el nombre de Jesús. Es el misterio de mi entrega que Jesús multiplica y hace fecunda. Su misericordia se desborda en mi amor tan limitado y pobre. Eso siempre me impresiona. Vivo atado a Él y mi vida se engrandece.