Vuelve una vieja y desafortunada historia que la masonería italiana utilizó para justificar la guerra contra Pío IXA veces los astros se confabulan para que una pequeña historia del pasado sea desenterrada. La comunicación digital y la tecnología lo facilitan: a cualquier persona o institución se le pueden buscar las cosquillas. Por lo menos eso es lo que sucede recurrentemente con la Iglesia Católica. Formada por seres humanos, todos ellos vasijas de barro, ha tenido que pedir perdón por meteduras de pata más y menos graves en reiteradas ocasiones.
Sin embargo, más allá de la sana vigilancia ante cualquier nodo de poder, en esta cultura de la transparencia en la que habitamos se despiertan constantemente insanos furores por descubrir cadáveres en los armarios del prójimo, importando poco las causas de la muerte. El hedor de la putrefacción genera, por sí mismo, tanto supina expectación como pingües beneficios.
Es quizás por esta razón que ha aparecido en la agenda internacional un viejo tema italiano: el caso de Edgardo Mortara. En breve tendremos no una, sino dos películas de factura hollywoodiense, que nos presentarán, cada una a su manera, esa vieja cuita vaticana que sirvió de coartada al Conde de Cavour para legitimar su guerra a Pío IX.
El primero de estos filmes se titulará El secuestro de Edgardo Mortara y lo dirigirá y producirá el mismísimo Spielberg. El segundo lo liderará Harvey Weinstein –responsable último de Pulp Fiction (1994) y Shakespeare In Love (1998)-, que había estado trabajando en la idea conjuntamente con el director de E.T. (1982) y de La lista de Schindler (1993), hasta que desavenencias acerca del enfoque del relato les hicieron partir peras.
La vida de Mortara fue susceptible de mucha polémica, ya que, habiendo nacido en el seno de una familia judía, fue secuestrado a la edad de 6 años por orden del Santo Oficio. La cosa fue que, siendo niño, y estando en trance de muerte, fue bautizado a hurtadillas por una criada católica que trabajaba en su casa. Después del sacramento, Edgardo se recuperó sorprendentemente y aquello quedó oculto hasta años después.
Lo cuenta el propio Mortara en la entrevista que le hicieron con motivo del proceso de beatificación del Papa Pio IX:
(…) aprovechando el momento en que mi madre me había dejado solo en mi cuna, ella se acerca… y me bautiza… El hecho fue guardado bajo el más absoluto secreto por A. Morisi, sorprendida por mi rápida curación. Seis años después mi pequeño hermano Arístides, cae gravemente enfermo, A. Morisi, llamada… por una de sus amigas para bautizar al niño in extremis, se rehúsa a hacerlo (el niño murió después, n.d.r.) alegando como razón mi supervivencia al Bautismo y es así que el secreto fue revelado.
La noticia de mi Bautismo llegó de esta manera a conocimiento de la autoridad eclesiástica ordinaria, ésta juzgando que el caso era demasiado grave para ser de su competencia, lo refirió directamente a la Curia Romana. …El Santo Padre, por medio de una Congregación Romana, encargó a Feletti (Padre dominico e inquisidor en Boloña, n.d.r.) la separación de mi familia, la cual tuvo lugar cum auxilio brachii secularis, es decir con la intervención de los gendarmes de la Inquisición (los gendarmes evidentemente no eran de la Santa Inquisición, sino de la Legión de Gendarmes Pontificios de Boloña, n.d.r.)… el 24 de junio de 1858.
Fui conducido por los gendarmes hacia Roma (en Fossombrone el niño decidirá, milagrosamente, seguir a los gendarmes a la Misa, n.d.r.) y fui presentado ante Su Santidad Pío IX, que me acogió con la más grande bondad y se declaró mi padre adoptivo, como lo fue de hecho mientras vivió, costeando mi carrera y asegurando mi futuro… Algunos días después de mi llegada a Roma, habiendo recibido instrucción religiosa, me fueron completadas las ceremonias del Bautismo por el cardenal Ferretti…
A pesar de que se produjeron puntuales reencuentros con los padres naturales, Edgardo Mortara prefirió seguir perteneciendo a la Iglesia e incluso encontró su vocación como sacerdote, ejerciéndola en diversos países y convirtiéndose en un cura políglota que llegó a incluso a predicar en euskera, antes de morir en Lieja, Bélgica, en 1940. Pese al final feliz, el suceso del rapto y la posterior separación de la familia de origen, devino uno de los grandes argumentos de crítica de la propaganda masónica del S.XIX, que perseguía la unificación política de Italia.
La película de Spielberg se basará en el libro del historiador David I. Kertzer, publicado en España por Berenice con el título El secuestro de Edgardo Mortara, y pondrá delante de nuestros ojos un hecho que, dependiendo de los acentos que el director escoja, nos guiará, o bien al rechazo de la Iglesia por ancestral y supersticiosa, o bien a apreciar el camino hecho por dicha institución desde entonces.
La primera opción es fácil. Sólo hay que jugar al anacronismo y fingir que no hay que hacer esfuerzo ninguno de contextualización para entender las razones de aquella decisión del Pontífice, realmente difícil para la mentalidad de hoy. Según sus convicciones preconciliares, el niño, al ser bautizado, “pertenecía” a la Iglesia, y el Papa, que en aquel entonces ostentaba no solo el poder religioso sino el político, estaba poco menos que obligado a tomar cartas en el asunto para que un cristiano no fuese educado por judíos.
La segunda de las vías, mucho más deseable, permitiría entender la dimensión histórica de la Iglesia, reconocer el misterio que esta encierra y custodia, y a la vez congratularse porque los nuevos tiempos nos hayan traído más conciencia de aquello que Peguy le hizo decir a Dios en El misterio de los santos inocentes:
Tal es el misterio, tal es el secreto,
tal es el valor de toda libertad
la libertad de esta criatura
es el reflejo más hermoso que hay en el mundo
de la libertad del creador.
Por eso la valoramos tanto,
y le damos un valor propio.
Una salvación que no fuese libre,
que no viniese de un hombre libre,
ya no supondría nada para nosotros.
Qué sería eso. Qué querría decir eso.(…)
Ser amado libremente,
nada tiene ese peso, nada tiene ese valor.
Esa es, desde luego, mi mayor invención.
Trepidamos a la espera de ver ambos largometrajes, cargados de curiosidad por averiguar a qué molino llevan el agua estos dos magníficos cineastas de origen judío.