Los miedos son parte de nuestra vida prácticamente desde nuestra infancia. Es imposible decir que nunca hemos tenido miedo a nada.
Desde que somos niños hemos experimentado el miedo a algo. Forma parte de nuestra condición existencial.
Los niños a veces tienen miedo a la oscuridad y no se pueden dormir hasta que su madre o su padre les cuente un cuento. También tienen miedo a los fantasmas o a los monstruos, incluso también al lobo.
Los adolescentes tienen otro tipo de miedos. Más bien el miedo al otro, a no ser aceptado por el grupo de amigos, a ser diferente. También tienen el miedo a ser rechazados por el chico o la chica que les gusta.
Cuando nos vamos haciendo mayores vienen otro tipo de miedos. El miedo al fracaso, a no cumplir mis expectativas en la vida. Miedo a perderlo todo, a arruinarse por culpa de una crisis económica. El miedo a quedarse solo y a ser abandonado por los suyos.
También tenemos miedo al futuro. No controlamos lo que nos vaya a suceder más adelante. Miedo a hacerse mayor, a contraer alguna enfermedad grave o incluso el miedo a la muerte.
Instinto de protección
Lo que manifiesta el miedo es nuestro instinto de conservación. Queremos vivir y proteger nuestra vida.
Por eso el miedo es una reacción instintiva ante un peligro o una amenaza verdadera. Cuando aparece algún peligro, nuestro cuerpo reacciona para protegerse y cubrirse y ese es el miedo.
Podríamos decir que ante un peligro saltan todas nuestras alarmas interiores para escapar de él. Ese es el miedo.
Es un miedo sano porque nos moviliza y nos permite protegernos y poner todos los medios para estar a salvo.
Miedos negativos
Hay otro tipo de miedos. Son aquellos que derivan en el pánico o en las fobias y que nos paralizan.
Esto sucede cuando mezclamos nuestros miedos con la ansiedad, la angustia y la desesperanza.
Son miedos negativos que se instalan en el alma y empiezan a teñir nuestro corazón de color oscuro.
Son limitantes porque en vez de darnos alas y envalentonarnos para escapar o mantener a flote nuestra vida, dejamos que nos convenzan con sus argumentos negativos.
Por ejemplo, si el miedo al futuro y al porvenir lo convertimos en una historia angustiosa con un final derrotista, entonces hemos convertido un miedo normal en una angustia paralizante.
Esto sucede cuando los miedos permanecen en la oscuridad y no los iluminamos con la luz y la esperanza que nos viene de Jesús. El peor miedo no es el de perder la vida. Es el miedo al propio miedo.
¿Qué dice Jesús sobre el miedo?
Jesús animó mucho a sus discípulos a no tener miedo. En una ocasión les dio un discurso para prepararles para su misión de apóstoles y les repitió tres veces seguidas: "No tengáis miedo".
No es casualidad que Jesús les haya insistido mucho en este tema. Él conocía bien el alma humana y sabía de nuestra tendencia a llenarnos de miedos y a sumergirlos en la oscuridad de nuestra alma.
Por eso les alentó a no tener miedo a las amenazas que se ciernen sobre el cuerpo, sino más vienen a las que corrompen el alma:
"No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede llevar a la perdición el alma".
Tenemos el ejemplo de tantos mártires que por causa de su fe han entregado su vida y a pesar de las circunstancias terribles en torno al martirio vencieron su miedo a la muerte porque en su corazón estaba Jesús encarando la muerte con ellos.
No estaban solos en su martirio.
¿Cómo se superan los miedos?
Jesús ha venido a liberarnos de nuestros miedos. Él vence cada uno de nuestros miedos.
Por eso la superación de nuestros miedos no es una cuestión de nuestra voluntad sino una obra de la gracia que nos infunde Jesús, nuestro Salvador. Vivimos de la certeza de que Él vendrá y nos salvará.
Jesús viene a liberarnos de nuestros miedos y a desbloquear nuestra alma paralizada por la angustia existencial frente a la vida.
¿Qué hacer para vencer nuestros miedos o mejor dicho, para que Jesús venza en nosotros nuestro propios miedos, aquellos miedos que vamos acumulando en nuestras vidas a lo largo de los años?
1Hablar de nuestros miedos
Hacer un discernimiento de cuáles son mis miedos y no tener vergüenza a contárselos a alguna persona de confianza, a algún amigo, a tu confesor, o a tu cónyuge.
Los miedos son como fantasmas. Tienen necesidad de la oscuridad para actuar con fuerza y hacer daño.
Al compartirlos con alguien, los saco a la luz y los detecto con mayor claridad. Hablar de mis miedos me sirve para ver qué tipo de miedos son y si exagero y le doy más importancia de la que tienen.
2Poner a Dios nuevamente en el centro de mi corazón y decirle en oración que confío en su protección y en su bondad
Tomar conciencia de que junto a Dios nada malo me pasará. Decía el padre José Kentenich: "Dios es Padre, Dios es bueno, bueno es todo lo que Él hace".
Reconocer nuevamente que Dios es el Señor de mi vida y mi Padre del cielo me da paz. Confío en Él porque es mi Padre. Creo en su amor incondicional por mí.
Aunque mi padre o mi madre me abandonen. Dios nunca me abandonará.
3Fe en la Providencia
También renuevo mi fe en la Providencia. Dios siempre cuida de mí y está en todos los detalles.
Si se preocupa de vestir los campos de tanta hermosura y de dar de comer a los pajarillos, cómo no se va a preocupar de mí que soy su hijo.
Cuando me vengan las preocupaciones sobre el futuro, me abandono a su Providencia.
4Fe en el poder liberador de Jesús
De verdad Jesús vence nuestros miedos y nos los quita del corazón o por lo menos les quita la fuerza y nos ayuda aceptarlos para que dejen de hacernos daño.
Jesús venció el pecado y la muerte. Eso significa que vence también sobre nuestros miedos.
5Dejarse iluminar, amar y guiar por los pasos de Jesús
Mis miedos desaparecen cuando me presento ante Jesús con el corazón en la mano sin nada que esconder y me dejo abrazar por Él.
Incluso pedirle a Jesús insistentemente con esa confianza propia de los niños que venga a disipar nuestra sombras y que los miedos y las tinieblas no tengan voz en nuestro interior.
Jesús desenmascara todo engaño y toda sombra del mal que se cierne sobre nuestras vidas haciendo que los miedos desaparezcan.
Seguiremos temiendo por nuestras vidas si nos atacan o nos insultan por ser cristianos y por seguir a Jesús, pero no podrán quitarnos la paz del corazón, no lograrán envenenar nuestro corazón porque está traspasado por el corazón de Jesús hasta tal punto que somos espejos de su amor y de su acción salvífica y liberadora en medio de este mundo.
¿Cuáles son tus miedos? ¡Deja que Jesús los visite y los disipe!