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¿Sabías que el trauma en la infancia puede producir enfermedades crónicas?

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Calah Alexander - publicado el 28/06/17

Pero hay formas de sanar, incluso décadas más tarde

Uno de los peores aspectos de la medicina occidental siempre ha sido la tendencia a tratar el cuerpo como una máquina, desconectado de los pensamientos, recuerdos y emociones del paciente, y buscar causas físicas para todas las enfermedades. Es una perspectiva doblemente ridícula, visto todo lo que se sabe sobre la interacción entre mente y cuerpo; por ejemplo, que el estrés mental y emocional provocan hipertensión e inflamación.

En las últimas décadas, los médicos han empezado a entender y reconocer esta conexión, animando a cada vez más pacientes a buscar una curación psicológica además de la física. Sin embargo, el asombroso precio que se cobra un trauma emocional para la salud de una persona se sigue subestimando, a veces de manera inexcusable.

Un trauma infantil conduce a una enfermedad vital crónica. No es una hipótesis ni una teoría; es un hecho médico bien documentado, uno que la mayoría de nosotros probablemente nunca había escuchado. Supuse que era un descubrimiento reciente cuando leí el titular, pero no lo es.

Donna Jackson Nakawaza ha sufrido enfermedades autoinmunes desde la muerte de su padre cuando ella tenía 12 años. Buscó explicaciones para sus convulsiones y parálisis recurriendo a muchos médicos, hasta que terminó en el hospital John Hopkins, aunque no fue hasta que tuvo 51 años cuando un médico le expuso que durante todo este tiempo había existido una explicación para sus enfermedades:

Como periodista científica, me impactó descubrir que la investigación vinculando el estrés infantil con la enfermedad como adulto comenzó en 1996 con el Estudio ACE (Experiencias Adversas durante la Infancia) de la clínica Kaiser Permanente con el Centro para Control y Prevención de Enfermedades en EE.UU. (CDC). Desde entonces, más de 1500 estudios arbitrados han replicado esos resultados.

Según le explicó su médico, una adversidad crónica o un trauma en la infancia conduce a un estado crónico de “luchar, huir o bloquearse”. Este estado es inducido cuando hormonas de estrés, inflamatorias, inundan nuestro cuerpo y cerebro, y es un rasgo evolutivo diseñado para ayudarnos a sobrevivir.

El problema es que cuando estas hormonas inundan el cuerpo de un niño, alteran los genes que controlan la reactividad del estrés, estableciendo la respuesta al estrés en un modo “alto” de por vida. Este hecho incrementa dramáticamente el riesgo de inflamación, lo cual puede manifestarse más tarde en la vida como cáncer, enfermedades cardíacas y enfermedades autoinmunes.

Pero eso no significa que en los adultos el daño ya esté hecho. Un amplio estudio mostró que cuando los médicos reconocen y conversan sobre traumas infantiles con sus pacientes, esos pacientes reducen un 35% sus próximas visitas. Parece que el validar el sufrimiento de un paciente le permite verlo como legítimo y, por fin, afrontarlo.

Obviamente, más vale prevenir que curar. Incluso un trauma un infantil aparentemente “normal”, como el divorcio de unos padres o el menosprecio constante de los padres o hermanos puede causar una respuesta de “lucha o huida”, así que los padres deberían estar atentos a los niveles de estrés de sus hijos y esforzarse por crear un entorno de calma y amor.

Para los adultos que sufrieron algún trauma de niños, la mejor medicina es una introspección sincera, acompañada de un reconocimiento de que los persistentes efectos del trauma infantil son reales. Por fortuna, se ha demostrado que intervenciones como la concienciación o mindfulness y la meditación ayudan a los adultos a recuperarse de un trauma, incluso décadas después del trauma en sí.

Aunque puede que no sea posible eliminar completamente los efectos del trauma infantil, es posible que trabajar para sanar del trauma mitigue la enfermedad que resultó de él.

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