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Día del Periodista en Venezuela: Poco que celebrar, mucho que reconocer

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fot. Stefan Czerniecki

Macky Arenas - publicado el 27/06/17

370 profesionales de la prensa han sido atacados

Hoy es el Día del Periodista en Venezuela. Coincide con la fecha en que Simón Bolívar inauguraba el periódico “Correo del Orinoco”, un periódico venezolano que circuló desde el 27 de junio de 1818 hasta el 23 de marzo de 1822, durante la Guerra de independencia de Venezuela. Fue creado por El Libertador como órgano propagandístico de la Tercera República de Venezuela y para contrarrestar la influencia de la Gaceta de Caracas, periódico al servicio de la Corona Española.

“Mándeme usted de un modo u otro una imprenta que es tan útil como los pertrechos”, escribía Bolívar a Fernando Peñalver, que con ese propósito se encontraba en Trinidad en septiembre de 1817. En octubre la imprenta ya estaba en Angostura y el 27 de junio de 1818 salía a la calle el “Correo del Orinoco”, impreso en una máquina movida a brazo y con cuatro páginas impresas en papel de hilo, gracias al cual se ha conservado para la posteridad. “Somos libres, escribimos en un país libre y no nos proponemos engañar al público” era su lema.

El semanario, que aparecía los sábados, traía artículos en francés e inglés e informaba a las naciones de los logros militares y políticos de la República de Colombia.  Bolívar escribió sobre la utilidad que vio en este medio “como artillería de pensamiento, educador de masas de hoy y mañana, portavoz de la creación de un nuevo orden económico y de la información internacional desde el punto de vista de nuestros intereses, fiscal de la moral pública y freno de las pasiones, vigilante contra todo exceso y omisión culpable, catecismo moral y de virtudes cívicas, tribunal espontáneo y órgano de los pensamientos ajenos”.

Por eso, un día como hoy,  rememoramos, no solo la creación del Correo del Orinoco sino que también conmemoramos el testimonio de tantos periodistas caídos, encarcelados, exiliados, perseguidos o difamados en una lucha que se ha prolongado a lo largo y ancho de los gobiernos de fuerza que ha sufrido este país.

En Venezuela, el periodista es agredido por informar. Es el principal blanco de la protesta. Para muestra, un botón: en días pasados, una funcionaria de la GNB, en medio de insultos tomó del cabello a una reportera y la arrojó al piso. Destruyó su teléfono celular. “Yo les decía que era periodista –contaba-  y ellos me contestaban ‘me sabe a mierda quién eres”.  Hoy, acompañados por la sociedad civil, marchan hasta Conatel, la Comisión Nacional de Telecomunicaciones, brazo ejecutor de las arbitrariedades con disfraz legal del gobierno de Maduro.

En el marco de las demostraciones de calle, alrededor de 370 profesionales de la prensa han sido atacados. A pesar de ello, continúan informando y abogando por el cese de estas acciones.

Celebramos, eso sí, el ingenio y el coraje de los periodistas venezolanos de estos años duros quienes, anclados en esta tierra en medio de tanta dificultad y limitaciones, se las arreglan para escribir y hablar, para buscar y difundir la noticia, para esquivar los efectos de  una ley bien llamada “mordaza” y para dar los rodeos que sean necesarios, entre los intersticios de la censura, para proclamar la verdad.

El país se conmueve con la valentía que  hace tomar la calle cada día, a reporteros, camarógrafos, técnicos, con casco protector, chaleco antibalas y máscara antigases –muchos de ellos con su rosario al cuello o la estampa de la Virgen de Coromoto en el bolsillo- para cubrir los insólitos, inéditos y alucinantes eventos que continuamente se suceden en nuestras ciudades. Mucho más desprovisto que un reportero de guerra, sin garantías, hoy por hoy es difícil que un periodista venezolano sea superado, tanto en el terreno como el aire, en eso de sortear el vandalaje de un gobierno que ignora los derechos ciudadanos.

Celebramos que el periodista venezolano es, como decía ese maestro que fue Richard Kapucinski, básicamente buena gente: “Para ser buen periodista es preciso, antes, ser buena persona”. La razón parece simple: para ir tras la verdad hay que ser humilde, para reconocerla y asumirla, sincero. Alguien humilde y sincero es, ante todo, buena persona.

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