Animal de compañía. Mascota equivocada

Cuando vemos una película necesitamos una referencia, un héroe, un personaje sobre el que identificarnos y sobre el que organizar nuestra valoración de la historia que se nos está contando. Animal de compañía (Pet, Carles Torrens, 2016) nos propone un juego muy parecido al que ejecutó Alfred Hitchcock en Psicosis (Psycho, 1960) es decir, lograr que nos identifiquemos con un personaje que a mitad del metraje dejará de ser un referente de fiar.

Seth (Dominic Monahan) trabaja en una perrera cuando un día, en el transporte público, se tropieza con una vieja y muy remota compañera de clase, Holly (Ksenia Solo) por la que automáticamente se siente atraído. Al principio solo parece un torpe pretendiente que no tiene nada que hacer con alguien que, obviamente, no se siente interesada por él. Pero poco a poco la cosa se va poniendo turbia. No obstante, en realidad, Animal de compañía, no va de esto.

Llegado cierto momento Seth decide tomarse el asunto a la tremenda y secuestrar y encarcelar en una diminuta celda a Holly, según asegura el individuo en cuestión, por su propio bien. No es la primera vez que escuchamos a un villano decir eso de “hago esto por tu bien”, pero en Animal de compañía el asunto adquiere unas dimensiones inesperadas.

Hay a quien le gustó la propuesta del film de Torrens y hay quien la consideró descabellada. Creo que ambos tienen razón. Todo depende de la predisposición que uno tenga a la hora de ponerse frente a una película.

Desde luego, si uno está dispuesto a pasar un rato endiabladamente tenso y ambiguo, Animal de compañía es, como mínimo, una propuesta por encima de la media. Ahora bien, quien exija un guión a prueba de bomba y una historia que no se tome a la ligera el concepto verosimilitud, mejor vayan a ver otra película. Aunque eso sí, Animal de compañía está sensiblemente por encima de la media y lo que es más, invita a un segundo visionado.