Me resulta difícil mirar con amor a aquel con el que no coincido…
Jesús se parte para unir. Se entrega para que todos seamos uno en el amor. Uno en Él. Somos un solo cuerpo en el Cuerpo de Jesús. Una sola alma en su misma Sangre. Formamos parte de su pan. Al beber del mismo vino nos hacemos uno en Dios. La misma carne, la misma sangre.
Jn 17, 21: “Para que todos sean uno. Como Tú, oh Padre, estás en mí y Yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me enviaste”.
Sólo haciéndolo así puede crecer en mi corazón el deseo de romperme por otros. Cuando me siento uno en Cristo. Cuando empiezo a sentir con otros como siente Jesús. Esa comunión es la que deseo. Para que otros tengan vida. Para que otros vean cómo nos amamos.
Mientras tanto no me canso de comulgar. Quiero formar parte de un solo cuerpo. Esa es la comunión que desea el corazón. Vivir unido a muchos. Estar en comunión con todos. Unidos en un mismo Cristo. Es Él el que me une a todos y le da un mismo sentido a todo lo que hago. Unido en la diversidad.
¡Cuánto valor tiene la comunión! Una fe viva que se hace carne. Un amor que me lleva a vivir en comunión con todos. No se trata de imponer un pensamiento único. A veces se confunde unidad con uniformidad. Y más bien lo que Jesús logra es la unidad en la diversidad.
Eso lo hace posible el amor verdadero de Dios en mí. Él me abre a mis hermanos que no piensan como yo. En ocasiones las ideas me separan de las personas. Me aíslo, me protejo de los que no piensan como yo. Creo entonces que sólo con los que piensan como yo es posible la comunión.
Pero no es así.
Jesús hace posible lo imposible. De Babel, donde el pecado confundió las lenguas y nadie se entendía, hemos pasado en Pentecostés a una unidad obra del Espíritu Santo. Es la comunión un milagro de unidad. La comunión sucede al comulgar del mismo Jesús partido.
Comulgar me une con toda la Iglesia que necesita la comunión como viático para el camino. Es alimento para el débil. Es medicina para el enfermo. La comunión me une a mis hermanos. Más allá de pensar de forma diferente estamos unidos en lo central, en Jesús. Él mantiene una unidad que parece imposible.
La comunión hace posible la plenitud de la alianza sellada con Dios. En el santuario sello con María la alianza para estar en comunión con Jesús. María me abre el corazón de Jesús. Al comulgar lo hago unido a María. Ella abre la puerta para que Jesús entre.
Quisiera construir la unidad con mis manos, con mi vida, con mi corazón. Me cuesta tanto unir. Es muy fácil separar, dividir, poner distancia entre unos y otros. Me alejo de los que no son como yo. ¡Cuánto me cuesta creer en esa unidad en la diversidad!
Me resulta difícil mirar con amor a aquel con el que no coincido. En la misma Iglesia. Habiendo comido el mismo pan. Es un milagro que no siempre sucede. Tengo que pedirlo. Mirarán cómo nos amamos. Si no ven ese amor no querrán estar cerca de Jesús.
Hoy muchos cristianos no reflejan el amor de Jesús. Yo tampoco lo muestro cuando caigo en la crítica, en el desprecio, en el juicio. Cuando mis obras no son las de Jesús. Ni mis sentimientos. Cuando en lugar de unir separo, divido, creo distancias.
Quiero construir puentes en lugar de muros. Es la única forma de unir en la diversidad. Un milagro de Pentecostés. Un milagro del pan único y partido en cada eucaristía.