Un encuentro que perfectamente puede inspirar una obra de teatro Son, probablemente, las dos personalidades argentinas que más trascendieron en el mundo. Jorge Mario Bergoglio era un joven jesuita profesor en un colegio secundario y Jorge Luis Borges un ya destacado escritor, aunque no el más mediático, como recordaría un alumno del jesuita después. Y como por esos años Borges ya estaba casi ciego, le tocó al primero afeitarlo antes de una presentación pública.
El encuentro entre Jorge Mario Bergoglio y Jorge Luis Borges, fallecido hace 31 años, inspirará seguramente, alguna vez, una obra de teatro.
Allá por 1965, Bergoglio, profesor de literatura del colegio de la Inmaculada Concepción en Santa Fe y jesuita aún no ordenado sacerdote, había decidido dedicar el año al estudio de la literatura argentina. Para ello, convocó a profesores invitados para que diserten ante los estudiantes.
Entre ellos, a Borges, quien disertaría sobre literatura gauchesca. Aunque como reconoció Jorge Milia, alumno por entonces de Bergoglio, Borges no era el más popular o mediático por aquellos años, internacionalmente ya era consagrado y sonaba siempre como candidato al Nobel de Literatura, premio que, como los críticos suelen coincidir, injustamente nunca recibió.
Pese a que ya le precedía una carrera con magníficas obras como Ficciones o El Aleph, contrario a lo que se podía esperar de un hombre de su talla, Borges llegó en autobús a la ciudad de Santa Fe, separada unas seis horas por carretera de la Buenos Aires. Recordaba Milia en una entrevista con la BBC que eso los sorprendió, porque hubiesen esperado que un prestigioso literario se movilizase sólo en avión.
Además, Milia recuerda ante el medio británico otra anécdota muy especial. Bergoglio había subido a la habitación del hotel en el que descansaba Borges para buscarlo, y se demoraron en bajar: “Subió Bergoglio a buscarlo a la habitación y tardó más de lo que se supone para ir a un tercer piso. Cuando vienen, yo disimuladamente le hago el gesto de: – ‘¿qué pasó?’ -porque algo había pasado- y Jorge también disimuladamente me dijo: – ‘El viejo me pidió que lo afeitara’. Ese había sido el motivo de la tardanza. Eso es un gesto de Borges, y también un gesto de Bergoglio”.
Ante los alumnos, Bergoglio presentó a Borges como “el escritor que no necesita presentación”.
Tras esa visita, Borges prologó una selección de 14 cuentos de alumnos de Bergoglio, publicados bajó el título de “Cuentos originales”, que el mismo Borges busca despegar de ejercicio escolar: “Este libro trasciende su originario propósito pedagógico y llega, íntimamente, a la literatura”.
Y en otro apartado, que bien parece salido de sus mejores cuentos como una suerte de profecía, escribe: “Este prólogo no solamente lo es de este libro, sino de cada una de las aún indefinidas series posibles de obras que los jóvenes aquí congregados pueden, en el porvenir, redactar.
Es verosímil que alguno de los ocho escritores que aquí se inician llegue a la fama, y entonces, los bibliófilos buscarán este breve volumen en busca de tal o cual firma que no me atrevo a profetizar”. Aunque entre los alumnos hay periodistas y embajadores, la profecía borgiana quizá se haya cumplido con la historia del compilador de la obra, Bergoglio, el entonces joven jesuita que tuvo que afeitarlo y hoy cualquier cosa que escriba o diga recorre rápidamente el mundo.