Una actitud optimista y positiva será ingrediente principal para abrazar el cambio y darle la bienvenida a lo nuevo
Pedí fuerza y Dios me dio dificultades para hacerme fuerte.
Pedí sabiduría y Dios me dio problemas para resolver.
Pedí prosperidad y Dios me dio inteligencia y capacidades para trabajar.
Pedí coraje y Dios me dio peligros para vencer.
Pedí paciencia y Dios me puso en situaciones en las que me vi obligado a esperar.
Pedí amor y Dios me dio gente en problemas para ayudar.
Pedí favores y Dios me dio oportunidades.
Pedí todo para poder disfrutar de la vida.
En cambio, Él me dio la vida para poder disfrutar de todo.
No recibí nada de lo que quería, pero recibí todo lo que necesitaba. (Autor desconocido)
Gran incongruencia de la vida: creer que cuando tengamos eso que nos falta, o logremos aquello que queremos seremos completamente felices. Y al mismo tiempo, nos resistimos a los cambios. ¿Cómo? Si para poder lograr algo diferente, forzosamente hay que estar dispuestos a hacer algo distinto, cambiar.
La realidad es que la única constante en la vida es el cambio. Es decir, es lo único permanente. El miedo lo vamos a sentir cada vez que nos acercamos a los límites de nuestra zona de comodidad. Aquí precisamente está el gran reto de todos nosotros: convertir el miedo, en este caso el que cambio nos produce, en amor y en oportunidad. Una actitud optimista y positiva será ingrediente principal para abrazar el cambio y darle la bienvenida a lo nuevo.
El cambio genera miedo e incertidumbre por lo desconocido a lo que nos enfrentamos, a lo nuevo, a lo que vendrá y a lo que será. Mientras transitamos por la vereda del cambio -sobre todo si este se presenta con mucho dolor- podemos perder la esperanza, el ánimo, las ilusiones, la alegría y hasta la fe. Para matenernos en equilibrio contamos con esa maravillosa capacidad llamada resiliencia para salir adelante.
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Para llenarse hay que vaciarse. No se rellena una taza de café hasta que está vacía. El cambio es una invitación a reacomodarnos. A vivir la vida de una manera diferente. A todos -creyentes, ateos, psicólogos, etc.- nos cuesta aceptarlo y salir de nuestra zona de comodidad. Y como no, si vivir en la “zona de confort” es una delicia. Cuando todo en la vida va bien y a nuestro gusto. Uno que otro cambio, pero sin mayor problema o consecuencia.
¿Cómo puedo hacer para que el cambio al que hoy me enfrento sea lo más llevadero posible y el soltar no me sea tan doloroso? Para recibir lo nuevo hay que dejar ir lo viejo. La realidad es que entre más apego haya, más dolor se experimenta.
La diferencia radicará entre sí suelto con amor, desde la paz o si lo hago con miedo y todo lo que de él se deriva: enojo, coraje, rencor, victimismo, rabia, etc. Si dejo ir con gratitud o renegando; dando gracias porque pasó o me entristezco porque se acabó. Después del camino recorrido lo que queda es el recuerdo de lo vivido. Por lo tanto, hay que hacer todo para que esa memoria de lo que ya estoy eligiendo dejar atrás sea lo más grata posible. Esto también es una elección.
El cambio implica que hemos perdido algo y, al mismo tiempo, que también hemos ganado. Todo final trae consigo el regalo de una nueva oportunidad, un comienzo. Lo más difícil de enfrentarnos al cambio es tratar de acomodar a “lo nuevo” dentro de nuestras vidas de una manera equilibrada y mantener la calma dentro de ese tsunami de emociones. Es difícil, pero sí se logra.
Te comparto estas pautas para que saques el mayor de los frutos en cualquier cambio al que te enfrentes.
–Cambia tu actitud. O eliges quedarte aferrado a tu pasado, a lo que ya se fue, ya no está o ya no es posible. (Solo recuerda que quien se afianza no avanza). O bien, te enfrentas a lo que viene abrazando tu nueva realidad. Esto no quiere decir que no te vaya a doler. Lo que significa es que tu cambio de actitud pone a todo tu ser en guardia -listo- para recibir a lo nuevo con su mejor sonrisa.
–Reconoce qué sientes. Si lo que sientes es miedo reconócelo y acéptalo. Recuerda que no es ni bueno ni malo sentirlo. Aquí lo importante es qué harás con eso que sientes. El miedo es como una energía dentro de nosotros que tiene el poder de paralizarnos o de darnos alas para alcanzar sueños. ¿Tú, para qué lo quieres utilizar?
–Cambia el por qué a mí a para qué estoy viviendo esto y resignifica. Todo en esta vida tiene un propósito. Abre los ojos del espíritu y encuentra las respuestas. Recuerda que el problema no es el problema, sino la forma en cómo lo interpretas.
–Acepta el cambio, aunque este venga con tormenta. Solo si asumes el dolor podrás construir nuevamente el amor, porque parte de la felicidad tiene que ver con dejar ir para volver a recibir. Quien tienen un para que puede aceptar casi cualquier cómo.
–Cambia tu forma de pensar. Toma el cambio como una nueva aventura que la vida te ofrece para ser aún mejor persona y seguir sirviendo al mundo. Trata de sobrenaturalizar sin dejar de ser realista. Por ejemplo. Te enfrentas al cambio de ciudad y te dedicas a dar asesorías a matrimonios en crisis. Piensa que seguramente allá a dónde vas Dios ya tiene listas a muchas parejas en conflicto para que tú les apoyes. Tu trabajo será localizarlas y servirlas.
–Cuida tus pensamientos. Mientras transitas el proceso del cambio procura tomar un día a la vez. No futrees ni pienses qué haré. Mucho menos te estaciones en el pasado, solo añorando. Recuerda que Dios está en la situación y no en la imaginación. A cada día su afán.
–Despide con amor. La gratitud es una cualidad que nos permite estar más dispuestos al amor. Sea cual fuere la causa del cambio y aunque esta nueva bendición venga con envoltura de lágrimas y dolor atrévete a decir gracias en todo momento.
–Confía en los planes perfectos que Alguien tiene para ti. Se vale que le digas a Dios cómo te sientes, lo frustrado que estás por ese cambio de ciudad o de planes. Pídele fortaleza para enfrentar cualquier cambio con serenidad y aceptar su voluntad con mucho amor y paciencia.
Suelta el pasado que no te está permitiendo vivir tu presente de una manera santa, en paz y en armonía. Anclado a tu pasado difícilmente podrás construir un mejor futuro. Recuerda que para soltar hay que abrir los brazos y estos, extendidos, también indican acogida. Dile con todo tu corazón a ese cambio que hoy te está costando lágrimas aceptar: “Bienvenido. Estoy listo para recibirte con amor y abrazar todas las bendiciones que traes”.