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¿Qué hacer cuando perdemos la voluntad de rezar?

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Mehmet Alci

Cançao Nova - publicado el 05/06/17

Ya no siento ganas de orar, ¿y ahora?

Hay momentos en que no siento la menor voluntad de dialogar con algunas personas, pero, porque es necesario, acabo dejando de lado mi voluntad y voy a su encuentro, converso, trabajo, convivo y sigo frente a ellas. Con Dios no es diferente. A veces, las cosas me envuelven de tal manera, que no siento deseos de hablar con Él, es decir, de rezar, pero porque sé que es preciso, y además dependo de Su gracia, voy a Su encuentro a través de la oración.

Claro que ello exige compromiso y perseverancia porque, en realidad, la vida de oración es una conquista diaria; y como toda conquista no está exenta de luchas, es necesario luchar para ser orante.

En este sentido, santa Teresa de Jesús afirma, en su autobiografía, que oración y vida cómoda no combinan en nada; ella recuerda que una de las mayores victorias del demonio es convencer a alguien de que no es necesario rezar.

O sea, cuando se trata de la vida de oración es necesario tener conciencia de que se trata de una lucha espiritual, y para vencer el único camino es rezar con o sin voluntad. Si escojo guiarme sólo por mi querer, corro el riesgo de ser una persona vacía, sin sentido.

Desierto espiritual

Sé que, con el paso del tiempo y el cúmulo de actividades, corremos el serio riesgo de, poco a poco, ir dejando la oración de lado o rezar de cualquier manera hasta llegar a un “desierto espiritual” y sentir una cierta apatía respecto a la oración. Pero es justamente en ese momento cuando necesitamos ir más allá de los sentimientos y considerar que el “desierto también es fecundo” cuando se vive en Dios, ¡y por su misericordia en nuestra vida todo es gracia!

Consolaciones y desolaciones, alegría y tristeza, pérdidas y ganancias, todo es fruto del amor de Dios, quien permite que vivamos las pruebas mientras nos llama a crecer y a fructificar en toda y cualquier circunstancia. Por tanto, en el punto en que te encuentras ahora, vuelve a fijar tu alma en Dios y permite que Él la devuelva a Sí mismo, por la fuerza de la oración.

Al absorber tanta agitación y estímulos en nuestros días, acabamos perdiendo el contacto con nuestra verdadera esencia, y quedamos tan distraídos y preocupados con todo lo que está pasando a nuestro alrededor, que acabamos fragmentados, confusos e inseguros, sin acordarnos de dónde venimos, dónde estamos y menos aún, a dónde vamos. Sólo Dios puede reorientarnos.

Jesús tenía conciencia de ello cuando dijo a sus discípulos: “Velen y oren para no caer en la tentación” (Mateo 26,41); yo diría, principalmente, la tentación de olvidar quién eres y cuál es tu papel en este mundo.

Entonces, ¿vamos a rezar?

Dejo aquí algunas pistas que pueden servir para abrir camino en tu relación con Dios. Cuando encuentres tu propio camino, caminarás libremente y cada vez más experimentarás la alegría que se encuentra en la presencia de Dios por medio de la oración.

1- Escoge el horario y el tiempo que quieres dedicar a tu oración y procura ser fiel a ese propósito. Así como nos alimentamos diariamente, la oración tiene que ser el alimento diario del alma, pase lo que pase.

2- Fundamenta tu oración en la Palabra de Dios y en Su verdad. Habla con Él con confianza y sin reservas, como quien habla con un amigo. Así encontrarás la paz y la armonía interior que tanto buscas, pues, como enseña san Juan de la Cruz, “el conocimiento de uno mismo es fruto de la intimidad con Dios, y es el medio esencial para la libertad interior”.

3- Reza con humildad, deteniéndote siempre en la palabra “Hágase tu voluntad”. Acuérdate de que tu oración no puede estar motivada simplemente por gusto o exigencia, sino, por encima de todo, por gratuidad y confianza en la misericordia de Dios.

4- Practica lo que rezas y no desvincules tus obras de la oración, pues una cosa está totalmente relacionada con la otra. Caridad, perdón, alegría, confianza, fraternidad y paciencia son características de quien reza.

5- Ten tu propio ritmo de oración. La imitación y la comparación no ayudan en nada. La vida de los santos, por ejemplo, son flechas que apuntan al cielo pero eres tú quien debe dar tus propios pasos para llegar hasta él.

Deseo que en cada amanecer y también en las “noches oscuras” experimentes por la oración que el amor es la verdadera felicidad, y que esta consiste en amar y sentirse amado. Y nadie nos ama tanto como Dios. Si alguna vez pierdes la voluntad de rezar, ya sabes lo que tienes que hacer: ¡reza igual y sé feliz!

(vía Canção Nova)

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