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¿Eres capaz de ver el amor escondido detrás del odio?

Carlos Padilla Esteban - publicado el 02/06/17

¡Todo puede ser nuevo si me dejo cambiar por el Espíritu!

Me gustan las cosas nuevas. No sé qué tienen que me encandilan. Y me asusta quedarme siempre en lo viejo, en lo de siempre.

Hay una escena de la película La Pasión que siempre me conmueve de forma especial. Jesús camina al Calvario bajo el peso de la cruz. En ese momento cae agotado bajo el madero que carga. Su madre lo ve desde lejos y corre a su encuentro. Quiere sacarlo de ahí, salvar su vida, sostener sus pasos, consolar su dolor. Se acerca a ayudarlo entre lágrimas. Reacciona de forma instintiva y le dice: “Estoy aquí”. En ese momento Jesús, ensangrentado, se vuelve hacia su Madre y repite las palabras que encontramos en Apocalipsis 21, 5: “¿Ves, Madre? Hago todas las cosas nuevas”. En paralelo, María, recordando una escena del pasado, corre hacia su hijo pequeño que ha tropezado y está a punto de caer. María corre a salvar a Jesús niño. María corre a salvar a Jesús hombre. Cuando era niño María podía hacer mucho por Jesús. Podía curar sus heridas. Quitarle el dolor. Ahora sólo puede detenerse ante Él y hacerle ver que no se ha ido de su lado, que lo acompaña, que va en su camino. Siente la impotencia por no poder salvarle de la cruz.

La beata Catalina Emmerick escribió sobre este encuentro entre Jesús y María en sus visiones sobre la pasión. Me impresiona oír esas palabras puestas en los labios de Jesús en medio de tanto dolor. Rodeado de tanto odio y tanta muerte. Jesús viene a hacerlo todo nuevo cuando parece todo perdido.

Pienso en ese momento, en todo lo que los ojos de los hombres ven. No veo nada nuevo, es lo de siempre. Es el mismo odio, es el mismo sufrimiento, es la misma tortura, es la misma amargura. Lo que el corazón percibe es la muerte de siempre. ¿Cómo puede decir entonces Jesús que está haciendo todo nuevo? Es el mismo dolor viejo que mi corazón rehúye.

Me rebelo contra tanto odio. Igual que hoy también me escandalizo cuando mueren niños inocentes en un atentado, o jóvenes en un accidente absurdo, o veo a cristianos asesinados por no querer apostatar de su fe. No es nada nuevo. Es la misma maldad de siempre.

Y vuelvo a escuchar las palabras en labios de Jesús: “Yo hago todas las cosas nuevas”. Hace nuevo lo que a mí me parece viejo. Tal vez son mis ojos que no ven nada detrás de la sangre. Y no perciben la luz abriéndose paso en la noche. Ni la vida detrás de la muerte.

Tal vez me pasa lo mismo con mi vida. No soy capaz de reconocer lo nuevo en lo viejo, la luz en la oscuridad. ¿Cómo puede hacer Él que sea nuevo lo viejo en mi vida?

En ocasiones me aferro a lo viejo y quiero hacerlo todo igual, como siempre. Me da miedo la novedad. Me da miedo a alejarme de lo que sé hacer bien. En ocasiones es al contrario y quiero lo nuevo por encima de lo viejo, de lo de siempre, de lo que me duele, de lo que me enferma.

Pero no acabo de comprender lo que significa realmente hacerlo todo nuevo. Creo que Jesús me quiere decir algo importante. Él hace todo nuevo cuando es llevado a la cruz. Hace todo nuevo cuando va a morir a manos de los hombres. Hace todo nuevo cuando guarda silencio ante acusaciones injustas y no se defiende. Cuando es ascendido al madero sin oponer resistencia. Cuando le exigen que muestre su poder ya agonizando y Él promete el paraíso. Cuando es humillado y vejado. Cuando se queda solo y experimenta el odio en su carne.

Mi corazón se rebela al ver el dolor de lo viejo. Pero Él me dice que es nuevo. Que lo está haciendo todo nuevo. Que su mirada es nueva y su corazón. Me impresiona ver el amor escondido detrás del odio. Y la esperanza velada detrás de la amargura.

Me impresiona que Jesús diga estas palabras y haga nueva esa noche del Calvario. Y salga el sol en medio de la noche más negra. Me dice lo mismo ahora a mí cuando vivo la cruz y el dolor, cuando me amargo en los fracasos y pienso en el dolor viejo de mi vida.

Y me dice que todo puede ser nuevo. Que lo puedo hacer yo todo nuevo. Si me dejo cambiar por su Espíritu. Si dejo que su vida se haga fuerte en mí. Si me cambia el corazón y hace nueva mi mirada.

Me recuerda que todo depende de mí. Que mi vida será nueva siendo la misma si soy el que cambia por dentro. Que tal vez no tengo que dejar el trabajo que me hastía para que mi trabajo sea nuevo. Y no tengo que dejar el camino elegido cuando me asaltan las dudas, sino hacerlo todo nuevo, con la novedad del que vive en Dios, arraigado en la fuerza del Espíritu. Y no tengo que huir de lo que no me gusta sino ser capaz de hacer de forma nueva lo que ya es viejo.

Su Espíritu lo hace todo nuevo en mí. Pueden ser las mismas palabras de siempre pero despertar una vida nueva que antes desconocía. Puede ser la muerte el aparente punto final de mi camino, pero sigo viviendo más allá de la noche.

Me gusta pensar en el poder que tienen mis manos cuando dejo que Dios actúe en ellas. Lo hacen todo nuevo. Creo en el poder de mis palabras viejas cuando Jesús las llena de su presencia y se vuelven nuevas. Las mismas palabras. Me emociona escuchar a Jesús decirme que hace mi vida nueva cuando me siento solo y abandonado.

Miro a María inclinada sobre el rostro de Jesús tratando de darle esperanza. Y Jesús, que parece agotado, está lleno de vida y lo hace todo nuevo. Y contagia una esperanza que sólo puedo ver si permanezco quieto en la grieta de su corazón herido.

Quiero hacerlo todo nuevo. Lo de siempre nuevo. Lo de antes, lo antiguo, pero nuevo. En una fuerza de Dios que le da sentido a todo lo que hago. Y me desvela un camino desconocido. Y me abre una gruta nueva en medio de las noches de mis días.

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