Mohamed Diab ha realizado un tensísimo thriller que funciona como metáfora políticaAunque lo intentemos, descifrar las realidades ajenas desde la distancia, a través de la información que nos llega filtrada a través de los medios de comunicación –que, en más de las ocasiones de las que pensamos, pecan de idéntico desconocimiento–, es un ejercicio frustrante y, en demasiadas ocasiones, infructuoso. Es difícil entender todos los matices culturales, todo el poso que la historia y los conflictos autóctonos han dejado en la población en cuestión, y de qué manera eso condiciona su manera de aprehender dicha sociedad.
Por eso es de agradecer el ejercicio que realiza Mohamed Diab en su segundo largometraje, Clash, con la intención de transmitirle al espectador las raíces de la conflictividad política, del polvorín ideológico en el que se ha convertido Egipto.
No es casual, en ese sentido, que la acción se sitúe justo tras las protestas de 2013 contra las acciones de gobierno del proislamista Mohamed Morsi: eso le permite, por un lado, reflejar uno de los puntos álgidos del conflicto social –justificando, además, el punto de partida argumental–, y por el otro, reunir en un mismo espacio tanto a partidarios del Ejército como de los Hermanos Musulmanes.
Y es que Diab sitúa toda la película dentro de un furgón policial en el que se acumulan manifestantes de ambos espectros ideológicos que, contra su voluntad, se ven obligados a coexistir, a interaccionar e incluso, al final, hasta a colaborar.
La coralidad del reparto, y la habilidad con la que el director, en movimiento, le añade matices y humanidad a todos y cada uno de sus personajes –apoyándose, claro está, en un grupo de actores espléndidos, de tremenda naturalidad–, nos acaban enfrentando a la realidad de que todos ellos son humanos, falibles, y con una visión inevitablemente personal, particular, del conflicto egipcio.
Lo que Clash pone sobre la mesa es que esos roces políticos afectan a la convivencia, generan tensión y desconfianza, mientras que, cuando los personajes conectan a través de su acervo cultural compartido, y sobre todo cuando unen fuerzas para resolver algún tipo de situación complicada, el ambiente se hace más ligero y, claro está, más respirable.
Pero que Clash funcione como metáfora de la situación sociopolítica de Egipto –y de su posible solución, al menos desde el punto de vista de su director– no significa que descuide su estructura de género. Porque, alrededor de sus personajes, Diab construye un thriller rebosante de tensión, que aprovecha muy bien el reducido espacio del que dispone –es difícil no pensar en La cabina, de Antonio Mercero, sobre todo cuando el furgón se cruza con otros todavía más arrebatados– y, en el que, salvo momentos muy puntuales, tiene el buen tino de narrar toda la trama desde dicho interior, sin sacar apenas la cámara a la calle.
Y es precisamente esa limitación visual la que densifica, en determinadas secuencias, la atmósfera –como durante el acoso del francotirador, una set piece espléndida, muy bien planificada–, y dota al largometraje de cierta naturaleza pesadillesca que alcanza su grado máximo en su secuencia climática.
Ficha Técnica
Título original: Eshtebak
Año: 2016
País: Egipto, Francia
Género: Drama
Director y guionista: Mohamed Diab
Reparto: Nelly Karim, Hany Adel, Mohammed Alaa, Khaled Kamal, Ali Altayeb, Mai Elghety